Un editorial de FórumLibertas de septiembre del año pasado explicaba cómo la expulsión social del cristianismo se traducía en la destrucción de la propia sociedad secular.
Esto es así en España como en la mayor parte de Europa por una razón muy concreta. Son sociedades construidas a partir del cristianismo, y sin sus instituciones, entendidas en un sentido amplio, pierden sentido, se diluyen los fines que persigue como sociedad, más allá del crecimiento económico, que parece el único proyecto común, la ultima razón, ahora cada vez más cuestionada por la crisis ambiental.
Una consecuencia positiva de aquella dinámica histórica ha sido el estado del bienestar que, si bien puede ser criticado porque sus funciones acaban supliendo responsabilidades concretas, por ejemplo, de las familias, en términos reales representa una gran solución para necesidades vitales que, en sus situaciones más extremas, no encuentran respuestas en el seno familiar. Con toda la burocracia conduce a la despersonalización de los abordajes y soluciones, y éstos al dolor.
Un primer apunte desde la perspectiva cristiana, la de la construcción del Reino, es la necesidad de transformar el estado del bienestar en sociedad del bienestar, guiada por criterios cristianos. La transformación de lo existente, pero no su crítica destructiva, siempre más teórica que real.
Valga este excurso para introducir la cuestión de la misericordia, de la caritas cristiana desde la perspectiva de la construcción del Reino.
La misericordia es una necesidad, pero no completa toda la tarea eclesial. La conclusión de Aparecida, es decir la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, un texto sin parangón en los episcopados europeos, sostiene: "La misericordia siempre será necesaria, pero no debe contribuir a crear círculos viciosos que sean funcionales a un sistema económico inicuo. Se requiere que las obras de misericordia estén acompañadas por la búsqueda de una verdadera justicia social" (n. 385). Este mismo punto, citando la encíclica Deus Caritas est de Benedicto XVI, subraya que “el orden justo de la sociedad y del estado es una tarea principal de la política y no de la Iglesia, pero la Iglesia no puede ni debe quedarse al margen en la lucha por la justicia”.
De la misma manera que existen estructuras de pecado, en buena parte públicas, como las que facilitan el aborto y la eutanasia, deben existir estructuras públicas de bien.
Y de la misma manera que el estado del bienestar es un gran avance, pero se debe alcanzar la sociedad del bienestar, este logro solo es posible a partir de introducir la misericordia. Para entendernos rápido: los casos dramáticos, por especiales, que los servicios sociales son incapaces de resolver, encuentran su acomodo en Cáritas. Esa es la realidad, pero esta institución esta fuera de toda política pública. Ese es el tipo de error que solo el cristianismo puede corregir, porque solo él puede introducir políticamente la misericordia en el sistema.
En el Antiguo Testamento, la justicia, el juicio y el castigo son la norma, aunque siempre se da la posibilidad de acogerse a la misericordia y el perdón de Dios. En el Nuevo Testamento la misericordia es la norma, y el juicio, el castigo y la condena son la excepción. Este enfoque está fuera del sentido común y necesita a Dios para realizarse.
Y este enfoque es también político, porque para los cristianos, la misericordia es la clave para juzgar las estructuras sociales legales y económicas, el modo de producción; las instituciones en términos amplios que describe la Nueva Economía institucional. Cuando estas no son capaces de acogerla, o se han desviado para no acogerla (por ejemplo, en la justicia, la quiebra de la presunción de inocencia, la filtración de los sumarios, el cuestionamiento de la dignidad del acusado y del condenado, los juicios de telediario, etc.) no pueden ser aceptadas, porque toda institución, incluida la ley, ha de dejar espacio a la misericordia. Y las políticas correspondientes deben concretar el cómo. Es una forma nueva -cristiana- de observar y actuar sobre la realidad.
Necesitamos una gran transformación. “Siempre hay que recomenzar. Tan sólo nuevos comienzos temporales aseguraban una continuación de la regla perpetuamente eterna” sostiene Péguy. Empezar siguiendo a Santa Teresa de Jesús: “Confianza y fe viva / mantenga el alma, / que quien cree y espera / todo lo alcanza”. Empezar con la virtud cantada por Kipling: “Si puedes contemplar, roto, aquello a lo que has dedicado la vida / y agacharte y construirlo nuevamente…”
Y tenemos muchos elementos concretos para inspirarnos y fundamentarnos. Porque el Reino en parte ya es visible. Lo es por ejemplo, en Cáritas, en tantas Cáritas parroquiales y obras semejantes. Lo que sucede que todo esto hay que perfeccionarlo desde su dimensión cristiana. Y esto significa entender y desarrollar toda su dimensión política.
Hemos de meditar sobre ello, no sea que acabemos actuando como los que rechazaron a Jesús porque esperaban otra cosa, otro momento.
El anuncio de la proximidad del Reino, que hace Jesús, se refiere evidentemente a sí mismo, pero hay más, porque advierte sobre otra dimensión del hecho.
El Reino podría haberse concretado si el pueblo elegido lo hubiera aceptado en lugar de rechazarlo. No fue así. Y este hecho nos muestra cómo Jesús nos señala a todos nosotros como colaboradores necesarios para realizar aquel proceso de construcción que se consumará en toda su plenitud sólo al final de los tiempos. Para eso hemos sido creados nuevo pueblo elegido. Y como pueblo, no basta con una respuesta individual, no bastan respuestas sectoriales basadas en el amor de donación. Estas son necesarias, claro está, pero no son la razón de suficiencia, porque también es necesaria la acción colectiva, por tanto también política, dirigida a sustituir las estructuras del mal y del pecado creadas por el mundo y sus leyes, por otras estructuras de bien que coadyuven a la progresiva construcción del Reino.
Publicado en Forum Libertas.