La victoria del «sí» al «matrimonio» entre personas del mismo sexo en Irlanda, ampliamente prevista, constituye una lección para quien defiende a la familia en otros países, y tiene que impulsar tanto a las organizaciones pro familia como a las comunidades religiosas contrarias al «matrimonio» homosexual a reflexionar sobre los errores que no se deben cometer. Al mismo tiempo – considerando que nadie se atreve a decirlo – es necesario explicar que en Irlanda un acto gravemente incorrecto ha manipulado sustancialmente la consulta.
Empecemos por esta última afirmación que puede parecer fuerte pero corresponde a la realidad. En todos los países de Europa Occidental las encuestas en temas de parejas homosexuales – que también son un campo de batalla dependiendo del cómo se hacen las preguntas y a quien – dan dos resultados constantes. Primero, la mayoría de los europeos occidentales – a diferencia de lo que pasa en el Este – es favorable al reconocimiento de una serie de derechos y deberes que se derivan de la convivencia homosexual: visita al conviviente en la cárcel y en el hospital, participación en el contrato de arriendo, una cierta protección en caso de muerte del conviviente.
Este periódico ha explicado muchas veces – ahora se dan cuenta muchas editoriales, y nos da gusto – que estos derechos ya existen en Italia, pero la situación cambia de país a país. Segundo, la mayoría de los europeos, también en Occidente, es contraria a las adopciones homosexuales. Quieren que los niños crezcan con un papá y con una mamá, y no con dos papás sin mamá o con dos mamás sin papá. Además la gran mayoría es contraria al arriendo de útero.
Como consecuencia en cualquier campaña política o referéndum sobre las uniones homosexuales el argumento más fuerte y coherente es: «Atención: si pasa el “matrimonio” homosexual, incluso escondido bajo nombres eufemísticos como lo hace en Italia el diseño de ley Cirinà, las adopciones homosexuales vendrán como consecuencia – y lo seguirá el arriendo de útero». También en Irlanda, cuando se empezó a discutir sobre el «matrimonio» homosexual, el argumento de las adopciones era el que más impresionaba a la opinión pública, y daba a los que apoyaban al «no» serias esperanzas de ganar. Estas esperanzas se reforzaron en el 2013 por la sentencia «X contra Austria» de la Corte Europea de los Derechos del Hombre, la que afirmaba con claridad que ningún país europeo es obligado a introducir «matrimonio» o las uniones civiles homosexuales – no es verdad que «lo impone Europa» – pero que, si lo introduce, no puede luego discriminar a las parejas homosexuales respecto a aquellas formadas por un hombre y una mujer, sobre las adopciones. Es verdad que explicar los misterios de la jurisprudencia Europea a la opinión pública no es fácil.
Pero el mensaje estaba pasando en Irlanda, como debería pasar en Italia: atención, si en el referéndum gana el «sí» al matrimonio homosexual – en Italia podemos decir «si pasa la ley Cirinà» – llegaran también las adopciones y el arriendo de útero. Y como, la mayoría de los electores en Irlanda era contrarias a las adopciones, cada persona convencida de la verdad de esta tesis se transformaba en un votante por el «no».
El gobierno irlandés – y los dos principales partidos políticos del país – eran tan favorables al «matrimonio» homosexual hasta expulsar de las propias filas a los contrarios. Por lo tanto encontraron un método muy simple para garantizar la victoria en el referéndum: con la fuerza de los números en el parlamento introdujeron la adopción homosexual antes del referéndum. En tiempo record el gobierno introdujo en enero de 2015 una ley que permitía a las parejas homosexuales – casadas o no, da lo mismo, y en esa época el «matrimonio» todavía no existía – el derecho pleno a cualquier tipo de adopción, fue aprobada en la Cámara en febrero y en el Senado en marzo. Se transformó en ley el 6 de abril de 2015. Así se desmontaba el principal argumento de la campaña contra el «sí» al «matrimonio» homosexual: «quieren votar “no” porque son contrarios a las adopciones? Pero si las adopciones ya están permitidas, y lo seguirán siendo con cualquier resultado del referéndum». Para que no les faltara nada el gobierno había anunciado también una ley para «regular» el arriendo de útero, precisando que también esta ley no sería influenciada por el resultado del referéndum.
