La respuesta del fanatismo islamista a la gran manifestación política del domingo 11 de enero en París, no se ha hecho esperar. Si en la capital de Francia se quiso condenar y rechazar la barbarie de los extremistas musulmanes que días antes habían asesinado a 17 personas, entre dibujantes del semanario satírico “Charlie Hebdo”, policías y clientes de un supermercado judío, la reacción islamista en Níger, Nigeria, Pakistán y otros lugares de mayoría islámica, se ha dirigido contra los infieles “occidentales”, sin mayores distingos ni matices.
Una vez más, el chivo expiatorio de la furia musulmana han sido los templos y centros cristianos, fieles incluidos, algunos de ellos asesinados por enloquecidos seguidores del Islam, lanzados a la “guerra santa” por imanes y maestros coránicos, como si las iglesias tuviera algo que ver con el semanario cuyas caricaturas irreverentes y ofensivas han provocado toda esta catarata de despropósitos sangrientos.
“Charlie Hebdo” se ampara en el derecho a la libertad de expresión para mofarse y ridiculizar al Islam y a Mahoma, lo mismo que en otras ocasiones ha enseñado la patita cristófoba propia de su fervor laicista, sin respetar los derechos de los demás, que condicionan y limitan todo derecho relativo, como es el de libertad de expresión.
A este respecto, la Constitución española, por ejemplo, dice que los españoles tienen derecho “a comunicar o recibir libremente información veraz (ojito al parche con esto de veraz) por cualquier medio de difusión...” (art. 20). Pero, “estas libertades tienen su límite (...) en el derecho al honor, a la intimidad, a la propia imagen y a la protección de la juventud y de la infancia”. (art. 21, párrafo 4).
El derecho a la libertad de expresión no es un derecho absoluto, como no lo son la generalidad de los demás derechos, sino relativo, según vino a recordar el Papa en términos coloquiales cuando dijo aquello del puñetazo a quien se metiera con su madre, y a poco se lo comen los relativistas precisamente.
Sólo hay un derecho con carácter absoluto, el derecho a la vida, que es exactamente el que han vulnerado y vulneran por donde pasan, los extremistas islámicos. De ahí que deba condenarse rotundamente la agresión a Charlie Hebdo. Sin embargo, para ser enteramente justos no puede dejarse de reconocer los desmanes verbales antirreligiosos y en concreto contra Mahoma de esta publicación, que en una sociedad libre que pretende ser justa, tampoco son de recibo.
En todo caso, para matar, no hay nunca razón o motivo alguno. La vida de todo ser humano es sagrada, desde su concepción hasta su muerte natural, hecho inviolable que ignoran tanto los islamistas radicales como la progresía militante cuando defiende el aborto, la eutanasia y demás aberraciones de la cultura de la muerte, a la que seguramente no sea muy ajena esta publicación gabacha.
Yo me pregunto, ¿emplea Charlie Hebdo el mismo lenguaje sarcástico, por ejemplo, contra la masonería, en particular contra el Gran Oriente de Francia al que según me informa persona muy documentada en este campo, pertenecían dos de las víctimas del semanario?
Más preguntas: ¿Se atreve Charlie Hebdo a ridiculizar igual que hace con Mahoma al universo gay-lesby? Sospecho que no. Seguramente porque no se lo pida el cuerpo o, más probablemente, por temor al aluvión de críticas y ataques, aunque solo sean de boquita, que les caerían encima. O tal vez, a más de una demanda judicial, que tal como está el patio en esta Europa de nuestros pecados, seguro que perdían los autores de las caricaturas. La dictadura gay-lesby es demasiado sensible y poderosa para andarse con pellizquitos de monja en sus excelsas cachas. Como los censores de prensa de la dictadura aquella de los tiempos pasados, que todo lo tomaban a mal.
En cualquier caso, insisto una vez más, una cosa es matar por defender el honor de una religión, hecho totalmente rechazable, y otra bien distinta mofarse o atacar verbalmente al prójimo, se haga o no con el espíritu selectivo y sectario de no pocas publicaciones mayormente siniestras o laicistas.
Nota bene: En mi artículo de primeros de enero titulado “Cardenales: cada vez tocamos a menos” dije que Valladolid no había sido nunca sede cardenalicia. Sin embargo, mi amigo el reverendo Rafael Higueras, postulador de la causa de beatificación del periodista de Linares (Jaén), Manuel Lozano Garrido, “Lolo”, me corrige y me indica que cuando Valladolid pasó de obispado a arzobispado, en tiempos de Isabel II, su primer arzobispo, monseñor Moreno, fue nombrado cardenal por Pío IX, en reconocimiento a su enorme trabajo en desliar el lío de las abadías nulius y vicarías de las órdenes militares. Que así conste.