En una encrucijada se hallan las clases de religión católica a causa de la ignorancia y el desprecio, por un lado, y de la valoración altamente positiva de muchos estamentos sociales y de los padres de familia que cada año las eligen, en un porcentaje superior al 72%, por otro.
Pero lo que más ha sorprendido es el ruido que ha hecho la vía de la ignorancia y del desprecio que ha aparecido en algunas valoraciones de determinados medios de comunicación sobre la asignatura de religión católica justo el día después de haber sido publicado en el BOE su currículo para las etapas de primaria, secundaria obligatoria y bachillerato (24 febrero).
Los expertos no habían tenido tiempo todavía para estudiar los distintos currículos, compararlos con los anteriores, detectar las novedades pedagógico-didácticas y realizar sus valoraciones para discernir posibilidades educativas y ya algunas voces, inmediatamente, se hacían promotoras del desprecio sin haber profundizado la validez de esos. Otras, en un intento de describir novedades, transmitían poco conocimiento del discurso pedagógico y teológico, o, simplemente, se pronunciaban a favor de la desaparición de la asignatura argumentando más con la rabia que con la razón. Otras proponían romper relaciones con el Estado Vaticano que es el más numeroso en personas, propuestas solidarias, bagaje cultural, proyección política internacional, trabajo por la paz y la seguridad internacional, etc.
Después de esto se desprecia todo: a los católicos, que parece seamos los malos de la película y los causantes de todos los males humanos y sociales, al valor pedagógico, teológico y humano de la asignatura, al derecho de los padres a elegirla en libertad, siendo ellos, y no el Estado o los grupos ideológicos, los que tienen la potestad de elegir una educación según sus propias convicciones. No hay que olvidar que la ley permite también no elegirla, para eso estamos en un Estado democrático.
Se altera la serenidad de los alumnos que la cursan porque habrían de hacerlo sin estar sometidos al ridículo de los demás que no la eligen, se olvida el derecho a ser formados integralmente, se desprecia la profesionalidad del docente que imparte las clases de religión (todos con titulación universitaria, muchos tienen varios títulos de postgrado en distintas disciplinas) y también viene tocada la serenidad que habría de regir en la sociedad y la comunidad educativa, pues el laicismo excluyente tiene también fuertes dosis de incitación a luchar en algunos Colegios e Institutos contra la asignatura de Religión, contra quien la elige o quien la imparte.
Con frecuencia esos ataques se efectúan solamente hacia la religión católica, la Iglesia o lo cristiano, surgiendo la mayoría de las veces de malas intenciones pues pocos se atreven a contestar reactivamente los currículos de otras confesiones. Léase, como ejemplo, el lío que se ha montado con la crítica al estándar de aprendizaje que propone memorizar y reproducir fórmulas sencillas de petición y agradecimiento. En esta etapa evolutiva de la persona el desarrollo de la memoria es esencial, lo van a hacer otras asignaturas y otras confesiones y nadie se ha pronunciado al respecto en términos tan negativos.
Desde un pensamiento crítico, limpio de ideologías, empático hacia lo distinto, hay quienes afirman la validez de la asignatura de religión por espíritu democrático, por respeto a la libertad del otro, por la convivencia serena que nace de principios y valores sociales que son promovidos por la religión católica y compartidos por todos como son la solidaridad, la justicia, la defensa de la vida humana ante todas las situaciones que la ponen en peligro (enfermedad, hambre, guerra, muerte), el trabajo por la paz.
Por su cosmovisión teológica: por la riqueza incuestionable de la dignidad de la persona humana que ofrece el cristianismo, por la promoción de todos los derechos, deberes y libertades, por el depósito del bagaje artístico y cultural que ha generado la Iglesia católica a lo largo de los siglos, sin el cual no se entendería ni Europa, ni muchas de las asignaturas escolares que tienen contenidos inspirados por la religión, no se conocerían los fundamentos éticos de las Leyes y de la vida social que deriva de la religión como son la misma Carta de Derechos Humanos de ONU o los Tratados nacionales e internacionales inspirados por ella. Por tanto, la asignatura de religión católica en el contexto académico es necesaria porque el discurso interdisciplinar favorece un alto rendimiento académico que no se tendría sin dicha asignatura.
Además, la familia que elige religión católica quiere que su hijo conozca la religión y los elementos que le ayuden a entender a Dios, la vida de Dios, la propuesta de persona que emerge del conocimiento de Dios y, consecuentemente, el tipo de sociedad y de Historia que la persona ha de construir. Digo esto para subrayar que en clase no se hace catequesis, si no que la asignatura se inserta dentro del contexto de finalidades académicas. De hecho los profesores no evalúan la fe de los alumnos, sí lo que saben, lo que conocen, que son las cuestiones propiamente académicas. Numerosos son los estándares de aprendizaje de esta asignatura que llevan al conocer, expresar, aprender, identificar, describir, clasificar, respetar, recopilar, buscar… A propósito de esto lo que es penoso es perder puntos en un concurso televisivo por no saber contestar a preguntas elementales relacionadas con la religión.
Igual convenía que en este tema se mirara más a los países de Europa que han insertado la religión en sus planes escolares, algunos de ellos obligatoria y confesionalmente para todos los alumnos y que además son los que más alto nivel tienen de entendimiento mutuo y desarrollo y que cuentan con la admiración del resto de países, incluido el nuestro.
Julia Gutiérrez es delegada de Enseñanza del arzobispado de Valladolid.