Y por lo tanto así fue manipulado – no se me ocurre otra palabra – el referéndum. Sobre un tema que dividía tan profundamente a los irlandeses, el gobierno había anunciado una cosa nueva respecto al resto del mundo: sería el pueblo quien decidiría con el referéndum. Una gran cosa. Solo que el corazón del referéndum – desde el punto de vista sociológico y político, no obviamente del jurídico y cultural, porque la doctrina social de la Iglesia y el sentido común condenan el «matrimonio» homosexual y las adopciones – eran las adopciones. Cuando la idea del referéndum fue propuesta, «matrimonio» y adopciones formaban un conjunto políticamente indisoluble. Con la ley del 6 de abril 2015, la materia de las adopciones fue quitada de la voluntad de los ciudadanos y decidida antes del referéndum y por ley. Si esto no es vaciar el referéndum de su sustancia, me pregunta qué cosa lo sea.
De hecho, ¿qué les quedaba para decidir a los irlandeses? Solo si las uniones civiles entre personas del mismo sexo, introducidas en Irlanda en el 2010, debían llamarse «matrimonios» o no. Las uniones civiles irlandeses como aquellas que existían en Inglaterra antes que cambiaran de nombre a «matrimonio» en el 2013 y como aquellas que quiere introducir en Italia el diseño de ley Cirinà eran en todo igual al matrimonio, menos en las adopciones. Introducida la adopción por ley, las uniones civiles en Irlanda eran totalmente idénticas al matrimonio en todo, menos en el nombre. Es cierto, los que apoyaban el «no» al referéndum perdieron la voz de tanto repetir que los nombres son importantes. Pero una cosa es votar sobre la sustancia de las cosas, y otra sobre el nombre. El referéndum irlandés del 22 de mayo dejaba a los ciudadanos la posibilidad de decidir solo sobre el nombre. No sobre el resto.
Se pueden rescatar dos lecciones para Italia. Primero: el frente pro familia tiene que estar atento a la posibilidad que alguien, a la italiana, tal vez los jueces más que el gobierno, vuelva a proponer el juego de las tres cartas irlandesas, introduciendo la adopción por las parejas homosexuales y cuando ya existan también el arriendo de útero, para vaciar de contenido el debate sobre las uniones civiles y el «matrimonio» entre personas del mismo sexo. Señales en este sentido no faltan.
Segundo: la batalla se debe realizar respecto de las uniones civiles, que no son un modo de reconocer el derecho de los convivientes a la visita en el hospital y en la cárcel – repitámoslo: ya existen en Italia – sino un «matrimonio» bajo un falso nombre. Lo dijo el padre espiritual de las uniones civiles en Italia, el subsecretario Scalfarotto entrevistado por «Reppublica» el 16 de Octubre de 2014: «las uniones civiles non son un matrimonio más bajo, sino lo mismo. Con otro nombre por una cuestión de realpolitik». Irlanda, después de Inglaterra, muestra cómo funciona la «realpolitik».
Cuando en 2013 a las «uniones civiles» irlandesas se les cambio el nombre a «matrimonio» la mayoría de los ingleses se dio cuenta tarde, porque pensaban que ya existía el «matrimonio» homosexual. También la prensa se había aburrido de escribir que el Señor Smith y el Señor Jones se habían «civil unido» y había empezado a escribir simplemente que se habían casado. El cambio de nombre a «matrimonio» aparecía a la mayoría como algo menor e inevitable.
Ahora los activistas LGBT exultan por el resultado irlandés. Pero es una batalla que ya habían ganado en el 2010 cuando introdujeron en Irlanda las uniones civiles en todo iguales al matrimonio, menos en las adopciones, introducidas forzadamente antes del referéndum. La enseñanza es clara: si no se quieren los «matrimonios» y las adopciones hay que parar las uniones civiles. Después es muy tarde. En Italia el diseño de ley Cirinà hay que pararlo ahora. Posponer la batalla a cuando cambien el nombre de las uniones civiles en matrimonio significa perderla. Por esto combaten los movimientos pro familia, y por esto vigilan los «Sentinelle in Piedi».
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