En la Ley Orgánica 2/2010, de 3 de marzo, de salud sexual y reproductiva y de interrupción voluntaria del embarazo, más conocida como Ley del Aborto, podemos leer lo siguiente: “Artículo 5. Objetivos de la actuación de los poderes públicos. 1. Los poderes públicos en el desarrollo de sus políticas sanitarias, educativas y sociales garantizarán: a) la información y la educación afectivo sexual y reproductiva en los contenidos formales del sistema educativo. b) El acceso universal a los servicios y programas de salud sexual y reproductiva… e) La educación sanitaria integral y con perspectiva de género sobre salud sexual y salud reproductiva... Artículo 8. La formación de profesionales de la salud se abordará con perspectiva de género”.
A primera vista las palabras “perspectiva de género” pueden parecernos inofensivas y de hecho la gran mayoría de los españoles, incluidos muchos políticos, ignoran el veneno que hay en estas, aparentemente, sencillas frases. De hecho, pensamos que vivimos en una sociedad libre y democrática, y aunque hemos oído hablar de lo políticamente correcto como aquello que generalmente va contra el sentido común, no le damos mayor importancia. Y, sin embargo, una de las expresiones más importantes de lo políticamente correcto, no es otra cosa que la ideología de género.
Pero ¿qué es la ideología de género? Se trata de un pensamiento fundado en un hedonismo individualista y egoísta, que desarticula la natural sociabilidad humana, rechazando la sexualidad natural y estable de la pareja humana, tachándola de represora. La ideología de género quiere establecer la sociedad del hedonismo, pues considera que los seres humanos pueden alcanzar la felicidad en la realización de sus propios deseos sexuales sin límite moral, legal e incluso corporal alguno, utilizando para ello la eugenesia, el control de natalidad incluido el aborto y la supresión de la diferencia sexual. Consiste en una sexualización total de la vida. No existen diferencias sexuales por naturaleza, sino sólo roles o papeles sociales opcionales en la conducta sexual del individuo.
Como varias otras ideologías de nuestra época, la ideología de género, amamantada en el marxismo, también se basa en el odio. Mientras en el Cristianismo la pareja humana trata de realizarse en el amor mutuo, la ideología de género se basa en la lucha entre los sexos. Así como el marxismo busca la sociedad sin clases, esta ideología busca la sociedad sin sexos. Aunque indudablemente hay conflictos y violencia en las parejas humanas, esto no es la regla universal, y muchísimas parejas logran vivir una relación fundada en su amor mutuo. Se trata en esta ideología de conseguir la liberación sexual mediante la destrucción de la familia. Y es que en el matrimonio el marido es el explotador burgués y la mujer la proletaria esclavizada. La pareja está, por tanto, en rivalidad constante. Como dice una de sus ideólogas, Celia Amorós, la supresión de la familia es el objetivo fundamental a conseguir.
La revolución sexual que se pretende trata de eliminar la distinción de sexos. Además la mujer tendrá el absoluto control sobre su reproducción, incluido el aborto. Y finalmente la total liberación sexual, incluido el derecho absoluto a tener relaciones sexuales con quien quiera, sin problemas de edad, número, estado civil, parentesco (incesto) o el género.
Personalmente, había llegado a una conclusión: la ley española sobre el aborto y el género era sencillamente diabólica, pues defiende exactamente lo contrario que la moral católica. ¿Pero quién era yo para decir semejante cosa? Hasta que hubo un cardenal que en una Carta a las Carmelitas Descalzas de su ciudad también lo dijo: “Se trata del proyecto de ley sobre matrimonio de personas del mismo sexo. Aquí está en juego la identidad, y la supervivencia de la familia: papá, mamá e hijos. Está en juego la vida de tantos niños que serán discriminados de antemano privándolos de la maduración humana que Dios quiso se diera con un padre y una madre. Está en juego un rechazo frontal a la Ley de Dios, grabada además en nuestros corazones. Recuerdo una frase de Santa Teresita cuando habla de su enfermedad de infancia. Dice que la envidia del Demonio quiso cobrarse en su familia la entrada al Carmelo de su hermana mayor. Aquí también está la envidia del Demonio, por la que entró el pecado en el mundo, que arteramente pretende destruir la imagen de Dios: hombre y mujer que reciben el mandato de crecer, multiplicar y dominar la tierra. No seamos ingenuos: no se trata de una simple lucha política, es la pretensión destructiva al plan de Dios. No se trata de un mero proyecto legislativo (éste es sólo el instrumento) sino de una ´´movida´´ del padre de la mentira que pretende confundir y engañar a los hijos de Dios”.
Por cierto: ¿quién es ese cardenal? Hoy ya no es cardenal. Hoy le conocemos como Papa Francisco. Por cierto también Benedicto XVI en su último discurso a la Curia de Roma afirma cosas parecidas: “Según esta filosofía, el sexo ya no es un dato originario de la naturaleza, que el hombre debe aceptar y llenar personalmente de sentido, sino un papel social del que se decide autónomamente, mientras que hasta ahora era la sociedad la que decidía. La falacia profunda de esta teoría y de la revolución antropológica que subyace en ella es evidente. El hombre niega tener una naturaleza preconstituida por su corporeidad, que caracteriza al ser humano. Niega la propia naturaleza y decide que ésta no se le ha dado como hecho preestablecido, sino que es él mismo quien se la debe crear. Según el relato bíblico de la creación, el haber sido creada por Dios como varón y mujer pertenece a la esencia de la criatura humana. Esta dualidad es esencial para el ser humano, tal como Dios la ha dado. Precisamente esta dualidad como dato originario es lo que se impugna. Ya no es válido lo que leemos en el relato de la creación: ‘Hombre y mujer los creó’ (Gn 1,27). No, lo que vale ahora es que no ha sido Él quien los creó varón o mujer, sino que hasta ahora ha sido la sociedad la que lo ha determinado, y ahora somos nosotros mismos quienes hemos de decidir sobre esto. Hombre y mujer como realidad de la creación, como naturaleza de la persona humana, ya no existen. El hombre niega su propia naturaleza”.