Polonia ha sido un firme bastión católico en Europa a lo largo de los años, incluida la época reciente en que la defección, la apostasía silenciosa, ha penetrado a fondo en muchos otros países.
Por Polonia he sentido siempre una gran simpatía. Me atrajo que fuera un país católico a machamartillo, en el que su propia fundación y su base están anclados precisamente en el catolicismo, que ha mantenido su fidelidad tanto religiosa como nacional a pesar de siglos de convulsa historia con fronteras hayan ido de aquí para allá, o que incluso durante más de un siglo desapareciera como país estando sus tierras repartidas entre la Rusia zarista, el Imperio Austro-húngaro y Prusia (y luego Alemania), que resistió las ocupaciones y opresiones de nazis y comunistas, que en la segunda mitad del siglo XX dio figuras excepcionales como el gran Papa San Juan Pablo II o personajes como Lech Walesa o el cardenal Wyszynski, y mucho más.
A todo lo anterior, y perdone el lector, debo añadir un aditivo personal: uno de mis hijos está casado con una chica polaca, y cuatro de mis nietos son mitad polacos.
Por todo lo dicho he leído bastante sobre la historia de Polonia, he seguido durante años con atención la política y la vida de aquel país y he viajado allí varias veces en los últimos años, aunque fuere por motivos familiares.
Cuando regreso a España de estos viajes lo hago admirado de cómo viven en Polonia su cristianismo y cómo están las iglesias. Se celebran muchas misas incluso en días laborables y siguen siendo numerosos los fieles asistentes, al menos si los comparamos con lo que vemos en España, y no digamos en otros países de Europa Occidental.
Con todo, no faltan motivos de inquietud. El horizonte se nubla. La vivencia cristiana está disminuyendo mientras crece la indiferencia y, entre algunos, la hostilidad contra la Iglesia. En mi penúltimo viaje, en 2022, pude ver cómo numerosos militantes LGTBI+ se manifestaban agresivamente frente a una de las principales iglesias de Varsovia, si bien un grupo de católicos se plantaron ante ellos para evitar que las cosas llegaran a más.
En mi libro Dios no pide el currículum -perdonen la autorreferencia-, un capítulo lleva por título ¿Sobrevivirá Polonia al hedonismo? Detallo cómo los ciudadanos de aquel país han aguantado lo indecible a lo largo de la historia. Basta recordar simplemente la Segunda Guerra Mundial en que murieron seis millones de polacos, la mitad de ellos judíos, las sangrantes ocupaciones nazi y soviética, la dictadura comunista durante casi medio siglo, etc., y a pesar de tanto dolor y opresión siguieron manteniendo con solidez su fe, y es precisamente ahora, con el país en la órbita occidental, con democracia, con mucho mayor bienestar y con un gran crecimiento económico que en pocos años hará que su peso se tenga que tener en cuenta en las esferas de la UE, cuando cae la espiritualidad. Es un resultado de la sociedad en la que el hedonismo se adueña de las personas.
De esta caída es un síntoma el reciente resultado de las elecciones generales. El partido Ley y Justicia, que ha gobernado los últimos diez años, no seguirá en el Ejecutivo a pesar de haber sido el más votado, al no poder formar gobierno ante la suma de otros partidos contrarios.
No es ReL el espacio para tratar de temas estrictamente políticos. Por ello obvio si se está más o menos de acuerdo con aquel partido (LyJ) y con otros. Era dudosa, por ejemplo, alguna de las actuaciones del Gobierno en relación con la independencia de la Justicia, o quizás rechazable su posición sobre el reparto de inmigrantes, pero había ámbitos fundamentales para todos, y sobre todo para los cristianos, en los que la solidez de sus principios y su valentía política han sido extraordinariamente positivas, como la defensa de la vida y de la familia, ayudas a ésta, actitud firme ante la presión LGYBI+ y la educación en la ideología de género, y otras.
Tengo el convencimiento absoluto de que gran parte de los continuos ataques sufridos en estos últimos años por aquel gobierno polaco eran consecuencias de su posición en estos campos, aunque sus atacantes lo vestían de otras formas.
Todo parece indicar que el nuevo primer ministro será Donald Tusk, ex presidente del Consejo Europeo. Una persona sin duda más en la línea de Bruselas. No entramos, reitero, en lo estrictamente político, e incluso podemos estar acuerdo con su europeísmo. Pero, conociendo los precedentes, está claro que su fuerte no es la defensa de la vida, de la familia, del matrimonio entendido como de un hombre y una mujer… Todo ello entrará en una vía de fuerte deterioro, incluso promovido desde las instituciones. Tusk se autocalifica de católico, pero son conocidos sus criterios, o al menos su praxis, en campos como los citados.
En pocos años, Polonia, el bastión católico de Europa, corre mucho riesgo de no ser ni siquiera un torreón. No deja de ser preocupante, además, que algunos medios de comunicación españoles que se califican de católicos no parecen darse cuenta. O, lo que es peor, priorizan líneas políticas coyunturales y opinables por delante de la vida cristiana y de la defensa de la familia y de la vida.