Concretamente en la pastoral sanitaria, pero en cualquier ámbito donde haya quien sufra, parece que este tiempo de Cuaresma es especialmente propicio para ayudar a esas personas a tener una perspectiva cristiana del sufrimiento, a sufrir con Cristo. En mi libro Pastoral de la Salud. Guía espiritual y práctica (que tuvo la amabilidad de prologar monseñor Rafael Palmero) dedico todo un capítulo y otras secciones a reflexionar sobre el sufrimiento de la mano de santos y otros que lo han vivido en cuerpo y mente. Escribía Santa Faustina Kowalska en su Diario: "Si los ángeles pudieran envidiar, nos envidiarían por dos cosas: primero, la Santa Comunión y segundo, el sufrimiento".
Y el Ritual de la Unción de los Enfermos nos dice: "Cierto que la enfermedad y el dolor humano continúan siendo un misterio, como lo son, en mucho mayor grado, el sufrimiento y la muerte del Hijo de Dios hecho Hombre. Nuestra fe en Él tiene la fuerza de transformar nuestros sufrimientos y enfermedades, al sentirnos miembros de su Cuerpo, continuadores de su Pasión y cooperadores de su Redención. Pero a la vez sabemos que Él ha triunfado de la muerte y que es capaz de comunicar su energía vivificadora a todo nuestro ser, corporal y espiritual (cf. 1 Tes 5,23) (45)".
Por eso nos decía san Juan Pablo II en Salvifici doloris: "Todo hombre tiene su participación en la redención. Cada uno está llamado también a participar en ese sufrimiento mediante el cual se ha llevado a cabo la redención". En efecto, cuando miramos a un agonizante vemos que está "crucificado con Cristo", que realmente es Cristo quien vive en esa persona (Gál 2,20), y que un día estaremos así. Y nos damos cuenta de que, como dijo ese santo Papa en un Día del Enfermo: "El sufrimiento y la enfermedad son parte de la condición humana. Sin embargo, en la muerte y resurrección de Cristo la humanidad descubre una nueva dimensión de su sufrimiento; en lugar de ser un fracaso, se revela a sí misma como ocasión para ofrecer un testimonio de fe y amor".
Pero también nos hablaba de cómo, ante nuestra interrogante respecto al sufrimiento, "Dios espera la pregunta y la escucha", y esto siempre debe llevarnos a hablar a los que están sufriendo de la experiencia de Job y de cómo pueden identificarse con él al plantearse las preguntas: “¿Por qué hay sufrimiento?” y “¿Por qué tengo que sufrir yo?”. Porque, como Job, no han alcanzado suficiente madurez espiritual (y mucho menos Job, pues aún no había muerto Cristo por la humanidad y no podía, conscientemente, unir sus sufrimientos a los suyos).
Por eso, debemos rezar por y con los hermanos que sufren, especialmente si han caído en una amarga actitud hacia Dios, a quien culpan de su sufrimiento. Porque Job ‒‒que se veía, como muchos de nosotros, inocente y sufriendo‒‒ llega a conocer de verdad a Dios cuando, en medio de su sufrimiento, puede decirle: "Te conocía solo de oídas, pero ahora te han visto mis ojos" (Job 42,5).
Pero nosotros ahora podemos decir al hermano que sufre: “¿No crees que puedes fiarte de un Dios que por nosotros se hizo hombre y en su pasión y muerte en la cruz sufrió por ti infinitamente más que tú para ofrecerte la salvación eterna con Él?” Porque así, confiando en Dios, Él les dará su paz en medio del sufrimiento, pues le estamos poniendo a prueba, y es así como descubriremos que aceptando lo que Él está permitiendo en nuestra vida o en la de un ser querido, se empieza a cumplir su promesa de paz: "Nada os preocupe; sino que, en toda ocasión, en la oración y en la súplica, con acción de gracias, vuestras peticiones sean presentadas a Dios. Y la paz de Dios, que supera todo juicio, custodiará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús" (Flp 4,6-7).
