Gracias a Dios, Maria no me ha hecho correr casi nunca a urgencias. Sólo una vez durante el verano del covid, se había quedado a dormir en casa de una amiga y la madre me llamó para decirme que le costaba respirar como si tuviera asma. Ya puesto en pie terminé la llamada y sin volverme a sentar me despedí de mis amigos. La amiguita vivía en el Tibidabo y yo estaba cenando en Els Pescadors, literalmente la otra punta de la ciudad. No había taxis, tomé una de las bicis de alquiler del ayuntamiento y pedaleé tan rápido que creo que sin saberlo batí algún récord. Detuve al primer taxi libre que encontré, dejé la bici tirada, y enseguida llamé al Hospital de Barcelona, expliqué los síntomas de la niña, me dijeron que no me preocupara que no eran graves y aunque aquello me tranquilizó, cuando por fin la recogí y noté que efectivamente respirar le costaba me puse tan nervioso como no lo había estado en mi vida y pasé el peor rato que soy capaz de recordar en lo que quedaba de trayecto al hospital.

No fue nada y no habría pasado nada si no la hubiera llevado, habrían bastado algunas aspiraciones más de Ventolín, que es lo que la madre de la amiga me dijo que le daría, pero mi instinto fue correr hacia mi hija; y más que su salud, su autoestima y su alegría y el respeto con que se trata a sí misma y exige que los demás la traten tiene que ver con este amor primero, constituyente, seguro de saber que su padre siempre estará con ella. Mi hija sabe que es importante porque ha crecido sabiendo que es importante para mí. Lo más importante junto a su madre Anna. Luego vendrán otras importancias, y la mía quedará como el sonido de un tren en la distancia. Lo sé. Pero todo lo que haya de venir podrá colocarse con solidez en su vida porque están puestos los cimientos.

No hacemos de padres. Somos padres. Somos los que corremos. Somos los que cambiamos pañales. Somos los que vamos al parque. Somos los que no nos divorciamos porque una familia unida es la estructura fundamental del hijo. Somos los que no nos reinventamos. Somos los que tenemos el deber de todo y derecho a nada, y mucho menos a enamorarnos y rehacer nuestra vida; somos los que siempre estamos. Somos los que cuando todo se derrumba permanecemos y te sacamos con nuestras manos de entre los escombros.

Corre hacia tu hija. Que sepa, que note que corres en medio de la noche dejando todo por ella. Que sepa que saltas de una bici o de un coche y que cuando llegáis al hospital ya todos la esperan. Corriendo hacia ella te alejarás del error y del peligro y tu vida tendrá algún sentido y no tendrás que inventarlo con relatos que te retratan. Y a la vez tu hija, sintiéndose tan urgente, tan importante, tan querida será mucho menos probable que resbale entre las sombras y esa gente que ya cuando estás es tarde para no acabar convertida en víctima.

Publicado en ABC.