Definida como "una de las cosas que hay que ver para los que van a Tierra Santa" y "un instrumento y lugar privilegiado de diálogo", más de veinte años después de su construcción en las laderas del Monte de las Bienaventuranzas, la Domus Galilaeae se ha consolidado como paso obligado para peregrinos de todo el mundo, pero también como destino para muchos visitantes judíos (grupos, familias y estudiosos) que han encontrado en ese lugar y en la comunidad que allí vive una acogida extraordinaria y la oportunidad de un diálogo rico y fructífero.
De hecho, durante años la Domus ha sido un puente entre el judaísmo y el cristianismo. Las grandes tablas de piedra de la Ley, grabadas con los Diez Mandamientos escritos en hebreo y latín, que se alzan en el atrio central conectan idealmente el Sinaí, la montaña del don de la Torá, con el Monte de las Bienaventuranzas, el lugar donde Jesús de Nazaret pronunció su sermón más importante.
Más de veinte años después de su construcción, la editorial Chirico publica un libro dedicado a la historia, la misión y el significado del Centro Internacional Domus Galilaeae.
'Domus Galilaeae. Lugar de encuentro, de comunión y de belleza', de Cesca Paola, con presentación de Rino Rossi e introducción de Francesco Giosuè Voltaggio.
La descripción de la situación geográfica con la que comienza el libro es suficiente para estremecer al lector: "La Domus Galilaeae se alza en la región de Galilea, en el Monte de las Bienaventuranzas, cerca de Korazim, y goza de una vista particularmente impresionante del lago de Galilea, por encima de Tabgha (el lugar de la primera multiplicación de los panes) y de Cafarnaún. El complejo se levanta justo al lado de la carretera que en la antigüedad unía Korazim, situada en la montaña, con Cafarnaún, a orillas del lago". El centro se eleva 300 metros por encima del nivel del lago y de las ciudades de Cafarnaún y Tabgha.
La estructura está construida en torno a un gran atrio que atrae la luz de numerosas ventanas. Desde aquí se accede a un claustro con una fuente rodeada por una columnata. Una capilla con un gran fresco del Juicio Final y el Santuario de la Palabra son los dos corazones palpitantes de la casa, que cuenta con una sala de conferencias (con capacidad para 300 personas), un gran refectorio y 100 habitaciones situadas en varios niveles, todas ellas orientadas hacia el lago. Se dedica un amplio espacio a la Biblioteca, coronada por una cúpula de cristal y presidida por un gran rollo de la Torá -el libro de los libros- del siglo XVII, donado por el arzobispo André-Joseph Léonard al Camino Neocatecumenal y procedente del norte de África.
En el origen del proyecto está el deseo de Carmen Hernández (1930-2016), coiniciadora del Camino Neocatecumenal, de crear un centro de espiritualidad para sacerdotes y fieles laicos en Tierra Santa. Su amor por Israel nació a raíz de una peregrinación que realizó con una amiga entre 1963 y 1964. El reciente libro de don Francesco Voltaggio y don Paolo Alfieri titulado Están en ti todas mis fuentes. La Sierva de Dios Carmen Hernández en Tierra Santa (1963-1964) está dedicado a la época de esa peregrinación, realizada en medio de una crisis vocacional con el objetivo de profundizar las Sagradas Escrituras y caminar siguiendo las huellas de Jesús, y recoge las notas, los relatos, las anécdotas y las fotos de esa experiencia histórica.
Sin embargo, nada habría sido posible sin el diseño y la realización de Kiko Argüello, que puso todo su genio artístico en el proyecto de la casa con especial atención a cada detalle: desde el aspecto arquitectónico al iconográfico, pasando por la elección de los materiales, como confirma en su presentación el padre Rino Rossi, sacerdote misionero que ha dirigido las obras y gestiona la casa desde el principio: "Kiko sintió una llamada del Señor para poner su arte al servicio de la Iglesia. Como testigo desde el principio, puedo confirmar que toda la estructura, el diseño, la combinación de materiales, el revestimiento exterior, el mobiliario, el color de las alfombras, el uso del cristal para poder disfrutar de la naturaleza circundante, todos los detalles más pequeños fueron objeto de la atención y el trabajo de Kiko, acompañado por un equipo de arquitectos". Asistido por un equipo de arquitectos y pintores, Kiko supervisó y dirigió la construcción para crear un lugar donde la belleza exprese acogida e invite a los peregrinos al recogimiento.
