"El lenguaje es una amante pérfida y cruel. Un jugador fullero que nos reparte una baraja llena de comodines. Una flauta lejana en una noche de niebla, que atormenta con melodías medio olvidadas. Es la luz del interior de la nevera, que nunca se apaga mientras la miramos. Una bifurcación en la carretera. Es un cuchillo en el agua…", escribió Jonathan Coe.
En la vida… basta con decantarnos por tal o cual palabra para acabar en un segundo con la imagen que habíamos construido con tanto esmero sobre nosotros. Podría decirse que cada vez que abrimos la boca dejamos de parecer tontos para, por fin, comenzar a confirmarlo. Hablar es jugársela en una pérfida y cruel ruleta rusa… en un ingrato y áspero todo o nada. Algo que, por otra parte, bien saben escritores, periodistas… y cristianos, estos últimos, con un deber mayor si cabe.
Cada día, en la Iglesia, se escuchan millones de homilías, charlas y direcciones espirituales… se pronuncian miles de catequesis y se escriben, yo qué sé, ¿tropecientas cartas pastorales? Textos que contienen trillones de palabras, de cuya caprichosa elección se destila lo que esa persona lleva arraigado en el corazón. "De la abundancia del corazón, habla la boca", dice San Lucas. Por que, en un mundo en el que el sentimentalismo de salón comienza a ser el hegemón, convendría que la palabra, al menos para los cristianos, siguiera teniendo un poco de vigor… ya que, parafraseando al centurión, de cómo la utilicemos… "bastará para sanar"… o, quizá no.
Si hay un término que me gustaría enmendar en su totalidad ese no es otro que la palabra "arriesgar". No es difícil escuchar en la Iglesia, a determinada gente, asegurar que creer es algo así como atravesar estepas repletas de lobos... o prestar los ahorros de la abuela a Bernie Madoff o al propio Dioni. Pues, qué quieren que les diga… "arriesgar", para la RAE, es "poner en riesgo", "exponerse", incluso "osar"… y, al menos para mí, nada de todo ello tiene que ver con mi fe.
Si creer llevara implícito el riesgo de verdad, cabría pensar, entonces, que, todavía, algo pudiera salirnos mal… o, peor aún, que existiera la opción de que, en realidad, todo fuera una estafa piramidal. Pero, ¿no decía el salmista… fiado en Ti, me meto en la refriega, fiado en mi Dios, asalto la muralla? Aquel que cree, "todo lo que emprende le sale bien", y María es el mejor ejemplo de ello. Quien, en lugar de "arriesgar", prefirió "creer"… que todo lo que decía el ángel era verdad. La fe es seguir a una Persona que conoces bien, que dice "toma tu camilla y sígueme"… ¡que es El que llama!… y no nosotros los que arriesgamos nada.
La segunda palabra a la que tengo cierta aversión, pero soy yo, ustedes quizá no, es "renunciar". Creo, sinceramente, que un verdadero cristiano no "renuncia" a nada, salvo a Satanás, eso sí. Por contra, lo que sí que hace es "elegir", y, en definitiva, "amar". Es más, yo, particularmente, desconfío cuando dicen que "se debe renunciar para poder creer". Porque, la razón es muy sencilla, así como Messi no "renuncia" a un Seat Panda cada vez que se monta en su Ferrari… así, para los cristianos, cuando eligen a Dios, todo lo demás deja de ser una opción. Si ya lo decía Paul Newman, un poco brusco, es verdad: "Yo, ¿infiel? Teniendo entrecot… ¿para qué me voy a ir al Burger King?". O, nuestro Manolo, lo prefiero... "el trigo entre to'as las flores ha escogido a la amapola ¡y yo elijo a mi Dolores, Dolores, Lolita, Lola!".
Aunque, es cierto, a veces, cuando las fuerzas flaquean, como la esposa de Lot, se vuelve apetecible mirar para atrás. ¡Lo que habría sido de mí… pero, claro, Señor, renuncié a tanto por seguirte a Ti!… sin saber, que, dejándonos llevar por estos cantos de sirena, corremos el riesgo de hundirnos como Pedro… o, directamente, de convertirnos en estatuas de sal. ¿No será, más bien, que alguien prefiere que atendamos a nuestras "renuncias"... para así, separarnos, poco a poco, de aquello tan grande que hemos elegido?
Estimados lectores, como dijo Mike Tyson, sí, el de los pesos pesados: "El mejor nunca compite con nadie... compiten todos los demás". ¿Se nos ocurriría poner a Dios a la altura de un lujoso chalet, de un máster estupendo o del más bello atardecer? ¿A que no? Como aquel comerciante que vendió todo para comprar la perla… ¡Dios no necesita renuncias!… si no, como celoso que es, algo más valioso aún: ¡que lo elijamos cada día a Él!
Y, por último, la tercera palabra que "detesto", al menos la acepción con la que se suele utilizar, es "compartir". ¡Cuántas veces hemos escuchado que un cristiano "es aquel que comparte lo suyo con el que no tiene nada"! "Compartir es vivir", dicen de broma los chavales cuando algo te quieren pedir. Pues, para la RAE, "compartir" es "hacer partícipe a otra persona de algo que es tuyo". Vamos, algo así como ir a pachas… ¿yo te doy mi Coca Cola y, tú, a cambio, las patatas? Todo equilibrado… todo muy equitativo. ¡Pa' que luego no digan!
Entonces, pienso en los judíos... en aquello tan bello que dicen, de que "todo lo mío es tuyo, y todo lo tuyo es tuyo". Y, me digo, ¿no será esta, más bien, la lógica divina? ¡¡¡Pero si hubo hasta una viuda que dio todo lo que tenía!!! Y es cuando, en la calma profunda y transparente, veo a Cristo, allí, en la cruz, tan maniatado… sin guardarse nada… y empiezo a comprenderlo… todo, todo, todo.