Un día sí y otro también nos llegan tristísimas noticias de grandes tragedias migratorias en el Mediterráneo, donde naufragan embarcaciones muy precarias sobrecargadas de personas, o de inmensos campos de refugiados que se han instalado donde buenamente han podido en algunos lugares de Oriente próximo.
Huyen del terrorismo yihadista, de los secuestros, de los asesinatos, de las violaciones, del azote de la guerra, que provoca destrucción, muerte, hambre, pobreza, enfermedad y miserias sin cuento. Huyen en condiciones, a veces suicidas, de zonas y países destruidos y arruinados, sin más perspectiva de futuro que la desesperación o acaso el martirio.
Muchos de los fugitivos, por no decir la mayoría, son cristianos o de otras religiones minoritarias, acosados y perseguidos por musulmanes radicales. Pero también los de otras corrientes islámicas que no “comulgan” con los fanáticos.
En todo este horror humanitario hay un denominador común: los que atacan, persiguen, provocan las guerras, arruinan las naciones y tiranizan a la gente que cae bajo su yugo, son siempre musulmanes.
Musulmanes son también los que originan esos éxodos masivos u homocidas que estamos lamentando. Musulmanes son, si no estoy muy equivocado, los “capos” del trasiego de personas desde las zonas conflictivas a los puntos de partida de Libia, Mauritania, etc., que, como los esclavistas de siglos pasados, se enriquecen con el sufrimiento o la muerte ajena. Musulmanes asimismo los gobernantes o tiranuelos que miran hacia otro lado o estimulan la invasión “pacífica” pero amenazante de Europa.
En fin, todo un fenómeno musulmán cuyas consecuencias inmediatas ya las conocemos: ruina y muerte donde se imponen estos cipayos de Mahoma.
Pero el futuro puede ser aun peor si no se contiene y reconduce la situación. Y eso, ¿cómo se hace? Fue derribado el tirano agresivo de Irak, Sadam Huseín, y lo que ha venido después ha sido mucho pero para los iraquíes. Se combate al dictador sirio Al Asad, y en Siria se ha montado una guerra civil terrible con los fanáticos del llamado Estado Islámico tratando de adueñarse del país. Se liquidó de modo brutal al folclórico pero tirano Gadafi y ¿qué ha venido después? Por lo pronto, los mercaderes de pateras, que lanzan al mar a cientos de seres humanos desesperados, a los que primero les sacan todo el dinero que pueden, y luego los dejan a su suerte en plena mar.
Como en la penosa guerra de España con Marruecos (19101927) por un trozo de territorio pedregoso, mayormente árido, comido por los piojos y anclado en la edad media, los estrategas de café que tanto abundaban entonces, podemos aventurar las soluciones que se nos ocurran, aun las más peregrinas, pero luego hay que atenerse a la realidad, y la realidad presente es que allí donde domina el Islam estricto la suerte de los no musulmanes se torna muy difícil y el mundo se ve amenazado por gentes fanatizadas que ignoran el principio de reciprocidad, principio evangélico de validez universal imprescindible para la convivencia humana.
Ahora bien: ¿quién y cómo hace entrar en razón a estas gentes enloquecidas? ¿Será inevitable el uso de la fuerza? Esa es la cuestión.