La semana pasada me tomé la libertad de dirigirle, con los respetos que le son debidos, una carta abierta al nuevo arzobispo de Madrid, don Carlos Osoro. En sustancia terminaba sugiriéndole que para reanimar a esta macrodiócesis, que en mi modesto entender está algo adormilada, se crearan en las parroquias consejos parroquiales o plataformas de participación de los seglares en la actividad evangelizadora.

Al leer la carta en este portal un hijo mío, llamado como yo, Vicente, me remitió desde Arenas de San Pedro (Ávila), donde reside, un largo correo electrónico recordándome su experiencia en este campo, que fue muy dilatada. Dado el enorme valor de su testimonio, le he pedido permiso para reproducir la parte principal de su texto.

Pasó primero, con su mujer, Lola, por los “kikos”, instalados en la parroquia de los carmelitas calzados del barrio de Quintana de Madrid, donde hicieron un largo proceso catecumenal, pero no terminaron quedándose allí. Después se acercaron a un par de parroquias regentadas por sacerdotes del Opus, invitados por amigos y compañeros de trabajo. Tampoco esta aproximación llegó a ramos de bendecir.

Finalmente se integró en la parroquia del barrio de Usera (siempre en Madrid), donde vivían, a cuyo período pertenecen los párrafos que reproduzco a continuación.

“No es por defender a Rouco, sino porque es verdad, pero en Madrid hace muchos años que en numerosas parroquias que no fueron ´tomadas al asalto´ (por los nuevos movimientos, de los que menciona algunos)... funcionaban consejos de pastoral parroquial.

“Yo formé parte durante seis años, según el máximo tiempo posible de acuerdo con sus estatutos, del consejo de la parroquia de Cristo Rey de Usera. Estos consejos están –estaban entonces- formados por un representante de cada grupo parroquial: el grupo de economía, finanzas y contabilidad, el de los viejos (Vida Ascendente), los catequistas de niños y adolescentes, los catequistas de matrimonios y familia, la Cáritas parroquial, los de auxilio a enfermos y el secretario, el coadjutor, el párroco que ejercía de presidente y, además, un seminarista del último año de carrera, ya ordenado diácono.

“Todos los cargos eran electos, salvo, lógicamente, los dos curas y el secretario, que era designado directamente por el párroco. El secretario podía participar como coordinador y enlace entre el presidente y los demás grupos parroquiales.

“Yo ejercí durante todos esos años [principios de los noventa] como secretario. También como secretario formaba parte del consejo arciprestal, junto con los secretarios de los consejos de las otras parroquias del barrio. Y como miembro del consejo arciprestal participé en no pocas reuniones de los consejos diocesanos de Madrid.

“De modo que puedo asegurar que si los párrocos quieren [y el arzobispo, y los vicarios episcopales de zona], en las parroquias pueden dejar muchas actividades en manos de los seglares. En nuestro caso fue una etapa muy ´productiva´, no sólo en nuestra parroquia, sino en otras del barrio de Usera. Según los datos que teníamos, desde que los seglares tuvieron una participación muy relevante en la acción pastoral, las parroquias de la zona pasaron de estar semivacías incluso los domingos, a verse repletas en los Días del Señor y demás días de guardar”.

Mi hijo, director de la oficina comarcal de empleo (SEPE, el antiguo INEM), concluye su correo con esta frase: “En Castilla y León no existen estos consejos parroquiales y así nos va”. En Madrid tampoco creo que queden muchos, y así nos va también.