Profundizando en el surco abierto por Benedicto XVI en su último discurso a la Rota Romana, el Papa Francisco acaba de insistir ante los jueces de esta institución en que «el desconocimiento de los contenidos de la fe» puede conducir a establecer la nulidad matrimonial. Y esta eventualidad –ha subrayado Francisco– ya no puede considerarse excepcional como en el pasado, porque hoy es frecuente que a la hora de casarse prevalezca una mentalidad mundana sobre la enseñanza de la Iglesia.

En medio del agitado debate sinodal sobre la cuestión de los divorciados, la cuestión de cómo verificar y establecer la validez del vínculo matrimonial cobra un valor trascendental. Francisco ha insistido en que a la hora de ponderar la validez del consenso expresado en el momento del matrimonio, los jueces deben tener muy en cuenta el contexto de valores y de fe (o de su carencia o ausencia) en que se ha formado la intención de los esposos. No se trata aquí de un tecnicismo, ni de una triquiñuela jurídica, sino de una cuestión vital para la Iglesia, y para los esposos que quieren vivir en comunión ella. La conciencia de la fe forma parte esencial del matrimonio cristiano.

Ante el estupor de los apóstoles, que acababan de escuchar que los hombres no pueden separar al hombre y la mujer que Dios ha unido en matrimonio, Jesús les advirtió que esa aventura, que parecía imposible a sus ojos, no lo era si contaban con la ayuda de Dios.

Francisco ha dicho a los jueces de La Rota que la crisis del matrimonio es, en su raíz, una crisis de fe. Y de ahí se derivan importantes consecuencias para la pastoral familiar.

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