Un aspecto poco considerado, o quizá poco conocido, es el motor que anima y concreta la misión de la estructura: su capital humano. Lo que hace de la Domus un lugar vivo -y no un mero lugar de recuperación y descanso para peregrinos- es la comunidad cristiana que la habita.
Desde sus orígenes, la Domus se ha regido por el servicio de voluntarios que han dejado sus hogares, sus trabajos y sus familias de origen para dedicarse en cuerpo y alma a esta misión particular. Familias enteras (como la de la cocinera, la enfermera jefe o el responsable de la logística) o chicos o chicas de manera individual (más o menos jóvenes) han dado vida al centro, formando una verdadera comunidad cristiana que comienza el día con el rezo de Laudes y lo termina con la celebración de la Santa Misa, compartiendo las comidas pero también sus luchas personales y familiares. Algunos de ellos han dedicado años, décadas, a esta misión, otros han participado durante periodos más cortos "sacrificando" sus vacaciones o permisos especiales para poner sus habilidades profesionales o simplemente su trabajo al servicio de la Iglesia. ¿Y cómo no recordar todos aquellos fieles que han contribuido con sus donativos a la construcción y mantenimiento de esta gran obra?
Escrito por Paola Cesca, miembro del Camino Neocatecumenal de la diócesis de Milán, profesora de religión en la escuela pública y madre de ocho hijos, el libro es el resultado de muchos años de trabajo e investigación y se presenta más como un estudio que como una obra de divulgación. Son numerosas las citas de fuentes arqueológicas, bíblicas y extrabíblicas, de los Padres de la Iglesia de Oriente y Occidente y del Magisterio de la Iglesia, así como de artistas, filósofos e iconógrafos que han abordado el tema de la estética y la belleza. Pero el texto, enriquecido por un importante dossier fotográfico, consigue sumergir al lector en el extraordinario entorno de la región de Galilea y es, para quienes han visitado esos lugares y ese lugar, ocasión de un recuerdo agradecido con el deseo de volver a disfrutar de esa paz que la belleza consigue traer al corazón.
La iglesia del Domus Galileae. Foto: Domus Galileae.
Al abordar el tema de la renovación estética de los espacios celebrativos como instrumento de evangelización, tan deseado por Kiko Argüello, el libro hace un recorrido crítico por el arte cristiano moderno. La belleza conduce al descubrimiento de Dios, artista y autor de toda belleza y bondad. Así lo afirmó el teólogo Hans Urs Von Balthasar en su gran obra Gloria. Por eso, la belleza de las iglesias y las salas litúrgicas eleva el espíritu, influye en el alma y ayuda a entrar en la oración y la contemplación de Dios.
La crisis del arte cristiano moderno es bien conocida, y el erudito Timothy Verdon, historiador del arte especializado en arte sacro cristiano, no ha ahorrado críticas a las "muchas y feas iglesias creadas en los treinta años transcurridos desde el Concilio".
Kiko siempre ha tratado de expresar un nuevo lenguaje, tanto en el arte figurativo como en la arquitectura, inspirándose en el gran bagaje artístico de la Iglesia (en especial de la Iglesia oriental), sin despreciar por ello los logros del arte contemporáneo. Lo ha hecho en el contexto de la reforma litúrgica deseada por el Concilio Vaticano II para favorecer las celebraciones de la comunidad cristiana en oración.
La Providencia ha querido que en la Domus se realizara el sueño de San Carlos de Foucauld, cuya experiencia influyó decisivamente en el camino de conversión de Kiko y en su elección de ir a vivir a los pies de los pobres. El "hermano universal" pasó tres años de su vida, de 1897 a 1900, en Nazaret viviendo en la clandestinidad y el servicio. En 1900 expresó el deseo de comprar el terreno del Monte de las Bienaventuranzas, que había sido puesto en venta, para establecer allí el Santísimo Sacramento: "Creo que es mi deber esforzarme por comprar el probable emplazamiento del Monte de las Bienaventuranzas, asegurar su posesión para la Iglesia entregándolo a los franciscanos, y procurar construir un altar donde, a perpetuidad, se celebre misa todos los días, y Nuestro Señor permanezca presente en el Sagrario".
Hoy, una pequeña capilla domina la impresionante vista del lago de Galilea (o de Korazym), donde está expuesto el Santísimo Sacramento, presencia real de quien eligió esa franja de tierra rocosa para cumplir la misión del Padre: manifestar el amor infinito del Creador y ofrecer la posibilidad de una Vida nueva.
Publicado en In Terris.
Traducción de Helena Faccia Serrano.