Jesús, con un lenguaje apocalíptico, explica a los discípulos cómo será el final, cuando se aproxime la segunda y última venida de Cristo. Así nos lo presenta el Señor y la liturgia en este penúltimo domingo del año litúrgico, nos lo pone a nuestra consideración para que también nosotros estemos preparados.
Todo lo material que admiramos, incluso la suntuosidad de los templos que todos admiramos, todo eso desaparecerá. Los seguidores de Cristo hemos de estar alerta porque vendrán otros anunciando la felicidad por otros caminos; se presentarán como los salvadores que prometen felicidad. Jesús nos dice que estemos muy atentos y que no vayamos detrás de ellos.
Cuanto todo esto suceda, a los que seguimos al Señor nos perseguirán, nos juzgarán y nos entregarán a la cárcel; es decir, tendremos toda una serie de persecuciones y será un momento que tenemos que aprovechar para dar testimonio de Cristo.
Jesús anuncia que todos nos odiarán a causa de la fe en Él, pero aun así nos anima a vivir desde su mensaje, siendo fieles a su estilo de vida, porque ni un solo pelo de nuestra cabeza se caerá sin que nuestro Padre Dios lo consienta. Así nos urge a todos a la perseverancia en la fe en él, porque desde la fe en Él salvaremos nuestras almas.
¿Qué nos está diciendo Jesús con este lenguaje apocalíptico? Es este un texto cargado de contenido teológico: nos está diciendo que estamos ya en el tiempo de espera, es el tiempo de la Iglesia que prepara su segunda venida, cuando el Señor aparecerá, no ya en la humildad de la carne como en Belén, sino como Dios poderoso, para juzgar a la humanidad entera.
Nuestra vida aquí en la tierra, como seguidores de Cristo, la experimentamos como un tiempo donde no es posible la felicidad total. Es ese tiempo de persecuciones, de condena, de desprecio, de dificultades por seguir a Jesús. Lo estamos experimentando: en nuestra vida tenemos dificultades para vivir nuestra fe, porque hay otras muchas llamadas del mundo que quieren ensombrecer nuestro camino de seguimiento de Jesús.
Estamos asistiendo a la auténtica persecución de los discípulos en los países en los que la Iglesia está abiertamente perseguida. Y en otros como el nuestro, en los que la persecución de los que creemos es más sofisticada pero, en definitiva, nos van estrechando cada día más el cerco, con leyes y con un ambiente laicista, para que vivamos, no desde Dios, sino desde el ambiente social de descristianización y secularismo en donde Dios pierde toda la importancia.
El Señor nos lo dice para que estemos muy atentos, para que no sigamos las voces de sirena que suenan en nuestro interior y en nuestro mundo exterior y que nos hacen una llamada constante a construir una vida sin Dios. Porque prometen una vida más facilona, aunque al final nos deje vacíos.
Se trata de perseverar en nuestra fe, una fe que debe dar sentido a todo cuanto vivimos, y transformarnos por entero; una fe que nos abre a la esperanza de la vida nueva después de este mundo, donde lograremos una felicidad plena y eterna que nadie puede arrebatarnos.
Para conseguir esta felicidad que Cristo nos propone se nos pide perseverar en la fe, perseverar a pesar de las dificultades, perseverar aunque sea más difícil vivir este estilo de Jesús que otros estilos más facilones, porque la perseverancia nos hará felices aquí, y nos dará la plena y total felicidad después de esta vida, junto a Cristo y todos los que en este mundo lo han seguido con fidelidad. Por eso, Cristo nos da paz y nos quita el miedo. No tengáis miedo porque "ni un cabello de vuestra cabeza perecerá; con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas" (Lc 21, 19).
Publicado en el portal de la diócesis de Ciudad Real (España).