La violencia de género no cesa, ni cesará, por mucho que alcen la voz las feministas de barricada, las de salón y las personas decentes, que todavía quedan, aunque cada vez menos.
Tanta violencia la da de sí esta sociedad descompuesta que sufrimos. En lo que va de año, llevamos ya 58 mujeres muertas, más de una por semana, a manos de sus “parejos” o de sus “ex” legítimos.
A esta clase de homicidios se llamaban, en tiempos del semanario de sucesos “El Caso”, crímenes pasionales, que era una forma de calificarlos mucho más ajustada a la realidad de semejante barbarie, entonces muy inferior a lo que sucede ahora.
Pero este de 2014 no es el peor de los últimos años. En 2010 se registraron 85 víctimas. Y en 2008, 84. Y lo que es todavía más de temer, que esta locura de tantos sujetos, no ofrece síntomas de aminorar, y muchísimo menos de erradicar.
Las profesionales del griterío selectivo –no gritan por igual ante todos los crímenes contra la vida de un ser humano- piden más protección para las mujeres en riesgo de ser atacadas, más leyes represivas, más vigilancia de los agresores potenciales que, en último término, seríamos todos los hombres emparejados y aún sin emparejar, porque según las feministas, el varón es el “macho”, el enemigo a combatir. Luego...
No obstante, las abanderadas del griterío selectivo y todos cuantos las corean, ignoran o hacen como que ignoran, que este es un problema, ciertamente gravísimo, que no se ataja con leyes. Lo que sobran en este país de nuestra penitencia son, precisamente, leyes, reglamentos, normas, ordenanzas y demás imposiciones y controles del Gran Hermano.
No, no es una cuestión de más leyes represivas, sino de más decencia, más conciencia del bien y del mal, más sentido ético, en definitiva, de un mayor grado de moralidad pública y privada.
Pero, ¿qué se puede esperar de una sociedad cuyos gobernantes han convertido en derecho el repugnante asesinato a niveles de genocidio de las pobrecitas criaturas que vienen en camino? ¿Qué se puede esperar cuando los gobernantes que han sucedido a los anteriores, llegados al poder con la promesa de enmendar esta barbaridad inhumana, terminan aceptándola sin quitar ni una tilde como la “solución más sensata”? Si estamos anegados de sangre inocente con el patrocinio de los propios mandamases. Qué importa, pues, un poco más de sangre por los crímenes “machistas” si nos ponemos en plan cínico.
Ciertamente la violencia de género está ahí, y seguirá donde está mientras no se regenere esta sociedad suicida, dirigida por unos gobernantes indiferentes al asesinato de tantos seres inocentes. Yo me pregunto si Zapatero y Rajoy dormirán tranquilos, con tanto muerto sobre sus conciencias, por mucho que les tranquilice el manto amandilado que al parecer los protege y guía. A mí, desde luego, no me gustaría, a la hora de la verdad, que a todo el mundo llega, estar en su pellejo.