La decisión del Real Madrid de eliminar la cruz que preside la corona de su escudo para confeccionar las tarjetas de crédito del Banco Nacional de Abu Dhabi, es un gesto sintomático y en nada baladí de la crisis de valores que padece Occidente.
Alguno podrá esgrimir que parece lógico que así sea, ya que el fútbol se ha convertido en un negocio. De ahí que si el club de fútbol más laureado del siglo veinte pretende mantener la hegemonía mundial, tiene que lograr solvencia financiera y una excelente política de expansión con el merchandising.
Para ello –entienden estos estrategas del pragmatismo y la eficacia– hay que acomodarse a las exigencias del mercado, y en este caso a la de los países emergentes como los Emiratos Árabes, por lo que no queda más remedio que plegarse a sus demandas con tal de aprovechar esta oportunidad de negocio colmándose de petrodólares, necesarios para seguir fichando a los mejores jugadores y hacer las obras de remodelación del estadio Bernabeu.
Para quienes así piensan –incluyendo la propia directiva del club de las diez Copas de Europa, hasta ahora– el fin justificaría los medios: quitar la cruz a cambio de importantes ingresos, y así vender un producto que no resulte hostil a la cultura islámica.
Es más, incluso se podría añadir –puestos a relativizar este hecho- que el escudo del club blanco data de principios del siglo pasado, y que fue el rey Alfonso XIII quien concede el título de Real, y de paso la corona con el signo distintivo de la cristiandad, ligado a las monarquías. De hecho, durante la guerra civil, en la República española, la cruz desapareció del escudo, y se reestableció diez años más tarde.
Sin embargo, otros muchos ven con recelo este gesto que denota una falta de sensibilidad y coherencia para ser fiel a la historia, a las costumbres y a los valores que impregnan nuestra cultura cristiana.
Es una muestra palpable de la suerte y deriva que está tomando la cultura occidental de relativizar o trivializar los principios que la conforman y la sustentan a cambio del utilitarismo mercantilista.
Es precisamente esta renuncia a la propia identidad, y con ella a las propias raíces religiosas, lo que conduce a un vacío en el ámbito de los ideales, lo que engendra una sociedad relativista, expuesta a ser absorbida y fagocitada por hacer dejación de sus principios.
Que Occidente represente la cuna de la libertad, la tolerancia y el diálogo en modo alguno significa que tenga que desertar y abjurar de hacer valer su preeminencia moral respecto a otras culturas.
En todo caso, tendría que luchar por hacer pedagogía del respeto a la libertad ideológica o religiosa, sin ceder al fundamentalismo de quienes a toda costa son incapaces de admitir la igualdad y reciprocidad en sus relaciones, lo que genera el avance yihadista hasta lograr la demolición de cualquier referencia civilizada.
Una vez más Occidente ha perdido la ocasión de afirmar su identidad, de hacerse respetar, de impregnar de libertad otras civilizaciones, dando síntomas de enfermedad, inmoralidad y cobardía.
Me parecen elocuentes las nada sospechosas reflexiones del filósofo Gustavo Bueno: “El crucifijo es un símbolo histórico, teológico y artístico, que forma parte de nuestra cultura. Quitar el crucifijo es quitarse el vestido. Los que lo defiendan son unos indoctos. El que haya leído no a Santo Tomás sino a Hegel, sabe que el crucifijo no se puede quitar. Como ateo me parece absurdo que quiten los crucifijos”.
Si seguimos en esta línea de deserción ideológica no tardaremos en ver que el estadio en el que juegan deje de llamarse como su fundador, Santiago, porque evoca el nombre de uno de los primeros apóstoles, Patrón de España, de la que fueron expulsados –la Al-Andalus a reconquistar–, y que para más inri se le otorga el apelativo de “Matamoros”; o quizá que los acaudalados jeques compren a Ronaldo para que cambie su irreverente nombre de Cristiano por el de Mohamed, y a su novia Irina Shayk junto con las mujeres de estos deportistas para vestir el burka; o que James omita santiguarse cada vez que meta un gol, y en cambio se lo ofrezca a Alá; o que el escudo del club –eliminada la cruz– pase ahora a estar adornado con la media luna. Cosas veredes, amigo Sancho.