El cartel de la Semana Santa de Sevilla está provocando una encendida polémica. No me extraña. A mí –tampoco les extrañará a ustedes– no me gusta. Creo que está extraordinariamente alejado de la dimensión devocional que debe tener un cartel de Semana Santa. Alejado o, mejor dicho, contrapuesto. Entusiasmará a unos e irritará a otros, pero no creo que nadie rece ante ese cartel ni se remita con la imaginación o el corazón al Cristo verdadero, histórico.
Las razones son variadas y, entre ellas, me atrevo a aventurar que se cuenta la voluntad del artista, que estaba a otra cosa. También pesa la acusada modernidad o postmodernidad o lo que sea del modelo, que imposta a Cristo, pero no lo representa. Y ya podemos hablar de si el cuadro está bien pintado y de si tiene una relación irónica o sesgada con la tradición iconográfica de los resucitados, que sí y que sí. Mucho sesgo. Pero a la hora de juzgar una obra de arte no debemos irnos lejos del objetivo prioritario que tiene que tener, y al que deben servir la técnica y las referencias.
¿Para qué se representa a Cristo o, más en general, para qué es el arte? En el mundo contemporáneo se tiende a pesar que el arte se justifica por las reacciones que provoque, y cuanto más airadas mejor. También, como diría un publicista, por los impactos que produzca en los medios y en las redes. En este caso, el cartel está siendo un éxito. Lo estarán pensando muchos de sus promotores. Que ha puesto la Semana Santa de Sevilla en el centro del debate nacional. Y tan contentos. El problema es que ese revuelo social se puede conseguir con instalaciones chocantes o ofendiendo los sentimientos de los colectivos más pacientes. Así terminamos en Marina Abramovic y en Piero Manzoni y todos esos.
Hay más arte en un icono ante el que un fiel se emociona, reza, se conmueve o, incluso, se arrodilla. Hay un arte humilde que va por dentro; y es el único. Que sabe que no va a levantar olas de indignación, porque no busca ofender a nadie, pero sí va a mejorar a quien lo contemple. Eso debería ser el arte siempre; y más especialmente un cartel de Semana Santa, al servicio de lo sacro. Si usted lo piensa como yo, no fomente el escándalo del cartel, porque eso es lo fundamental de su estrategia. Ignórelo, no lo cuelgue, no repare en él. Repare en las imágenes de su devoción. Es verdad que al cartel se le puede criticar más, pero de eso se aprovecha el cartel.
Publicado en Diario de Cádiz.