Y, más aún en este tiempo de Cuaresma y Semana Santa, su Pasión nos da la oportunidad de hacer buen uso de nuestro sufrimiento, porque, como decía Juan Pablo II, cuando Cristo incorpora el sufrimiento, el dolor y la muerte de cada uno a su pasión, muerte y resurrección, dejamos de ver el sufrimiento como un absurdo. Y ofrecido como intercesión por otros, se hará "creativo" porque lo convertiremos en algo bueno, confirmando que "a los que aman a Dios todo les sirve para el bien" (Ro 8,28), y puede ser ya el principio de nuestra gloria en el cielo participando en el sufrimiento de Jesús, pues nos dice San Pablo en Romanos: "Somos hijos de Dios; y, si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos de Cristo; de modo que, si sufrimos con él, seremos también glorificados con él. Pues considero que los sufrimientos de ahora no se pueden comparar con la gloria que un día se nos manifestará" (8,1618).
Pero pensemos en la lección del sufrimiento de Juan Pablo II y de Alexander Solzhenitsyn, el gran premio Nobel ruso, pues ambos lo conocieron en múltiples formas, y Solzhenitsyn lo experimentó hasta el extremo en las cárceles y campos de trabajo de la época de Stalin, como relató a su biógrafo en Un alma en el exilio: más de diez años de castigos injustos, trabajo forzado a temperaturas gélidas, hambre, tortura moral, cáncer, exilio. Incluso quien acostumbre privarse de ver cine en Cuaresma puede ver en YouTube One Day in the Life of Ivan Denisovich, fielmente adaptada de su novela autobiográfica, como verdadero ejercicio de meditación sobre el sufrimiento, y reconocer que, porque vivió todo eso (además de haber pasado del ateísmo marxista a conocer a Cristo y a convertirse en un auténtico profeta de nuestros días), pudo afirmar que "el sufrimiento es esencial para nuestro crecimiento y perfección espirituales". Y aún nos revela más: "El sufrimiento es enviado a toda la humanidad [...] para que, si el hombre sabe hacerlo, lo use para su crecimiento [...] Si uno no saca lo que debe sacar del sufrimiento, sino que se amarga contra él, está haciendo realmente una elección muy negativa en ese momento".
Un gran hombre como Solzhenitsyn pudo comprobar, igual que Job, que "a los que aman a Dios todo les sirve para el bien" (Romanos 8,28). Pero, ¿a cuántos de nosotros, como primera reacción ante el sufrimiento, o el sufrimiento inminente, se nos ocurre pensar, creer, que estamos a punto de tomar la cruz de Cristo sobre nuestros hombros?
Pero no olvidemos que Dios nos visita a través del sufrimiento y puede usarlo como terapia para que nos acerquemos más a Él. Decía el famoso médico y autor Paul Tournier que la enfermedad puede ser la ocasión solemne de la intervención de Dios en la vida de una persona. Efectivamente, porque el sufrimiento sirve a veces para que el enfermo y sus familiares se acuerden de Dios, que nos dice: "Porque mis planes no son vuestros planes, vuestros caminos no son mis caminos" (Isaías 55,8). Y, como Él es justo, puede traernos amorosamente a una crisis en nuestra vida y hacernos conocer su gran amor, lo mismo que nos protege de tentaciones y situaciones difíciles. A veces creemos que estamos buscando a Dios, cuando es Él quien realmente nos busca a nosotros, y por eso debemos esforzarnos en mostrar a los demás que Él obra verdaderamente a través del sufrimiento que permite en nuestras vidas.
Lo que necesitamos es que se haga realidad lo que dice Ralph Martin en su libro Llamados a la santidad: "Todo sufrimiento puede obrar para producir una clara comprensión de lo que es importante. [...] producir confianza en Dios antes que en nosotros mismos, haciéndonos humildes, mostrándonos nuestras limitaciones y debilidades, convenciéndonos de cuánto necesitamos poder de lo alto y ayuda de Dios".
Un médico nos prescribe una terapia dolorosa y nos fiamos de él y vamos a ella de buena gana, pero si Dios, en su infinita sabiduría, y como parte de su plan para nosotros, nos proporciona una terapia espiritual a base de pruebas y sufrimiento, no creemos poder soportarlo, porque, como decía Ralph Martin en un artículo, "duele estirar músculos atrofiados, y duele ensanchar los corazones contraídos y de piedra para que puedan dar y recibir más amor. Llegar a ser santo es a menudo un proceso dolorosísimo de rehabilitación".
