Una sociedad construida sobre la muerte de otros (embriones, fetos, enfermos, ancianos) tiene terror a la muerte. Hasta el punto de aceptar el aislamiento, el silencio, la soledad total de todo un pueblo durante semanas. Cosa inaudita. Hasta el punto de aceptar una interrupción voluntaria y generalizada del trabajo. Es decir, de los ingresos. Es decir, del mantenimiento de la familia, de la industria, de los productos que nos hacen competitivos con las demás naciones.
De ahora en adelante, ¿habrá algo que podamos evitar que nos impongan en nombre de la conservación -por ahora- de nuestra vida?
Las asociaciones culturales impulsadas por conocidos benefactores de la humanidad como Soros y Rockefeller consideran que el episodio del coronavirus sirve para poner la palabra fin a la familia natural. ¿Una locura? ¿Cuántos hay en Italia que, habiendo construido su casa sobre la roca, sean capaces de resistir psicológicamente sanos la supresión de las más elementales libertades? El arresto domiciliario, impuesto sin disparar un tiro a decenas de millones de personas, aumenta sin límite el consumo de alcohol, de drogas, de pornografía y, por consiguiente, la violencia. Las esperanzas de Soros y compañía se apuntan más de un tanto a su favor.
Privados de todo, podemos hacer cola para ir al supermercado, al quiosco, al estanco, a la farmacia. No podemos hacer cola para entrar en la iglesia porque las iglesias, tras cerrarse en Roma durante un día, en algunos casos siguen abiertas, pero vacías. No se puede acudir a ellas. ¿Por qué? Evidentemente, porque son peligrosas.
Cristo se encarnó “para aniquilar mediante la muerte al señor de la muerte, es decir, al diablo, y liberar a cuantos, por miedo a la muerte, pasaban la vida entera como esclavos”, proclama la Carta a los Hebreos (2, 14-15). La victoria sobre la muerte celebrada en esa noche de las noches que es la Vigilia Pascual hace realidad para quien así lo desee el final del miedo a la muerte. El final del miedo que nos hace esclavos de quienes piensan -para nuestro bien- en la supresión de todas nuestras libertades.
Los cristianos son los seguidores de Cristo. Llevan como trofeo la palma de la victoria. De la única victoria que cuenta, la victoria sobre la muerte. Desde hace dos mil años, ejércitos de mártires demuestran que el miedo a la muerte ha sido vencido.
El único pueblo que no puede ser sometido por el terror -y el único terror que cuenta de verdad es el de la muerte- es el pueblo de los cristianos. ¿Es que nadie sabe esto?
Buena Pascua.
Publicado en La Nuova Bussola Quotidiana.
Angela Pellicciari es historiadora de la Iglesia y autora de La verdad sobre Lutero y Una Historia de la Iglesia.
Traducción de Carmelo López-Arias.