Se dice por ahí que la nunciatura de “Madrit” ha dado un toquecito de atención a dos monjas correcalles de Cataluña: la argentina sor Lucía Caram, dominica contemplativa, y sor Teresa Forcades, benedictina de Montserrat, famosísimas por su vedetismo político con hábito y toca.
Se dice también que la autoridad eclesiástica les ha puesto en el disparadero de elegir entre la vida consagrada o los mítines de barricada, como hicieron en su día la Pasionaria –finalmente pareja espiritual del padre Llanos-, Federica Montseny, Margarita Nelken, Victoria Kent y tantas otras heroínas de rompe y rasga.
Es lógico que el nuncio les haya dicho, si efectivamente les ha dicho algo, que no se puede estar en misa y repicando, o jugar con dos barajas. Es decir, que dentro o fuera del claustro, pero eso de hacer un revoltijo para dar el pego, sobre todo mediático, parece poco limpio, o poco serio.
Si las “sores” optan por la vía política, tendrán que dejar la toca y el hábito en el baúl de la ropa vieja, y pasar a ser personas corrientes y molientes, o sea, “la” Lucy y “la” Tere, con vestidos o disfraces seculares. Ciertamente será cosa de ver a la Lucy tal vez empantalonada marcando michelines, y a la Tere acaso imitando a las mocitas tertulianas de los programas de cotilleo de Tele5, que llevan ropaje tan encogido que cuando se sientan no saben como cruzar las piernas para que no mostrar la marca de la lencería íntima si no ha pagado el anuncio, supuesto que lleven lencería.
De cualquier forma, política y hábito son incompatibles, se dan de bofetadas. Si sospechoso era –y lo sigue siendo- el afán de no pocos clérigos y religiosas de esconder en público su condición de personas consagradas, contribuyendo con ello al secularismo ambiente que nos agobia, no lo es menos el exhibicionismo de su estado monjil de estas dos hermanas al servicio de causas como poco discutibles o en ciertos aspectos abiertamente..., cómo diría yo, pues eso, que no.
Decir, como he dicho, eso “la” Lucy o “la” Tere, no es una expresión despectiva o peyorativa. Nada de eso. Los buenos catalanes –toda mi familia materna y buena parte de la materna lo son- saben que en el lenguaje popular, en el de la calle, eso de anteponer el artículo al nombre es lo más corriente del mundo, lo habitual, de modo que se dice “el” Jordi y “la” Montse, y nadie lo toma a mal, sino al contrario.
Personalmente sospecho que tanto ruido al final todo quede en una pequeña penitencia de abstinencia “habitual” –de hábito- en tiempos de hervor político como en las últimas semanas de campaña electoral, pero no mucho más. Eso de poner a curas y religios@s en su sitio, no se lleva, está demodé.
Además tanto la Caram como la Forcades son entusiastas partidarias de la opción preferencial por los pobres, el viejo truco de Gustavo Gutiérrez, Leonardo Boff y compañía para meter de matute arenilla abrasiva en los cojinetes de la Iglesia. Ese truco que ponía de los nervios a Juan Pablo II (San Juan Pablo II), porque sabía de sobra qué cubría la vaina. Lo había sufrido en sus propias carnes.
Ahora, como eso de la opción por los pobres ha sido casi elevada en Roma a la categoría de dogma de la nueva ortodoxia católica, pues resulta que tal preferencia viene a ser como un aval que lo disculpa o atenúa todo. Así que no creo que ninguna de estas dos monjas correcalles se vean en el trance de Santa Juana de Arco. Sobre todo la Caram, que está demostrando ser mucho más cuca que la montserratina. Ello, por supuesto, para favorecer a los pobres, pero junto a los ricos y poderosos de la Catalunya “nostra” y rupturista, que a la postre es mucho más confortable, aunque no salgan de pleitos por mangancia.
Por lo demás, qué puedo decir. Ya saben, si no son ustedes pobres, o sea, si son simplemente asalariados con trabajo, profesionales liberales, clase media y sobre todo grandes empresarios, aunque den de comer a millares, a cientos de millares, acaso millones de empleados a lo largo y ancho del mundo, olvídense de merecer el menor arrumaco cariñoso o comprensivo de los eclesiásticos distribuidores exclusivos del amor infinito de Dios en la Tierra.
Yo, en este aspecto, estoy muy tranquilo, porque toda mi vida he sido un pobre de solemnidad, aunque no de pedir. Tuve casi siempre un sueldo decoroso como plumilla de la canallesca, pero repartido entre nueve y a veces diez de la cooperativa familiar (la “pareja”, siete retoños y con frecuencia alguna abuelita), raramente alcanzábamos el mínimo vital por persona que establecían los baremos demagógicos de Cáritas para dejar de ser pobre oficial. Y ahora viejo, solitario, achacoso, pensionista y dependiente sin ayuda, debo de tener el cielo asegurado. ¡Uf, qué alivio! Hablaremos otro día de esto de la opción preferente por los pobres, que ya me está a mí..., bueno, ya me está a mí.