He leído el reportaje publicado en Religión en Libertad titulado Pilar Rahola: «Si los políticos cumplieran los diez mandamientos, iríamos muy bien» que relata su charla en el café youcat con jóvenes de la Diócesis de Barcelona.
Me encanta ese intercambio, denota apertura mutua, entre los creyentes que la han invitado porque descubren algo de gran valor en su reflexión y, entre quienes como usted se dejan interpelar y acuden a un diálogo franco desde el respeto. En cierto modo, lo que realizan nuestros jóvenes en Barcelona y en tantos lugares del mundo, no es otra cosa que poner en práctica algo que Benedicto XVI propició: El Atrio de los gentiles. Encuentros de diálogo y reflexión entre personas de toda condición, religión y cultura por encontrar puntos en común para mejorar esta sociedad nuestra y de paso, favorecer la escucha entre el creyente y el no creyente. Un espacio para todo aquel en busca del Dios desconocido.
No he podido escuchar la charla completa. Primero porque está en catalán, poniendo empeño lo entiendo bastante bien y, segundo porque el sonido del video es pésimo. Así que mi gozo en un pozo. El tema escogido resultaba muy interesante.
Aquí en ReL se ha recogido como noticia su intervención y escojo este comentario suyo: “La gente que no somos creyentes, o que nos hemos desapuntado o estamos en camino de replanteárnoslo, tenemos que ser capaces de estar cerca de gente que es creyente pues esa luz de alguna manera también te ilumina y te ayuda a ser mejor”.
Me ha recordado a otra carta que escribí hace unos años a una actriz muy conocida – Aitana Sánchez Gijón-. En una entrevista me llamó la atención su honestidad y seriedad al abordar su agnosticismo, además de su respeto hacia el creyente. Creo que con usted me ha ocurrido lo mismo, y me dejo llevar por el sano impulso de escribirle desde el corazón creyente.
Entonces le decía a la Sra. Sánchez Gijón: “Para mí, simple creyente de fe católica, leer estas palabras de parte de una persona que se declara agnóstica también me produce fascinación, no envidia, pero sí me conmueve, maravilla e ilusiona”. En su caso, añado que lo que me gusta es lo de: “Estamos en camino de replanteárnoslo”.
Yo solo sé que la fe es un don de Dios que gratuitamente recibimos, ¿Por qué unos sí y otros no? No lo sé, ni creo que lo averigüe nunca, forma parte del Misterio, precisamente de la fe, creer sin ver y aceptar sin entender. Ahora bien, también sé que ese don está al alcance de todos. Pero, una vez recibido (en el Bautismo) implica un proceso de curre continuo.
Me refiero a que quien realmente se deja interpelar por la fe católica, necesariamente ha de optar por dejar de lado la conformidad, la falta de ejercicio de la razón y la dejadez ante la búsqueda. Me atrevo a decir que un católico que no se sienta buscador de la Verdad es que no ha entendido ni su fe, ni se la ha planteado seriamente. O que se conforma con creer que Jesús es el Hijo de Dios, su Salvador y amén hasta que se le abran las puertas del cielo. Creo que sucede más bien al contrario, ¡Es tan inabarcable y enorme la inmensidad de Cristo! que lo normal es que toda la vida te vaya en ello y con pasión. Quizá algo de eso se pueda atisbar de frases como esta: “¡Oh Señor mío, cómo parecéis Padre de tal Hijo y cómo parece vuestro Hijo hijo de tal Padre! (Sta. Teresa de Jesús. Camino de perfección – Cap. 27), y ya conocemos qué pasó en la vida de esta santa mujer, simple y llanamente quedó arrebatada de por vida, engolfada diría ella.
Nosotros, en esa búsqueda permanente recurrimos a lo que ni podemos inventar, ni fabricar: Palabra de Dios, sacramentos, oración, vida en comunidad en la Iglesia y el propio transitar como hijos de este mundo nuestro. Me da la impresión que el buen Dios quiere jugar con nosotros al escondite, y en cada acercamiento nuestro a donde está nos dejar ver algo de Él, y ese algo te engancha y provoca más sed (espiritual e intelectual). Él quiere dársenos a conocer a través de unos medios, humanos, espirituales, vitales, el propio quehacer de nuestra vida. Pero en nuestro caso, dentro de la Iglesia, si no, la cosa no cuaja del todo.
Qué duda cabe que si uno busca, encuentra. Dios prueba, pero no defrauda y a quien humildemente se lo pide: “Señor, que te descubra y te conozca y te ame”, Él se lo concede. No puede contradecirse a Sí mismo. Nuestro Dios es un Dios Amor y un Dios tremendamente íntimo y personal y se adapta al modo de cada uno.
Joseph Ratzinger, con su genialidad, resumía qué cosa sea eso de la fe católica: “Nosotros –los católicos- afirmamos que el que viva la fe fielmente y se deje formar por ella, se purificará de sus propios errores y flaquezas, y será un hombre bueno”. (Sal de la tierra. Peter Seewald).
Me recuerda esta definición a una conocida mía. Bien, esta mujer, pasados los cuarenta se puso a buscar a Dios y lo encontró, ¡Vaya si lo encontró! Decía: “Mira, cuando Dios te convierte es que hasta cambia tu ideología política ¡A mí me ha pasado!”.
Quiero decir que la búsqueda y el encuentro del tesoro acarrean consecuencias. Máxime si el asunto se toma lo suficientemente en serio como para darse cuenta que la salvación eterna de tu alma es lo que está en juego, ni más, ni menos. En lenguaje católico esto de la salvación eterna lo traducimos como un asunto de amor. Tú (Cristo) has dado la vida por mí, yo, como pueda, quiero corresponder a Tu amor.
Concluyo, quizá no lo sepa, muchas, muchísimas personas están rezando por Ud. y por tantos otros que ya se replantean la búsqueda de Dios. No me lo invento, está en el rezo de la Liturgia de las Horas, a diario se rezan preces por la mañana y por la tarde, siempre están incluidos los buscadores de Dios.
¡Yo le animo a hacerlo! No es cuestión de tiempo, no sé de qué es cuestión, pero como Dios está del otro lado, la certeza es que Él sabe cuándo y cómo se deja encontrar. Así ha sido a lo largo de la historia.
Igual ya conoce su vida, pero por si acaso no, le recomiendo busque alguna buena biografía de Edith Stein, un caso apasionante del verdadero buscador de Dios, ese buscador que el mismo Jesús definió perfectamente, y una vez convertido pasa a ser uno de estos: “en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque esos son los adoradores que quiere el Padre. Dios es espíritu, y los que lo adoran deben hacerlo en espíritu y en verdad” (Jn 4, 23-24).
Atentamente, Paloma
PD.- Si le parece bien, otro día hablamos de la “salida del armario de los católicos”.