Coincidiendo con la fi esta de San José celebraremos, como todos los años, el Día del Seminario, «corazón de la diócesis», como le llamó el Concilio Vaticano II. El Seminario es la institución que la Iglesia utiliza para que siga habiendo sacerdotes. El porvenir religioso de la Iglesia, concretamente de una diócesis, depende en gran parte de los seminarios, del seminario diocesano, sencillamente porque la vitalidad espiritual de ella depende de que tenga sacerdotes. Nadie de la Iglesia debería sentirse ajeno al seminario, que tiene la delicadísima responsabilidad de acoger, seleccionar, formar, fructifi car las vocaciones sacerdotales, problema capital de la Iglesia de nuestro tiempo.
En el seminario se tienen puestas grandes esperanzas porque en él se forman los que han sido llamados por Dios al sacerdocio, para que puedan llegar a ser imagen viva y presencia sacramental de Jesucristo, Sacerdote, Buen Pastor que ha venido al mundo para dar su vida por todos los hombres y todos tengan vida. ¿Qué sería del mundo sin Jesucristo? ¿Qué sería del mundo sin sacerdotes, elegidos, llamados y consagrados para llevar a Cristo a los hombres, para que los hombres crean y vivan por Él? «Si desapareciera el sacerdocio, todavía podría seguir existiendo la fe, pero lentamente se extinguiría en una agonía implacable la riqueza espiritual antes existente en una comunidad determinada» (Card. Marcelo González).
Los sacerdotes, por ello, son esperanza fundamental para la Iglesia y el mundo de mañana. Con esta Jornada se intenta sensibilizarnos a todos sobre la realidad, necesidad y sentido de las vocaciones sacerdotales y del Seminario, tarea crucial y prioritaria particularmente
en los tiempos que vivimos. Atender con verdadera atención y total solicitud al Seminario y a todo lo relacionado con él, cuidar de que haya vocaciones y cultivarlas es el mejor servicio a la Iglesia de mañana. Por ello, con esta jornada o «Día del Seminario » se pretende que la Iglesia, que toda la comunidad diocesana, y la sociedad en general, se acerque afectiva y efectivamente al Seminario Diocesano. Que se promuevan nuevas vocaciones sacerdotales entre los miembros más jóvenes de nuestra Iglesia y que toda la Diócesis sienta su propia responsabilidad sobre las vocaciones sacerdotales. El problema de las vocaciones sacerdotales es problema fundamental de la Iglesia y exigencia básica para su vida, misión y desarrollo; es una comprobación de su vitalidad espiritual y condición misma de esta vitalidad, signo inequívoco de su salud interior en un país.
Para hacerles acoger con entusiasmo a los jóvenes el don y la gracia de la llamada que Dios les dirige a ser sacerdotes «es necesario, diría a este respecto Pablo VI, que este ideal se les presente en su auténtica realidad y con todas sus severas exigencias como donación total de sí al amor de Cristo (cf. Mt 12,29) y como consagración irrevocable al servicio exclusivo del Evangelio. Y para conseguir esto, el testimonio de un sacerdocio ejemplar vivido, el valor de una vida religiosa que se muestra en concreto en las distintas instituciones reconocidas por la Iglesia, tiene un peso considerable: más aún, preponderante... Una comunidad que no vive generosamente según el Evangelio no puede ser sino una comunidad pobre en vocaciones».
La atención a los seminarios y a lo que ellos son y reclaman no debería debilitarse, al contrario, debería tener un puesto muy destacado en la conciencia de todos los fieles cristianos. Los seminarios son esperanza de la Iglesia, y garantía de futuro por el servicio y misión que la Iglesia está llamada a ofrecer y prestar a todos los hombres, a la humanidad de nuestro tiempo.
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