La semana pasada se celebró en la Universidad Católica «San Vicente Mártir de Valencia» un congreso internacional dedicado, en homenaje y memoria agradecida, a la egregia figura de D. Julián Marías, que tanta falta nos hace en los momentos que atravesamos culturales, de civilización, de la realidad de España, a la que tanto amó y tan bien entendió en sus raíces más hondas y en el proyecto o empresa común que la constituye. La cuestión de la persona, del hombre, de la historia, de la verdad –inseparable de la libertad, de la esperanza, de la confianza, del amor, de la vida, de la dignidad, del bien común– o de la fe cristiana, de la renovación tanto del tejido social como eclesial, y tantos otros, son cuestiones básicas y fundamentales, están en la base de la realidad de España. Ver la España real desde la perspectiva histórica en una clave de la «España perdida», y el recorrido de varios siglos en recuperar aquella identidad perdida o robada, es un horizonte que arroja una potente y grande luz sobre España que ilumina el presente que atraviesa y la lanza a unos grandes horizontes que hoy necesitamos que se abran y que nos atraigan para tener futuro. Como a D. Julián Marías, a quien tanto admiro y añoro, me preocupa y duele España y todo lo que ella representa, tan certera como agudamente señalado en los escritos de D. Julián Marías.
Vivimos realmente tiempos preocupantes, situaciones que parecen desangrarla. Mirada desde fuera y, al mismo tiempo, desde el calor íntimo de su más honda entraña, preocupan los asuntos y problemas económicos graves, con todas las causas que los han originado, exteriores e interiores, y con todas las consecuencias humanas, sociales, familiares, tan lacerantes que afligen nuestra nación en estos momentos; preocupa la secularización y el laicismo creciente y radical de nuestro pueblo español que está siendo sometido a una presión difícilmente soportable para olvidar y abandonar lo que le es más propio, su sentido y sus razones, de fe cristiana, para vivir, con las gravísimas consecuencias que esto tiene para su futuro; preocupa el conjunto de asuntos importantes en los que nuestro país parece encaminado hacia la confusión y el desorden. Necesitamos rehacer nuestro camino, reemprenderlo con la esperanza de un proyecto y de un hacer común: la esperanza que ha hecho posible una gran empresa común de todos, la que ha constituido una aportación innegable al mundo, la que ha hecho de nuestra Nación una pieza básica en la cultura y realidad determinante de Europa y del Occidente, la que ha ofrecido y llevado al mundo una proyección civilizadora, sin la que este mundo sería sin duda muy distinto y no mejor. España puede y debe asumir, unida, esta responsabilidad común e insoslayable para todos, en las actuales circunstancias que son las que son, y para los que no hemos de buscar culpables, que nos exoneren de culpa y responsabilidad; no podemos quedarnos en lamentos y en condenas de los otros. Es hora de unidad y responsabilidad de todos.
España es una realidad histórica y un proyecto común. «Los españoles compartimos una vasta historia común que, como todas, y no menos que otras, se encuentra llena de momentos brillantes y logros extraordinarios. Y como todas, y no menos que otras, tiene también zonas de sombra que no se pueden ocultar y de las que hay que saber aprender». España ha pasado situaciones muy difíciles en momentos de su historia, incluso con fracasos muy notables, y ha vivido etapas y momentos de gloria. Pero en todo caso, ha sabido afrontar, juntos, con generosidad y gran sentido de responsabilidad por parte de todos, los diferentes momen tos de su vida. La respuesta individualista, de «cada uno a la suya y sálvese quien pueda», no es humana, ni solidaria, y menos aún cristiana, carece de futuro, aboca al fracaso, al caos y a la disgregación, a la hemorragia que acaba en el fracaso total. La respuesta de culparse unos a otros y buscar chivos expiatorios es estéril y, en todo caso, retarda la solución y la mejoría; no deberían caber, en absoluto, pescadores de ganancias en río revuelto. Sólo la respuesta de todos en unidad, cada uno, y cada institución –gobierno, oposición, partidos políticos, fuerzas sociales y económicas, empresariales y sindicales, instituciones universitarias y de cultura, iglesia,...– todos tenemos en estos momentos una responsabilidad común: salvar, fortalecer, hacer avanzar en todos los órdenes a España; renovar nuestra sociedad, imprimirle nuevo vigor y esperanza de futuro, avivar y vigorizar sus raíces y su identidad, sus capacidades que son grandes; llevar a cabo ese proyecto común, que es el de nuestra historia, proyecto que queda esperanzadora y claramente refl ejado en la Constitución del 78, que sanó una nación, la nuestra. La tarea es de todos, todos juntos, cada uno con su responsabilidad: la Iglesia, evangelizada y evangelizadora, aportando el Evangelio de la caridad y de la esperanza, el testimonio de Dios, que es Amor; el Gobierno, las fuerzas políticas y sociales, la Universidad, la escuela, ..., aportando cada una su papel y responsabilidad propia e insustituible. Las Universidades Católicas han de estar en primera línea aportando su servicio y abriendo caminos de futuro y esperanza, pero no sólo ellas: todos. No hay tiempo que perder; no podemos entretenernos en estériles discusiones, ni en búsqueda de culpables, ni pararnos a pensar a qué competencias corresponde. Hay que apagar el fuego devastador que parece amenazar a España, y nada más, entre todos, todos juntos con un verdadero y esperanzador proyecto que nos aúne. No podemos escatimar esfuerzos comunes y en pro del bien común, en pro de nuestra España que se quema y desangra, pero que tiene un gran futuro de esperanza. Es posible, es real esta esperanza.
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