Las preguntas que merecen la pena son aquellas que no tienen fácil respuesta. Mis hijos han cogido la costumbre de hacerme preguntas teológicas en misa, donde, a la complejidad intelectual, se suma la circunstancial. No es lugar para quaestiones quodlibetales. Yo, como un fideísta, tengo que decir: "¡Chist!" y poner las manitas en forma de oración, para que callen y recen.
El domingo pasado Enrique (11) preguntó en mitad de una homilía que versaba sobre algo del medio ambiente que por qué Dios quería más a los hombres que a los ángeles, siendo estos más buenos, más bellos y más perfectos. Gran pregunta, sí, pero "¡chist!".
La respuesta fácil -para después- era tirar del comodín del infinito. Si el amor de Dios no conoce límites, lo mismo ama al arcángel que al pillastre de la esquina. Matemáticamente, es así, claro; pero esa respuesta era salirme por la tangente, porque en la práctica Él tiene una predilección por los hombres que salta a la vista. Véase la Encarnación de Jesucristo. Y a renglón seguido, María. Después, el pelotón de cabeza: Moisés, Abrahán, Teresa de Jesús, Dante, el Padre Pío… Enseguida, el resto.
Dios prefiere a los hombres porque le gustan las historias incluso un poquito más que los cantos. Los ángeles entonan como nadie sus sones de alabanza, pero a Dios le entusiasman nuestras peleas contra el mal, las caídas en el tiempo para levantarnos de nuevas, nuestras firmes decisiones que luego no eran tan firmes, pero vuelven con más ganas al instante, etc.
Ese amor por los grandes relatos (y por los pequeños) es también -a imagen y semejanza- muy humano. La popularidad de la novela sobre otros géneros como el ensayo, la poesía o el teatro tiene unas raíces muy hondas en la estructura narrativa de la existencia humana. Nos debatimos en el tiempo y nos preguntamos cómo terminará esto, a ver. No minusvaloro los otros géneros, yo menos que nadie, pero las historias nos atañen de una manera existencial. Por eso la importancia constitucional de la narración. También en política: en eso tienen razón los modernos con su perra por dominar el relato, hay que reconocérselo. La poesía y el ensayo alcanzan su altura superior cuando se insertan con autenticidad en la biografía del escritor y, sobre todo, en la del lector.
Esto le iba a explicar yo a mi hijo detenidamente a la salida de misa, pero, con el "podéis ir en paz", perdió de golpe el interés por su pregunta.
Publicado en Diario de Cádiz.