Hay quienes ven la mano correctiva, pero amorosa, de Dios, pero muchos otros son incapaces de comprender que pueda derivarse fruto alguno de su sufrimiento y que por medio de él Dios los está purificando. Además, como advierte Ralph Martin en su extraordinario libro El cumplimiento de todo deseo: "Cuanto antes tenga lugar esta purificación, mejor, para nosotros y para todos los demás en nuestra vida. La raíz de toda nuestra infidelidad es el resultado del pecado y sus efectos. Cuando antes nos liberemos de las distorsiones e invalidación causados por el pecado, antes experimentaremos mayor gozo y libertad como hijos e hijas de Dios, y podremos cada vez más ser una bendición para los demás".
En cuanto al tan evitado tema de la eternidad, debemos maravillarnos al contemplar a un hermano o una hermana en fase terminal y pensar que tenemos ante nosotros a una persona que está ya tan cerca de encontrarse con Jesús y pasar a la eternidad que Él ganó para nosotros en la cruz, y a la que todos nos aproximamos un poco más cada día. Como Harry, un amigo protestante muy querido, que nos dijo con un rostro radiante, mirando hacia la puerta de su habitación en un hospital canadiense: “¡Estoy impaciente por encontrarme con mi Creador! ¡Es que no veo el momento de traspasar esa puerta!”.
Sin embargo, ya decía el padre Cantalamessa que evitamos el tema de la eternidad y que ni siquiera oímos sermones sobre ello, por el secularismo, que él define como algo que "olvida [...] el destino eterno de la raza humana [...] concentrándose únicamente en [...] el tiempo presente y en este mundo [...] la herejía más extendida e insidiosa de la edad moderna". Claro, ¿quién va a pensar en la vida eterna y en perderlo todo cuando la vida aquí tiene cada vez más alicientes? Y estamos no solo en el mundo, sino, lo que es peor, totalmente impregnados del mundo. Por eso todo el que sufre necesita tener la certeza de que "la leve tribulación presente nos proporciona una inmensa e incalculable carga de gloria" (2 Co 4,17).
Y evitamos el tema de la eternidad por nuestra incapacidad para enfrentarnos con el sufrimiento y la muerte, reflejada por el mismo Solzhenitsyn en su escalofriante novela a través de algunos de esos personajes (uno de los cuales es él) en la menos escalofriante novela, basada totalmente en la realidad: "El hombre moderno está indefenso cuando se enfrenta con la muerte", dice uno; y otro: "No tiene arma alguna para encontrarse con ella". Y monseñor Redrado, antes secretario del Consejo Pontificio para la Pastoral de la Salud, nos decía en su revista: "Una sociedad que busca desenfrenadamente el bienestar [...] no está preparada para la dificultad, para la enfermedad, para el sufrimiento y para la muerte".
Por eso, el biógrafo de Solzhenitsyn, refiriéndose a esa otra gran novela suya tan autobiográfica, El pabellón del cáncer, alude a varios aspectos importantes de su mensaje al mundo cuando nos habla de "la naturaleza trascendente del dolor y de la muerte y la inmensidad de ambos con relación a las pasajeras comodidades circunstanciales [...] el inexpresado anhelo del hombre agnóstico por las sublimes profundidades de la verdad teológica, una vuelta a la fe religiosa". Y cita lo que el escritor le dijo de sus personajes: "Describo a personas soviéticas carentes de religión [...] Por eso buscan alguna otra forma, algún sucedáneo. Buscan a ciegas, esforzándose por ascender".
Y también: "Los problemas fundamentales de la vida y la muerte revelan aún más la naturaleza colosal de esta diferencia. La humanidad moderna se caracteriza precisamente por haber perdido la habilidad de explicarse los problemas fundamentales de la vida y la muerte. La gente está dispuesta a llenarse la cabeza de cualquier cosa y a hablar de cualquier tema. Esta es la razón de la creciente mezquindad de nuestra sociedad, la concentración en lo pequeño e irrelevante".
Efectivamente, y ese buscar algo a ciegas lo vemos a todas horas entre muchos de los que
sufren, y debemos ayudarles a encontrarle personalmente a través de Cristo: un beneficioso proyecto de Cuaresma... y para todo el año.