Cuando hemos tenido que señalar los coqueteos de Francisco con teologías kasperosas, o los excesos de su verbalismo porteño, lo hemos hecho sin titubeo. Sin embargo, observamos que, desde sectores neocones y liberaloides, se trata de aprovechar el descontento que tales coqueteos o excesos provocan para infiltrar entre los católicos más despistados la creencia de que las declaraciones del Papa sobre cuestiones sociales y económicas sustentan tesis de tipo marxista y son contrarias al magisterio de sus predecesores. De este modo, tales sectores pretenden, una vez más, llevar a su redil y apacentar a los católicos despistados, haciéndolos creer que la defensa del capitalismo forma parte del núcleo de la doctrina social de la Iglesia.
Francisco nada ha dicho sobre tales materias que desafíe el magisterio de sus predecesores. En Rerum Novarum, León XIII ya denunciaba las injusticias de la sociedad capitalista, en la que «un número sumamente reducido de opulentos y adinerados ha impuesto poco menos que el yugo de la esclavitud a una muchedumbre infinita de proletarios». Más incisivamente aún, Pío XI afirmaba en Divini Redemptoris que «el liberalismo ha abierto la senda del comunismo», pues la «economía liberal» había dejado a los trabajadores en el mayor «abandono religioso y moral»; y en Quadragesimo Anno denunciaba la concentración del dinero en unas pocas manos y la emergencia de un «imperialismo internacional del dinero», propiciado por una «dictadura económica» fundada en el «deseo de lucro» y «la desenfrenada ambición de poderío». En el mismo sentido se pronunciaron Pío XII, Juan XXIII y Pablo VI.
Los sectores neocones y liberaloides, ignaros en doctrina social católica, pretenden engañar a los católicos despistados oponiendo a Francisco la figura de Juan Pablo II, al que presentan indecorosamente como un paladín del capitalismo. Pero en el magisterio de Juan Pablo II hallamos una reflexión muy honda sobre la dignidad del trabajo (Laborem Exercens), una diatriba contra las estructuras de pecado sobre las que se asienta un orden económico sediento de poder y de dinero (Sollicitudo Rei Socialis) y una advertencia clamorosa sobre los peligros de un capitalismo sin frenos (Centesimus Annus). En esta última encíclica, Juan Pablo II denunciaba la marginación de los trabajadores, que en algunos casos llegaba a ser «explotación inhumana», debido a las «carencias humanas del capitalismo».
También afirmaba aquí Juan Pablo II que es «inaceptable la afirmación de que la derrota del socialismo deje al capitalismo como único modelo de organización económica»; y llegaba a emplear el concepto marxista de «alienación» aunque dándole un sentido muy diverso para referirse a la situación que se genera cuando la economía se organiza «de manera tal que maximaliza solamente sus frutos y ganancias y no se preocupa de que el trabajador se realice como hombre». Para terminar afirmando que un capitalismo «en el cual la libertad, en el ámbito económico, no está encuadrada en un sólido contexto jurídico que la ponga al servicio de la libertad humana integral» (o sea, un capitalismo como el que padecemos) no puede considerarse una «economía libre». Y recordaba que la Iglesia debe mostrar siempre una «opción preferencial por los pobres».
Eso es lo que, en materia social y económica, está haciendo Francisco. A las tres o cuatro lectoras que todavía nos soportan les aconsejamos que no se dejen embaucar por cánticos de sirena que tratan de contraponer un inexistente Francisco «marxista» a un inexistente Juan Pablo II «paladín del capitalismo».
Artículo publicado originalmente en ABC.