Cada día estoy más convencido de que quien intenta ser puro, normalmente no lo conseguirá, mientras que quien intenta ser generoso y entregarse a los demás, de rebote será también puro, especialmente si cumple el mandamiento de San Pablo: “Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres” (Flp 4,4). A la persona que vive con alegría le cuesta mucho menos que a quien está triste, aburrido o enfadado no sólo hacer el bien, sino evitar o superar las tentaciones. Por ello al joven que se confiesa de este pecado (el hecho que se confiese, sobre todo si no hace excesivo tiempo, supone en él deseos de vivir una vida cristiana) le pregunto:
1. Cómo va su vida de amor y entrega a los demás (es decir, que se examine sobre todo qué hace por los otros, si procura ayudarles compartiendo sus momentos buenos y si no intenta amargar la existencia de nadie).
2. Cómo va su vida deportiva (los deportes, la gimnasia y el ejercicio físico sirven para quemar energías y desarrollar bien el cuerpo, aparte de ser un excelente entretenimiento. De paso insistir en la higiene y en el desarrollo del espíritu deportivo, con lo que conlleva de apertura a los demás. Evitar también la ociosidad).
3. Vida de oración y en especial la comunión. Es muy conveniente la confesión relativa, pero no excesivamente, frecuente. Estos remedios espirituales pueden suponer a veces avances espectaculares en la lucha contra este problema, pero aunque no suceda así, pues tampoco hay que exagerar su eficacia, sobre todo cuando las causas son otras motivaciones diferentes de la propia responsabilidad, indican o deben indicar al sujeto que por su parte hay ciertamente buena voluntad.
4. Lucha contra la tentación.
Hay que animar a los jóvenes a no descorazonarse ante sus repetidas caídas, descorazonamiento que puede llevarles a abandonar la Iglesia y los sacramentos, como si la masturbación fuese incompatible con una vida cristiana. Hay que decirles que a veces para ver una reducción en el número de masturbaciones, pese a su buena voluntad, hay que esperar meses o años, pues como hemos dicho se trata de una afectividad no bien integrada. Hagámosle ver que lo que Dios espera de él no es tanto su triunfo sino su lucha y que la propia Iglesia nos pide tengamos en cuenta, en los casos concretos, el comportamiento total de las personas, aunque por supuesto haya que incluir en este comportamiento total cristiano el esfuerzo por mantener la castidad.
Por tanto, a un joven que no luche ni tenga voluntad de mejorar no le debemos permitir el acceso a la comunión sin confesión tras su caída, aunque si se nos confiesa de esto hay que suponer que generalmente tiene esa voluntad de lucha. Igualmente debemos mostrar a los jóvenes que el pecado venial es una cosa seria, que toda la vida es un proceso de crecimiento y que el pecado mortal llega un día si el hombre no avanza hacia Cristo, porque puede depender en muchos casos de costumbres de pereza espiritual.
Éste es uno de los problemas pastorales más graves con los jóvenes y la causa del alejamiento progresivo de muchos de ellos de los sacramentos y de la Iglesia. Y sin embargo la masturbación se combate haciendo que otras cosas más importantes como la entrega a los demás, el amor al prójimo y las buenas acciones pasen a primer plano. De este modo, si bien la masturbación no desparecerá inmediatamente lo hará gradualmente a medida que el joven se vaya abriendo a los valores positivos de la vida. En resumen, hay que recomendar a los jóvenes, si quieren ser limpios o puros de corazón, que sobre todo sean generosos. La castidad supone optimizar la capacidad de amar. A quien busca ante todo el Reino de Dios y su justicia, todo lo demás se le dará por añadidura (cf. Mt 6,33).
Es desde luego muy conveniente una dirección espiritual que ha de insistir en que la masturbación tiene salida, aunque lenta, pues supone a menudo un problema afectivo no resuelto. Desdramatizar es mejor y más eficaz que culpabilizar.
Las confesiones esporádicas no sirven de mucho, por no poder profundizar plenamente en el fenómeno. Muchas veces lo único que se busca en la confesión es una especie de tranquilidad y paz, una descarga psicológica del conflicto que se padece. Pero de todos modos no es solución eficaz, porque no puede quitar el malestar psicológico, que es distinto del religioso. Por ello hay que procurar que quien está bajo este problema se esfuerce tanto en el crecimiento religioso como en la madurez humana. Y por supuesto hay que tener con él una actitud de escucha, diálogo y apoyo.
Hay que ayudar al joven a sublimar su energía sexual, poniéndola al servicio de formas de expresión que además de ser valiosas, le sirven para aliviar su tensión instintiva. Muchas ocupaciones realizadas por los adolescentes, deportivas, literarias, pictóricas y sobre todo apostólicas o sociales, pueden tener carácter sustitutivo.
Lo que acabamos de decir no vale únicamente para los muchachos, sino para todas las edades de la vida y por supuesto también para las personas casadas. En cuanto al otro sexo, también hay muchachas que, tarde o temprano, practican la satisfacción solitaria; pero en ellas es menos directa la relación entre el placer solitario y el desarrollo corporal. Por eso hay muchísimas más chicas que chicos que no practican la masturbación. Pero todas pueden llegar a una madurez femenina espiritualmente sana.
El Catecismo de la Iglesia Católica tiene un número muy bueno, dedicado a la masturbación, que además es la doctrina oficial de la Iglesia sobre este tema. Dice así:
“2352 Por masturbación se ha de entender la excitación voluntaria de los órganos genitales a fin de obtener un placer venéreo. “Tanto el Magisterio de la Iglesia, de acuerdo con una tradición constante, como el sentido moral de los fieles, han afirmado sin ninguna duda que la masturbación es un acto intrínseca y gravemente desordenado”. “El uso deliberado de la facultad sexual fuera de las relaciones conyugales normales contradice a su finalidad, sea cual fuere el motivo que lo determine”. Así, el goce sexual es buscado aquí al margen de “la relación sexual requerida por el orden moral; aquella relación que realiza el sentido íntegro de la mutua entrega y de la procreación humana en el contexto de un amor verdadero” (Congregación para la Doctrina de la Fe, Decl. Persona humana, 9). Para emitir un juicio justo acerca de la responsabilidad moral de los sujetos y para orientar la acción pastoral, ha de tenerse en cuenta la inmadurez afectiva, la fuerza de los hábitos contraídos, el estado de angustia u otros factores psíquicos o sociales que pueden atenuar o tal vez reducir al mínimo la culpabilidad moral”.