Finalmente el juez Anthony Kennedy ha inclinado la balanza y el matrimonio como institución con reflejo legal queda destruido también en Estados Unidos. Al obligar a los estados donde no está reconocido legalmente el "matrimonio" homosexual a reconocer las uniones celebradas donde sí lo está, queda reconocido como un derecho constitucional. (Pincha aquí para leer la sentencia completa junto con sus votos discrepantes.)
Aunque varios pronunciamientos suyos anteriores habían favorecido las causas del lobby gay en asuntos de aplicación práctica, había cierta esperanza de que el Justice Kennedy se detuviese ante el concepto mismo de matrimonio y fallara en favor de la ley natural, la razón y la historia: porque es católico, porque fue nombrado por Ronald Reagan y porque durante la vista oral del caso hizo algunas preguntas a los litigantes sobre el carácter "milenario" de la institución matrimonial que invitaron a algunos a pensar que daría la sorpresa.
No ha sido así, y él es quien sostiene la sentencia final junto con dos jueces nombrados por Bill Clinton y otros dos designados por Barack Obama.
Los votos a favor del matrimonio han sido de un juez designado por Reagan (Antonin Scalia), uno designado por George Bush padre (Clarence Thomas) y dos designados por George Bush hijo (John Roberts y Samuel Alito). Los cuatro han formulado votos particulares que quedan adscritos a la sentencia para que la historia juzgue los argumentos de unos y de otros.
La trascendencia de esta derrota de la institución matrimonial va más allá del hecho de haber sucedido en el país más poderoso e influyente del mundo. Lo grave es que Estados Unidos es prácticamente el único lugar donde el debate al respecto mantiene las espadas en alto y donde había posibilidades de victoria.
Ahora la lucha va a ser más complicada, pero no ha concluido ni hay que tirar la toalla. El movimiento provida está allí más vivo que nunca cuarenta años después de la legalización del aborto, y está consiguiendo victorias sustanciales en las legislaciones de los estados.
La primera línea de resistencia que debe mantenerse es separar la cuestión del "matrimonio" homosexual de los derechos de los homosexuales. Obama presenta ahora esta decisión (igual que en su día José Luis Rodríguez Zapatero) como un triunfo de la igualdad y una extensión de derechos.
No es verdad. Antes los homosexuales podían casarse y de hecho muchos lo hacían: por supuesto, con una persona del sexo contrario (fuese un acierto o no hacerlo, que eso es otra cuestión). Nadie les preguntaba, a la hora de contraer matrimonio, sobre sus tendencias o costumbres sexuales.
Del mismo modo, en teoría (la consideración es ridícula desde el punto de vista real, pero tiene sentido para comprender qué se juega en esta partida), mañana mismo podría redefinirse el matrimonio como un contrato entre heterosexuales y, manteniendo la posibilidad de contraerlo a personas del mismo sexo, los homosexuales quedarían excluidos de él.
Es decir, cuando el matrimonio era entre personas de distinto sexo no se hacía discriminación alguna contra los homosexuales, y (al menos en teoría) manteniendo el matrimonio entre personas del mismo sexo esa discriminación es posible. Es decir, la discriminación es un hecho independiente de la definición del matrimonio, aunque se intente aparentar lo contrario.
Oponerse, pues, al matrimonio entre personas del mismo sexo no es defender una restricción de derechos a los homosexuales. Sobre tal base se está intentando establecer ya una dictadura ideológica que convierte la discrepancia en homofobia y, por tanto, en un delito de odio que no podría acogerse a la libertad de expresión ni a la libertad religiosa.
Oponerse al matrimonio entre personas del mismo sexo es, más bien, defender que el hombre y la mujer puedan casarse, derecho que han perdido porque la institución que las leyes les ofrecen ahora bajo ese nombre es una mera parodia de lo que en su día fue el fundamento mismo de la sociedad.
La ley, que regula minuciosamente, por ejemplo, la sutil diferencia entre un leasing y un renting mediante enrevesadas normas contables, fiscales, civiles, mercantiles o societarias, se declara sin embargo indiferente a todos los efectos ante el sexo de quienes componen la institución social básica, siendo así que de ella dependen la supervivencia biológica de la especie y la formación y educación de los seres humanos.
No se está, pues, elevando las uniones homosexuales a la condición de matrimonio, sino rebajando la institución del matrimonio al nivel de una unión homosexual. Y, de hecho, ya se está readaptando todo el complejo institucional familiar, el que elige la práctica unanimidad de la población y tiene base objetiva y biológica, para que encaje en las características de una forma de convivencia muy minoritaria y de base meramente subjetiva y voluntarista. La adopción de menores es el caso más dramático por su impacto sobre los más indefensos, pero todo el derecho de familia y la misma patria potestad van a resultar trastocados.
Desde el punto de vista de la politica interna de Estados Unidos, esta sentencia reafirma la importancia de las próximas elecciones a la Casa Blanca. Durante el mandato del próximo presidente, cuatro de los nueve jueces serán octogenarios. Son posibles vacantes por fallecimiento o dimisión, que deben cubrirse por designación presidencial. No es indiferente que ocupe el Despacho Oval una Hillary Clinton o un Jeb Bush, un Scott Walker o un Marco Rubio, por citar al trío que encabeza actualmente las encuestas para la nominación republicana.
Siendo los equilibrios tan precarios como evidencia esta sentencia, hay mucho en juego. Si, por 7 votos contra 2, Roe vs Wade condenó a muerte a 57.762.169 niños estadounidenses a lo largo de cuarenta años, por 5 votos contra 4, y en una sola tarde, desde el punto de vista legal Obergefell vs Hodges ha convertido 59.630.000 matrimonios estadounidenses en una broma de mal gusto.