La semana pasada se hizo público un importante documento de la Conferencia Episcopal Española sobre la Iglesia ante los pobres que no puede quedar en el olvido. Por eso vuelvo sobre él en el presente artículo. La atención a los pobres, los múltiples pobres con sus múltiples pobrezas, pertenece a la entraña misma de la Iglesia en cuanto Iglesia, es decir, realidad de comunión con Dios y con todo el género humano. Ni el documento ni el servicio a los pobres puede ser considerado como el emanado de una asociación no gubernamental que tiene fi nes humanistas o humanitarios. Es mucho más que eso: El servicio, la atención, la ayuda, y el amor y la preferencia por los pobres pertenece a la entraña de la Iglesia porque es misterio de comunión con Cristo, de su permanencia en Él, y en ella está la caridad. La caridad, síntesis de toda la Ley (cf. Mt, 22, 36-40), expresión de la voluntad de Dios, y de Dios mismo, es la manifestación y el don más sublime que Dios ha otorgado a la persona humana. En esto consiste el amor: en que Dios nos ha amado primero; en que el ha enviado su Hijo al mundo en carne, en que se nos ha dado hasta el extremo en la muerte en cruz de su Hijo identificado con todos los crucificados. Es el amor, la caridad, el verdadero signo que muestra creíble la verdad del Evangelio: el que nos amemos los uno a los otros como Cristo nos ha amado, con su mismo amor y como Él nos amó. Cristo, que, como buen samaritano, se acerca al hombre malherido y mal trecho, robado y echado fuera del camino, para curarlo y de volverlo donde hay calor y cobijo de hogar. Él que fue ungido por el Espíritu Santo para dar la Buena Noticia a los pobres y a los que sufren y pasó haciendo el bien. Sólo queda el amor, el amor a los pobres y a los últimos: «tuve hambre y me diste de comer, enfermo y preso y viniste a verme». El amor, la caridad, era el distintivo de las primeras Comunidades, en las que todo lo compartían y tenían en común. Ese ha de seguir siendo el signo de las comunidades, Hoy. El signo de la Iglesia, que brota de la Eucaristía que la hace ser Iglesia, es decir, que brota del cuerpo entregado y de la sangre derramada de Cristo por nuestro amor y para que todos seamos uno, no podemos ser otro que el compartir fraternalmente cuanto somos y tenemos con los que no tienen o están necesitados, ser en todo momento una Iglesia enviada a dar la buena noticia a los pobres y hacer, como el buen samaritano, quien se acerca a los hombres de hoy, malheridos y robados por cualquier causa, sin pasar de largo, ni de ellos, ni de su desgracia, ni se queda meramente a su lado con lamentos, o parada, sino que es curación, bálsamo y ayuda efectiva.
Siguiendo las huellas de Jesús Buen Samaritano que sale a nuestro encuentro despojándose de su condición divina y haciéndose uno de nosotros, es preciso e inaplazable el que demos el paso hacia todo hombre, en especial a quienes están siendo víctimas de la injusticia o de la marginación, hacia todos los orillados, hacia los despojados y heridos en la vida y en su esperanza, hacia los ancianos, enfermos, minusválidos, hacia los nuevos pobres que crea la sociedad moderna. A todos ellos, con desinterés y gratuidad, ha de acoger preferentemente, ha de entender y acompañar.
Todos ellos han de encontrar calor y cobijo de hogar en la Iglesia, que brota del amor de Cristo, en la que Cristo entregado por todos está presente y actuante por el espíritu Santo de amor. En todo ello va el ser o no ser de la Iglesia, el ser de los Cristianos. Si la Iglesia existe para evangelizar, no podemos olvidar que evangelizar es hacer presente, en la fuerza del Espíritu, a Jesucristo, su entrega servicial, el amor del Padre que nos ha amado de manera irrevocable en su Hijo. Por ello, el servicio a los necesitados en el nombre del Señor, como hecho al mismo Cristo, aparece cada vez más claramente como elemento esencial de la evangelización, indispensable para el anuncio efi caz del Evangelio en nuestra sociedad. Para eso existe la Iglesia para hacer presente el amor con que Dios nos ha amado hasta el extremo, (encarnación, nacimiento, vida, muerte, resurrección, eucaristía). La misión de la Iglesia, nuestra misión como Iglesia no se cumple si no se traduce en un amor concreto por el hombre, en la búsqueda –por caminos y realizaciones concretas– del bien del hombre, en la tutela y promoción constante de sus derechos inalienables y en la solidaridad real y efectiva con sus miserias, carencias, sufrimientos y necesidades. Así, unido a esto último, hay que añadir que una forma específi ca, concreta y urgente de la caridad, siguiendo el magisterio de los Papas, particularmente de Benedicto XVI, es la que podemos llamar «caridad política o social», con la que tanto tiene que ver la Doctrina Social de la Iglesia, hasta el punto de que, cómo se ha dicho, la caridad es la via maestra de la Doctrina Social de la Iglesia» (Benedicto XVI), que, en último término, no es más que la aplicación del principio general de la caridad y del amor verdadero y universal a las diferentes circunstancias de la vida humana en cada país y en cada momento de su historia. Todas las responsabilidades y compromisos trazados por la Doctrina Social de la Iglesia, dice Benedicto XVI en Caritas in Veritate «provienen de la caridad, que, según las enseñanzas de Jesús, es la síntesis de toda la Ley (cf. Mt 22,36-46.) Ella da verdadera sustancia a la relación personal con Dios y con el prójimo; no es sólo el principio de micro-relaciones, como en las amistades, la familia, el pequeño grupo, sino también de las macro-relaciones, como las relaciones sociales, económicas y políticas».
Todo esto está en la base del Documento de la Conferencia Episcopal Española que no es un viraje a la izquierda ni una adaptación a «nuevos aires eclesiales», sino sencilla y llanamente ser consecuentes con el ser más íntimo de la Iglesia que permanece unida a Cristo, que ha traído la buena noticia a los pobres: Dios que es amor.
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