Nos pilla este año el Día de Darwin, que conmemora cada 12 de febrero su nacimiento en 1809, sin el padre Carreira, en plena alerta sanitaria internacional por COVID-19 y con la ley de despenalización de la eutanasia iniciando su proceso de aprobación y puesta en práctica.

A partir de sus obras El origen de las especies y El origen del hombre se consolidó definitivamente lo que hoy conocemos como teoría de la evolución, que ya había sido intuida y enunciada de manera parcial por otros científicos anteriores a Darwin. A partir de ella surgió una ideología denominada darwinismo, producto de mezclar la teoría de la evolución con las creencias del materialismo ateo, creencias tales como que Dios no existe o que la materia tiene la capacidad de autoorganizarse sola del caos a la neurona cerebral humana: es cuestión de tiempo y de una cosa que le llaman azar. Lo de menos es que ninguna de estas dos afirmaciones haya sido todavía demostrada, como tampoco nadie ha visto a una especie convertirse en otra, por lo que no queda más remedio que denominar a ese batiburrillo ideológico "creencias" para distanciarlo del concepto católico de "fe", que no tiene nada que ver.

Son muchos los actos conmemorativos previstos y es más que probable que, como otros años, nadie diga algunas cosas que conviene recordar. La primera de ellas es que Darwin jamás dijo que él pretendiera con su teoría demostrar que Dios no existe, más bien al contrario, dejó escrito en El origen de las especies: "No veo ninguna razón válida para que las opiniones expuestas en este libro ofendan los sentimientos religiosos de nadie… Un famoso autor y teólogo me ha escrito que 'gradualmente ha ido viendo que es una concepción igualmente noble de la Divinidad creer que Ella ha creado un corto número de formas primitivas capaces de transformarse por sí mismas en otras formas necesarias, como creer que ha necesitado un acto nuevo de creación para llenar los huecos producidos por la acción de sus leyes'”.

Paul White, profesor de Historia de la Ciencia en la Universidad de Cambridge y experto en la documentación epistolar de Darwin, no duda en afirmar que cuando escribió El origen de las especies era un cristiano creyente, muy alejado de posturas ateas y materialistas de coetáneos suyos como Thomas Huxley o Ernst Haeckel. De hecho, el único título universitario que llegó a poseer fue el de licenciado en teología anglicana. Probablemente por estos motivos el Papa Francisco ha declarado en varias ocasiones que la teoría de la evolución no se opone a la fe católica, porque en sí misma no niega la acción de Dios Creador ni en la aparición del Universo, ni en la aparición de la vida, ni mucho menos en la aparición del ser humano. Así lo ha expresado: "La teoría de la evolución y el Big Bang son reales. Dios no es un mago con una varita mágica... Cuando leemos sobre la creación en el Génesis, corremos el riesgo de imaginarnos a Dios como un mago... Pero no es así. Dios creó al humano y le permitió desarrollarse de acuerdo a las propias leyes internas de las que los dotó".

Otro tópico pseudocientífico es el de que la Iglesia Católica persiguió de manera oficial al darwinismo, condenándolo, etc. De deshacer científicamente esta creencia se encargó hace años el profesor Rafael Martínez Romeo con su extraordinario estudio científico Darwin y el Vaticano, en el que deja meridianamente claro que dicha creencia, muy extendida por cierto, no tiene base científica, sin que por ello hayamos de dejar de admitir que sí hubo desencuentros puntuales y acaso numerosos, pero nunca desde el Vaticano, y contrarios siempre a la lectura materialista del supuesto fenómeno de la evolución. En la misma dirección de conciliación abundan obras tan interesantes como Seis católicos evolucionistas. El Vaticano frente a la Evolución (1877-1902).

Así las cosas, la ideología del darwinismo no es científica sino más bien mítica: necesita creyentes en el azar que, combinado con un mecanismo ciego y adireccional, y valiéndose de una supuesta y nunca demostrada científicamente capacidad autoorganizativa de la materia, nos haya hecho aparecer por casualidad. Y por ello... ¡a buscar vida humana en otros planetas, porque por cálculo de probabilidad tiene que haber! Creencias, creencias, creencias… no reveladas, sino imaginadas. Eso no es lo que nos ha sido revelado y que el padre Carreira explicaba maravillosamente.

Las creencias ateas y materialistas llevaron a la cárcel al doctor chino que descubrió el COVID-19 por alterar el orden público, algo que a la postre acabó con su vida y con la de ya más de mil personas que, de haberle hecho caso, como poco podrían haber sido menos. Creencias ateas y materialistas han apoyado el inicio de legalización de ayudar a suicidarse a una persona con dinero público conocida como ley de eutanasia. ¡Que Dios les perdone!

Alfonso V. Carrascosa es microbiólogo y científico del Consejo Superior de Investigaciones Científicas.