A menudo repetimos encantados el diagnóstico de Chesterton de que el mundo moderno está lleno de ideas cristianas que se han vuelto locas, pero señalamos las ideas ex cristianas enajenadas de los otros. No las nuestras. Una idea de Cristo que quizá estemos exagerando un poco es la de la oveja perdida, del mismo modo que la ideología woke exagera la idea de la libertad que Jesús trajo al individuo o el marxismo la idea de la pobreza evangélica o el liberalismo el protagonismo cristiano de la libertad.
Recordemos la parábola. El pastor deja a las noventa y nueve ovejas en el redil y se va a buscar a la oveja perdida, y se alegra por ella más incluso que por las que ya tenía. Esta bellísima imagen y el espíritu de fondo, que tan bien nos ha venido a menudo en nuestra vida bovina, digamos, lleva aparejado un peligro de exageración.
¿Cuál? Pues perder a las otras noventa y nueve por irse a buscar a la una. La parábola conlleva la condición implícita de que no se pierda tampoco ni una más, además de la provisionalmente extraviada. Si por encontrar una –que a lo peor ni se encuentra– se desparraman las demás, el resultado no es nada evangélico, sino al revés. En consecuencia, el buen pastor, antes de salir por la oveja díscola, ha de cerrar bien el aprisco de las otras y ha de dejarlas seguras y confortables, no vayan a querer o a tener que marcharse.
¿Qué tiene que ver esto tan pastoril con el mundo moderno? Veo que predomina el afán por buscar la oveja perdida hasta el extremo de descuidar a las ovejas fieles, y eso está en consonancia con la parábola siempre y cuando no se estén perdiendo las otras noventa y nueve. Porque eso, además, también perjudicaría gravemente a la misma oveja reencontrada, que no tendría adónde volver. Sin tener rebaño de vuelta, ¿realmente se la puede llamar reencontrada? Pasa quizá un poco en la Iglesia, pero este artículo no es confesional, sino generalista. La idea ha calado en la sociedad. Por rescatar a un alumno del fracaso escolar (loable e imprescindible objetivo) se bajan los niveles hasta el punto de que se condena a todos a un fracaso generalizado. O por ganar un puñado de votos perdidos, un partido pierde sus principios originarios. O por hacer una literatura asequible, dejas de hacer literatura.
Se descuida demasiado la formación y la moral (en los dos sentidos) de los nuestros para concentrarnos en atraer a otros. Bien, pero ¿adónde?
Publicado en Diario de Cádiz.