Con esa entereza única y admirable que da la plena seguridad de la esperanza cristiana, me lo ha contado Charo, una de sus once hijos: se ha ido serenamente, en paz, con la muerte de los justos: mientras dormía, ha dejado de respirar.
Se nos ha ido mi muy querido José Luis Gutiérrez García, en la madrugá de Jueves Santo, nada menos, a vivir, con Nuestro Señor y con su santa Madre, allá arriba, la Madrugá sin fin. Se nos ha ido a las manos misericordiosas del Dios que le dio la vida, una vida de noventa y ocho años cargados de plenitud humana y cristiana, de entrega, de servicio leal y fiel, de testimonio impagable.
En aquel inolvidable Ya de Mateo Inurria, 15 trabajamos juntos, durante años. Él dirigía la Biblioteca de Autores Cristianos. Nunca la BAC ha rayado a mayor altura intelectual cristiana; por su despacho pasaba lo más selecto del pensamiento católico español, y no sólo español. Yo no era más que un periodista pipiolo, redactor full time, en aquel periódico, pero desde que me acogió como amigo, sintonizábamos totalmente por dentro.
El diario 'Ya' fue durante décadas una de las cabeceras fundamentales de la prensa española.
Él trabajaba en la quinta planta, casi al lado de la capilla, y allí nos citábamos cada mañana, a las once, ante el Santísimo, para irnos luego unos minutos a tomar un tentempié en el bar de la esquina, y en el camino y ante la barra, charlábamos de todo lo divino y humano. Muchas, muchas cosas de las que sé y siento se las debo a él, que no en vano me llevaba dieciséis años de horas de vuelo y de ventaja vital.
Cuando hablaba del cardenal Herrera Oria, decía Ángel Herrera, tal era su confianza mutua. Al conocer su paso a la vida eterna y verdadera, se ha desatado en mi interior una torrentera de recuerdos y un aluvión de inevitable nostalgia: aquellas meriendas-cenas-tertulias en su casa, con Quílez, con Montse, su maravillosa esposa de pura cepa española de Cataluña, con sus hijos, aprendiendo vida como esponjas, tu mejor regalo al mundo, querido José Luis, mucho más que tus fabulosos libros. Nadie sabía más que él sobre Doctrina Social de la Iglesia y nadie sabía enseñarla mejor. No necesitaba papel alguno para hablar en público y convencer. Ex abundantia cordis hablaba siempre y era una delicia escucharle. Era periodista y mucho, mucho más, desde que, como secretario del Consejo, organizaba aquellos fabulosos Consejos de Redacción del Ya que don Jesús Iribarren iniciaba con el Veni, Sancte Spiritus, hasta su dirección, los últimos años, del Instituto de Humanidades del CEU. ¿Quién iba dirigir mejor que él las imprescindibles Humanidades, tan suicidamente prescindidas por doquier?
Entre las obras de José Luis Gutiérrez García destacan las que consagró a la doctrina social de la Iglesia y al fundador de la ACdP, Ángel Herrera Oria.
Aquí ya lo intuías, José Luis, desde hace muchos años, por cierto; pero ahora que ya tienes todas las irrevocables certezas, sugiero, espero, ruego a tantos jóvenes que vayan a tus libros para saber qué ha sido, y a dónde han ido a parar, “los sótanos espirituales de nuestra España”, de los que hablaba don Miguel Unamuno, y de los que discutías con Julián Marías, con García Escudero, con Sánchez de Muniáin, con los Artajo, en aquellas tardes de la Asociación Católica Nacional de Propagandistas, en el Colegio Mayor San Pablo, con Isidoro Martín y Sánchez Juliá y Abelardo Algora. Todos se nos fueron hace tiempo... y ahora te nos has ido tú.
Querida Montse: otro José Luis, periodista y poeta insuperable, Martín Descalzo, dejó escrito en su testamento que “morir sólo es morir, morir se acaba”. Para tu José Luis, morir ya se ha acabado, y tú, y vuestros hijos, y Chelo y Mar y yo, sabemos que él vive ya para siempre en el regazo materno de nuestra Madre del cielo y en los brazos entrañables de Dios, nuestro Padre; y ya me lo estoy imaginando contando por allá arriba, con su sensacional gracia gaditana, cómo ha dejado esta España nuestra, en plena Semana Santa, con el pueblo manipulado y despistado, dormido como los tres de Getsemaní, pero volviendo a las andadas de nuestra fe de siempre, a pesar de todos los pesares, a pesar incluso de que, como leo en el periódico de esta mañana de Jueves Santo, este año sea “el primero sin actos religiosos de la Familia Real”. Antes o después, las aguas vuelven, volverán, a su cauce, ¿no es verdad, José Luis?, porque ése sí que es un tsunami que puede más que todos los tsunamis habidos y por haber.
Recuerdo aquel día en Roma , donde yo era corresponsal del Ya, y a donde fuiste con Montse como miembros del Pontificio Consejo para la Familia, cuando me comentaste, tras rezar la Salve ante la Pietà de Miguel Ángel, y yo nunca lo he olvidado, que es muy español, y hasta muy posible, incluso hoy, dar la vida por Cristo, pero lo difícil es vivirla cada día por Él, con Él y en Él, que es, en resumidas cuentas, lo que tú has hecho durante casi cien años. Descansa en paz para siempre, querido amigo, y ya me contarás, José Luis… ya me contarás qué es lo que nos está pasando en esta Iglesia, en esta España, en este Occidente, en este desquiciado mundo...