Acabo de leer la extensa tesis doctoral (650 páginas) de la profesora María Solano Altaba, de la Universidad CEU San Pablo sobre la “biografía periodística” del beato Manuel Lozano Garrido, “Lolo”, que tuvo a bien enviarme todavía en folios el postulador de la causa de beatificación, sacerdote de Linares (Jaén), don Rafael Higueras, buen amigo mío.
La historia de Lolo (19201971), excepcional por muchos conceptos en su celo apostólico y vocación periodística, cuyas virtudes heroicas fueron reconocidas por la Iglesia al beatificarle el 12 de agosto de 2010, es un modelo ético para este gremio de los “plumillas”, tan necesitado de buenos ejemplos.
Lolo, afectado por una parálisis degenerativa que le detectaron cuando tenía 20 años, muy dolorosa y traumática, permaneció “amarrado” a una silla de ruedas durante 32 años, los últimos nueve años además ciego. Pero su fe era tan grande, que el dolor le servía para aumentar su espíritu evangelizador, sobre todo a través de su actividad periodística.
Yo quiero, sin embargo, fijarme ahora en un dato del enorme trabajo de la profesora María Solano. Aquel en el que su hermana Lucía, verdadera santa que entregó su vida al cuidado de Lolo, dice que “para él, la Acción Católica lo será todo” (pág. 373). Para él, añado por mi cuenta, y para muchísimos chavales de toda España que pasamos por la Juventud de Acción Católica, cuya formación religiosa y compromiso apostólico se la debemos enteramente a ella.
La Acción Católica, anclada básicamente en las parroquias, dio espléndidos frutos a la Iglesia en unos años menos fáciles de lo que a veces se dice. Cierto que al rebujo del final de la Guerra Civil y la implantación del nacional-catolicismo, España experimentó un baño de religiosidad muy notable, más aparente que real, como reacción a la persecución sufrida durante la República y el conflicto armado.
Pero la Acción Católica, especialmente la Juventud, pronto circuló por sus propios caminos, ajenos al oficialismo dominante. No diré que se enfrentara abiertamente al régimen de entonces, pero no tardó, desde su mismo Consejo Superior, en establecer distancias y algunas reticencias a la hegemonía del Frente de Juventudes en el mundo juvenil y el SEU (Sindicato Español Universitario) en la Universidad.
El mayor defecto de aquella Acción Católica era su exceso de reglamentismo, con su estricta división en cuatro ramas: jóvenes, “jóvenas”, hombres y mujeres, con el color diferenciado de sus respectivas insignias de cruces ensanchas, que lucíamos orgullos en las solapas de nuestra indumentaria. Verde esperanza los jóvenes, azul celeste de pureza la chicas, rojo de martirio los hombres y dorada de espiga madura las mujeres. Los problemas surgían cuando las mocitas dejaban de ser tales mocitas sin haberse casado. A ninguna le gustaba declararse solterona a la que se le había pasado el arroz.
Luego y desde antes vino la fragmentación del tronco común en numerosos apostolados específicos, como se decía entonces: JUMAC (Juventud Universitaria Masculina de Acción Católica), Graduados, JOC y HOAC (obreros), Movimiento Rural, Movimiento Independiente (de oficinistas y administrativos), etc. Este fraccionamiento no aportó ninguna ventaja, si acaso en el sector obrero, y sí en cambio dispersión de las energías apostólicas y alejamiento de su base parroquial.
Finalmente vino la gran desbandada post-conciliar y los continuos roces con las autoridades civiles a medida que envejecía el régimen. En vista de que la A.C. se había convertido en un foco de problemas políticos, ciertos obispos, en particular don José Guerra Campos, auxiliar de Madrid con don Casimiro Morcillo y consiliario nacional de A.C., decidieron echar el cierre a la meritísima asociación de apostolado seglar, envuelta en el torbellino del post-Concilio, que coincidió con la convulsa transición hacia la democracia.
Pero aquí se dio un fenómeno no bien estudiado pero cierto: mientras los miembros de otras asociaciones apostólicas, como todas las de los jesuitas (Congregaciones Marianaa, Hogares del Trabajo, luises obreros, etc.), se pasaban en bloque al “moro” marxista o maoísta, cuando no a ETA allí donde ETA arraigaba, o a otros grupúsculos terroristas, abjurando de sus raíces religiosas, los que habían pertenecido a la Juventud de Acción Católica se mantenían firmes en su fe aunque no dejaran de participar –y con qué intensidad- en el hervor político de la época. Conozco muy pocos casos de apostasía y, de cualquier modo, casos personales explicables por cuestiones muy particulares. En resumen, que la profundidad del arraigo era muy distinto en unos casos y en otros.
¿Sería posible resucitar aquella A.C. tan vigorosa, siempre teniendo a las parroquias como anclaje y punto de partida evangelizador? No creo, la gran mayoría de las parroquias actuales no parece que estén para muchas virguerías. Tampoco el ambiente general ayuda mucho. En todo caso sostengo que las llamadas “nuevas realidades”, cuyo meritorio afán evangelizador no discuto sino que alabo, no pasan de ser -repito lo que digo siempre- acciones fragmentadas, dispersas, “parches” que no ofrecen una solución de conjunto como lo fue en su día la A.C. Y entretanto, ¿qué? ¿Son galgos o podencos? Señores obispos, ¿qué dicen ustedes? ¿Siguen pensando que los seglares sólo estamos para poner la crucecita en la declaración de la renta?