La primera: no se puede legislar sin escuchar. El convencimiento propio se transforma en sectarismo cuando no se escuchan los criterios de los otros y se dialoga sobre sus razones. Esto, que es una necesidad en la vida común, todavía lo es más cuando se trata de legislar en una democracia representativa, que necesariamente parte del supuesto que nadie posee la verdad, sino solo una parte, mayor o menor, de ella. Si eso debiera ser siempre así en los debates parlamentarios, todavía debería serlo más en el caso de una ley que trata sobre la vida y la muerte. Ha sucedido todo lo contrario. PSOE y UP no solo han hecho tabla rasa de toda aportación de la oposición, sino que han evitado toda consulta y comparecencia. Han ignorado al Comité de Bioética de España, a la Organización Médica Colegial, a la representación de los colegios de médicos, a las organizaciones de personas con discapacidades graves. ¿Por qué no se han escuchado estos criterios? ¿Se puede legislar sobre lo que la propia ley considera un “acto médico” sin escuchar a los propios médicos? Por si este autismo legislativo fuera poco, se ha prescindido de la opinión del Consejo de Estado, una garantía importante para la probidad de la ley. Y todo esto culmina sin un estudio de la legislación comparada, que aporte las razones que han llevado a todos los países de Europa excepto a tres a no legalizar la eutanasia.
Segunda, si el objetivo es evitar el sufrimiento, como el propio texto establece, no se entiende el rechazo a establecer un plan integral de cuidados paliativos, como planteaban algunas enmiendas, que siguen vivas en el Senado, y que no se aprovechase la tramitación presupuestaria para introducir las previsiones de gasto necesarias. Las razones para abordar los cuidados paliativos son obvias. España está a la cola de Europa en cuidados paliativos. Solo dispone de 0,6 servicios de este tipo por cada 100.000 habitantes, como Georgia y Rumanía, y estamos un 30% por debajo de Portugal e Italia, un 40% de Francia, y casi el 50% de Alemania. Polonia nos aventaja ampliamente porque dispone de más del doble de servicios, y Bélgica, uno de los pocos países que también ha legalizado la eutanasia, tiene casi más del triple. Existe una coincidencia prácticamente general entre los médicos paliativistas, que el enfermo que solicita morir al inicio de la asistencia desiste de la idea cuando recibe las atenciones necesarias. Entonces ¿por qué dar prioridad a la eutanasia y cancelar esta otra vía? Más cuando en los cuidados paliativos puedes rectificar; con la eutanasia no hay vuelta atrás posible: estás muerto.
Tercera. Se presenta la ley como una opción de libertad. Es falso cuando la elección se sitúa, como en el caso de España, entre el morir sufriendo o que el médico te mate. Ante esta perspectiva, ¿qué valor tiene el consentimiento informado? ¿Qué jurado aceptaría considerar como libre una opción en estas condiciones? Cada año 60.000 personas no pueden acceder a los cuidados paliativos que necesitan. Han querido convertir a la muerte en el único camino posible, no en una opción libre.
Cuarta. La normativa sobre la eutanasia simplifica el problema del sufrimiento en la sociedad. Por una parte, estigmatiza a grupos enteros de población porque induce a considerar que hay vidas que no merece la pena ser vividas, como muestran los artículos de la ley dedicados a las personas con discapacidades, y que ya han merecido la censura de la Comisión de Naciones Unidas que vela por sus derechos. Conduce a la sociedad a la idea de que los sufrimientos solo se resuelven con la muerte. Pero ni mucho menos es así, porque muchas causas poco tienen que ver con enfermedades terminales. Con esta mentalidad ¿cómo afrontar el suicidio, que crece especialmente entre los jóvenes, y tiene como motivo una angustia vital? ¿Cuánto tiempo dura una depresión extrema? Así no se construye una sociedad capaz de acoger el sufrimiento y paliarlo.
Quinta. Como consecuencia, la ley estimulará el suicidio, esta plaga que está creciendo, porque señala que la solución para no sufrir más no es acompañar y paliar el sufrimiento, sino matar; matarse. Este es el marco de referencia que construye, la mentalidad que genera, que dice: “No te preocupes por el dolor, cuando lo experimentes y creas que no puedes con él, la dulce muerte vendrá en tu ayuda”.
Sexta. La reciente experiencia con lo sucedido con la gente mayor y la pandemia, con tantas muertes (porque la falta de recursos llevaba a la conclusión de que había vidas que ya no merecía la pena de ser salvadas, y era mejor que murieran sedados), debería haber alertado a un gobierno responsable de que la legalización de la eutanasia favorecerá este tipo de práctica en un futuro, porque configura la mentalidad que la justifica. La ley es una amenaza permanente para los más ancianos y débiles, que son a su vez los más dependientes de terceros, y los más fáciles de convencer.
Séptima. La eutanasia aumenta la de ya por si creciente desigualdad. Esta es la razón por la que el Partido Comunista Portugués votó en contra de la ley. Cuando los cuidados paliativos no son un servicio público de acceso generalizado, quienes gozan de mejores ingresos pueden pagarse las atenciones necesarias para domeñar el dolor y el temor. Por el contrario, quienes menos tienen solo les queda el recurso de aguantar como puedan, o acogerse a la eutanasia.
Todos los hechos son demasiado evidentes y señalan un claro motivo: el gobierno de Sánchez e Iglesias utiliza este tipo de leyes como un tótem ideológico para unificar sus filas, continuamente enfrentadas en todas las demás cuestiones institucionales, sociales, económicas e internacionales.
No les importa tanto el sufrimiento como el poder, su poder.
Publicado en La Vanguardia.