Volvemos a la tranquilidad y la calma, a la realidad de la vida ordinaria de todos los días, con una preocupación y una inquietud común, básica, que todos sentimos, avivada estos últimos días: ayudar a mejorar nuestra sociedad, colaborar en la renovación de nuestra humanidad, hacer entre todos una humanidad verdaderamente nueva. La educación es un punto clave para responder a esta preocupación e inquietud. Nos encontramos a fi nales del curso escolar y los padres, si no lo han hecho ya, cuando soliciten o reserven plaza para sus hijos en los diferentes colegios, escuelas o institutos, para el próximo curso, tendrán la oportunidad de elegir la enseñanza religiosa escolar. Es ésta una decisión importante que no se puede trivializar. La enseñanza religiosa es un aspecto fundamental en la formación integral de la persona, además de ser un elemento imprescindible en el ejercicio del derecho de libertad religiosa, tan básico como que es la garantía de todas las demás libertades. Los padres habrán de defender y reclamar este derecho que os asiste. Inhibirse o no reclamar todo lo legítimamente exigible en este terreno vale tanto como dejar libre el camino al recorte de otras libertades y a la desmoralización de la sociedad.
Para los católicos, es un deber muy serio y una necesidad grande la formación religiosa y moral en los centros escolares, en los que se forma el hombre y la sociedad de mañana. Es una cuestión en la que está en juego la persona y la sociedad. La enseñanza religiosa en el ámbito escolar es decisiva para «aprender a ser hombre», «aprender el arte de vivir» y realizarse como persona con sentido, libre y verdadera. Lo que se haga en este terreno contribuirá al rearme moral de nuestra sociedad y a la humanización de la misma. Sin esta humanización no hay progreso digno de llamarse así. La enseñanza religiosa católica en la escuela ha de ofrecer el Evangelio de Jesucristo, para que, conocido, sea aceptado y surja una humanidad nueva hecha de hombres y mujeres nuevos con la novedad de ese Evangelio. No podemos contentarnos, con ser mucho, con una mera enseñanza de valores. Con ser importantísima y grande la quiebra moral de nuestra sociedad, el peor mal que la está aquejando es la ausencia de Dios, el vivir sin Dios, –como vengo repitiendo hasta la saciedad en esta página, sin cansarme de hacerlo–. Desaparecido Dios del horizonte de la vida y relegado a los márgenes de la existencia, se pierde la base donde se sustenta todo valor; y así se origina una profunda quiebra de humanidad. Es necesario que la escuela, en el proceso educativo de los niños y jóvenes, muestren los rasgos y las raíces de un profundo humanismo, que tiene su fuente en Jesucristo. La alegría, la esperanza, la sencillez, la misericordia, la generosidad, la entrega de sí mismo en el servicio a los demás, la comprensión, la no violencia, el perdón, la reconciliación, la paz, el diálogo amistoso, el amor fraterno, la caridad evangélica, la libertad verdadera, la austeridad, la capacidad de sacrifi carse por los otros, ..., son todo valores que nos enseñó y encarnó Jesucristo; quien quiera entrar en la escuela de estos valores que entre en la escuela de Jesucristo. Y, sobre todo, la existencia de un Dios, Padre, que nos hace hermanos enviando como Salvador a Jesucristo, su Hijo, y nos anima con su Espíritu. El tipo de personalidad que alcancen los
niños y los jóvenes cristianos dependerá en buena parte de que en la escuela se les ofrezca y aprendan esta enseñanza. Dejemos a la escuela desnuda de todo esto y
tendremos hombres y mujeres sin cimientos sufi cientes para sobrevivir esperanzadamente frente a la fuerte secularización y la cultura materialista y hedonista de esta sociedad nuestra a la que le faltan, con frecuencia, valores fundamentales para unos comportamientos morales dignos del hombre. Los padres que quisieron que fueran bautizados sus hijos, coherentes con lo que hicieron y fi eles a lo que prometieron en su día –educar a sus hijos cristianamente, en la fe–, tienen el grave deber de poner los medios necesarios para la formación cristiana de sus hijos. Hoy es muy difícil hacer una
persona cristiana y moralmente cabal sin la enseñanza religiosa en la escuela, colegio o instituto; para alcanzar hoy la madurez cristiana, un niño y un adolescente necesitan fundir lo que aprenden y saben de la fe con lo que aprenden y saben de la sociedad, la historia y la naturaleza. Para lograrlo, el lugar propicio es la escuela. Y lograrlo está importando mucho en nuestros días.
Desde aquí, ruego a los padres encarecidamente, no impongo, que soliciten libremente, pues, la enseñanza de la religión y moral católica en el próximo curso escolar para sus hijos, a los que tanto quieren y para los que desean lo mejor. Es lo mejor que pueden hacer en favor de ellos; además de cumplir con su deber y responsabilidad de padres. No se trata de un privilegio, ni es una mera concesión que se les hace. Les asiste todo el derecho, que debe quedar garantizado sin límites ni cortapisas: esto también es tarea que incumbe a la escuela donde se debe enseñar el arte de vivir.
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