"En una ocasión le pregunté al Cardenal Ratzinger cuántos caminos puede haber para llegar a Dios. Yo ignoraba cuál podría ser su respuesta. Podía contestar que pocos o muchos. El Cardenal no necesitó mucho tiempo para responderme: “tantos como hombres”. (“La sal de la tierra” – Prólogo: Peter Seewald).
Si nos preguntamos: ¿Cuántos tipos de predicadores necesita la Iglesia para que los fieles lleguen más a Dios y aumente su santidad? Atendiendo a la sabiduría del Papa emérito, la respuesta podría ser similar: “tantos como hombres”, o “tantos como predicadores”.
El buen pedagogo sí sabe presentar el fin que busca enseñar, pero no siempre. Dependerá de su método. En el buen pedagogo, no importa tanto el contenido, qué enseñe, sino el cómo lo enseñe. Sin embargo, en el buen predicador sí importan las dos por igual: el qué y el cómo, me atrevería a añadir una tercera: el desde, realmente es lo que más percibe el creyente.
Antes de ahondar en los qué y cómos del predicador, abordamos los 3 posibles niveles con que un predicador medio se puede encontrar:
fieles de domingo,
fieles con “algo” de vida espiritual,
fieles con profunda vida espiritual.
Se omiten los fieles ocasionales cuya práctica es meramente social.Parecerán afirmaciones simples y de sentido común, la experiencia nos enseña que lo simple y lo común suele acercarnos a la realidad y a la sabiduría de Dios. En próximos artículos hablaremos del reto que supone llegar a los 3 niveles de fieles desde un único mensaje, ahí entran los cómos.
Nivel 3: “Fieles con profunda vida espiritual”. Breve radiografía:
Personas que acuden a diario a Misa, o lo procuran, que buscan y logran en su día espacios para la oración, comprometidos con su parroquia o bien en alguna asociación eclesial. Rezo diario de la liturgia de las horas o de oraciones propias. Vida sacramental natural y periódica. Nivel de formación religiosa variado, en este grupo encontramos a la señora Pepa con una piedad y una solidez doctrinal incuestionable, pero no le preguntes quién fue San Jerónimo y qué hizo porque podría responder: “mire usted bastante es que he aprendido a reconocer a la Santísima Trinidad como para que usted me pregunte si ese santo fue búlgaro o inventó la lengua vulgata”. Así, podemos encontrar en este nivel al discreto apóstol que lleva décadas comprometido en su diócesis y ha asistido a todos los cursos posibles de formación católica, hombre implicado en todo tipo de actividades de caridad. Con un grado de vida de oración pleno, altísimo. Sabrá todo y más de San Jerónimo, pero quizá esté enfermo, o bien, haya enviudado, o bien, las carencias y desprendimientos hayan llegado a su vida, a su familia, a su entorno y, ahora deambule por la incertidumbre de no poder ayudar apostólicamente como quisiera y bregar con las dificultades de la vida, y todo ello, en medio de la noche oscura más opaca.
Qué se podría esperar de un pastor-predicador ante estas personas que englobamos en el nivel 3 (óptimo). ¿Misas de diario sin predicación alguna? ¿Misas rápidas sin apenas fervor de principio a fin? ¡No! ¡Estos son tus santos!, esa pequeña comunidad con la que a diario te encuentras y miras sus rostros, ¡son tus santos!, los que acuden al contacto diario con el Señor por amor, por necesidad, porque ya existe una relación de amor con Él y con la Iglesia. Si ahondamos en lo profundo de nuestra fe ¿qué cosa sea eso del Cuerpo Místico? ¿No serán estos pequeños grupos de fieles diarios, humildes, orantes, sin ruido de dónde el Señor saque el agua que nos riega y anima al resto?
Trágico sería si tras años de fervorosa piedad estas personas siguieran incultas en formación religiosa, en la práctica y conocimiento de las virtudes, de la vida espiritual, sin haber realizado unos ejercicios espirituales en su vida, sin haber leído libros, sin haber aprendido, avanzado y profundizado en su vida de oración, sin compromiso apostólico. ¡Sí! la Gracia la da el Señor, sin duda, pero el Señor quiere servirse de instrumentos, si el instrumento enmudece, no invita, no interpela, no presenta la belleza de la fe, no se apasiona, si no descansa y se expansiona ante el Señor junto a su comunidad, ¡Poco lugar encontrará la Gracia para aposentarse en el alma del fiel!
Y viene la pregunta al pastor – predicador: ¿Cómo observo, trato, oro por y pido al Señor luz para guiar y predicar a estos mis primeros santos? ¿Qué doy por hecho? ¿Les conozco a fondo realmente? ¿Qué debería yo mejorar, cambiar o erradicar si les pongo entre mis prioridades de vida pastoral?
Una vez, una religiosa contemplativa ponderaba el termómetro indicador para saber si una comunidad contemplativa vivía o no en sana tensión de vida espiritual y de unión con Dios. Afirmaba que el termómetro era el grado de silencio, tanto interior como exterior.
En nuestro caso, prescindimos de indicadores, pero sí nos atrevemos a decir que a más pasión, amor, fe y constancia del pastor-predicador, más santidad habrá entre su comunidad de fieles, independientemente del número de personas en esa comunidad. Bastarán una señora Pepa y un señor Andrés.
Entonces, ¿Cuántos tipos de predicadores necesita la Iglesia para que los fieles lleguen más a Dios y aumente su santidad? Pues… “tantos como hombres”, son sacerdotes del Señor, y eso, ya es muchísimo.
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