Estamos en Navidad, y un día así uno no puede por menos de recordar la frase del ángel a los pastores anunciándoles la Buena Nueva del nacimiento de Jesús: “Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad” (Lc 1,14).
Y efectivamente, hay mucha gente buena que se alegra de este nacimiento e intenta vivir con espíritu cristiano estos días de fiesta, lo que se nota en la mayor frecuencia de recepción de sacramentos y en los belenes que adornan tantos lugares y hogares, porque Jesús sigue estando vivo en muchos corazones y hogares.
Pero el ser humano es capaz de lo mejor y de lo peor. Junto a estas buenas personas y a su lado, en España hay cada año unos cien mil niños sido asesinados en el lugar que debiera ser para ellos el más seguro: el seno materno. Cien mil seres humanos a quienes se les niega el derecho más elemental: el derecho a la vida. Pero también hay otra víctima: su madre, como luego veremos.
Acabo de leer el libro de José Javier Esparza Jérôme Lejeune: amar, luchar, curar, en el que cuenta la vida de este científico francés, descubridor de la causa del síndrome de Down, la trisomía 21, es decir estos enfermos tienen en el par 21 de los cromosomas, un tercer cromosoma. Él lo descubrió como un paso necesario para lograr la curación de esta enfermedad, pero muchos de sus colegas se sirvieron de este avance científico para el mal, para privar de la vida a estos niños. Lejeune tomó decididamente partido por ser fiel a su conciencia y al juramento hipocrático que había realizado, es decir en favor de la vida, aunque ello le costase, como le costó, el no ser Premio Nobel. Él pensaba que la vocación médica suponía amar y tratar de curar a sus enfermos, luchando por su vida y no matarles, lo que evidentemente no le hacía ganar las simpatías de la floreciente y multimillonaria industria del aborto. Como católico que era tenía presente que para la Iglesia Católica “tanto el aborto como el infanticidio son crímenes nefandos” (Gaudium et Spes nº 51).
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Desde el punto de vista científico, Lejeune tenía muy claro como genetista que la vida de un ser humano empieza en la fecundación. Para él estaba muy claro que la Medicina está a favor de la vida y de la salud y en contra de la enfermedad y de la muerte y no le cabía en la cabeza que se intentase suprimir una enfermedad matando al enfermo. Lo científico y lo acorde con la moral cristiana es investigar y tratar de curar, no matar. Que la consecuencia de su descubrimiento de la trisomía 21 fuese matar a los afectados en el útero, en una nueva matanza de inocentes, era para él algo incompatible con la ciencia médica. Tratar de salvar vidas humanas no es ni reaccionario, ni retrógrado, ni integrista.
Hoy, gracias entre otros a Lejeune, cuándo empieza la vida humana ya no es cuestión de fe, sino de microscopio. Los firmantes del Declaración de Madrid de 2009, entre los que están lo mejorcito de la ciencia española afirman: “a) Existe sobrada evidencia científica de que la vida empieza en el momento de la fecundación. Los conocimientos más actuales así lo demuestran: la Genética señala que la fecundación es el momento en que se constituye la identidad genética singular; la Biología celular explica que los seres pluricelulares se constituyen a partir de una única célula inicial, el cigoto, en cuyo núcleo se encuentra la información genética que se conserva en todas las células y es la que determina la diferenciación celular; la Embriología describe el desarrollo y revela cómo se desenvuelve sin solución de continuidad; b) el cigoto es la primera realidad corporal del ser humano... g) El aborto es un drama con dos víctimas: una muere y la otra sobrevive y sufre a diario las consecuencias de una decisión dramática e irreparable; h) Es por tanto preciso que las mujeres que decidan abortar conozcan las secuelas psicológicas de tal acto y en particular del cuadro psicopatológico conocido como el ‘Síndrome Postaborto’ (cuadro depresivo, sentimiento de culpa, pesadillas recurrentes, alteraciones de conducta, pérdida de autoestima, etc.)”.
En el episodio del Juicio Final (Mt 25, 31-46), Jesús nos dice que lo que hacemos a cualquiera de los pequeños, se lo hacemos a Él. Si comparamos a cualquier centro abortivo con Herodes, creo que Herodes sale igual o mejor librado y no hay que olvidarse que al final de nuestra vida hemos de dar cuenta de ella a Dios. Creo que los que defienden lo políticamente correcto deberían pensar a qué figura bíblica se parecen más. Esforcémonos todos en parar la matanza de inocentes y en dar a la Medicina su dignidad, como lo intentó Lejeune.