Una rápida mirada a la pintura del siglo XX nos descubre un amplio número de corrientes artísticas diversas. Todas ellas tienen una característica común: la voluntad de abrir nuevos caminos en el arte, alejándose de todo clasicismo y academicismo. Con este empeño muchos artistas han creado obras admirables. Avanzando por caminos inexplorados, han realizado experimentos diversos en torno a los temas, la composición o el color. Pero, contrariamente a lo que podría pensarse, el afán de innovación y de ruptura que manifiestan estas corrientes no es ninguna novedad.
Podríamos decir, creo yo, que siempre se han intentado nuevos caminos en el arte; desde la pintura del Paleolítico hasta nuestros días. De lo contrario, todo hubiera sido completamente uniforme y monótono. Seguiríamos pintando los mismos bisontes, gacelas y ciervos que encontramos en las cuevas. Es decir, la repetición mimética de modelos del pasado ha sido mucho menos común de lo que se suele creer.
Lo verdaderamente novedoso en las corrientes de vanguardia del siglo XX es que los artistas han tratado de abrir, de forma abrupta, nuevos caminos que no guarden ninguna relación con las obras y artistas del pasado. Su propósito ha sido crear nuevos mundos alejados de lo ya conocido, mundos inéditos, impensables. Se trata de innovar de modo radical.
Con esto han conseguido en muchos casos un tipo de arte para eruditos, alejándose del gran público. El espectador debe contar, si desea comprender lo que tiene delante, con un equipaje de cierta teoría del arte, una determinada concepción de lo que aspira la obra a representar. Han terminado elaborando una concepción elitista de la belleza.
Este no es el caso de las tres grandes obras que vamos a comentar.
El Cristo crucificado de Velázquez (1632, Museo del Prado) representa una visión muy profunda del significado de la muerte en la cruz de Jesús de Nazaret. El artista no solicita del espectador que recurra a una teoría del arte o se cultive prolijamente en la biblioteca de la universidad o asista a las tertulias nocturnas de los pintores marginales. La visión de Cristo aspira a captar la mirada de cualquier espectador. Es la mirada genial del artista universal, que ha comprendido que la verdad de la belleza está en la sencillez, no en la pureza estética.
Velázquez ha conseguido rodear de silencio a Cristo en la cruz. El silencio del asombro ante la entrega absoluta de Dios a los hombres. El silencio que nos habla de cumplir hasta el final la voluntad del Padre.
En el Cristo crucificado de Goya (1780, Museo del Prado) también podemos contemplar una obra que aspira a ser reconocida por los académicos y también por el público menos culto. El autor demuestra un gran dominio de las técnicas del dibujo y la pintura, pero sobre todo ha captado en su verdad el rostro abandonado de Cristo. Es la agonía del Hijo de Dios por amor. Es el abandono absoluto en las manos del Padre.
El Cristo de San Juan de la Cruz de Salvador Dalí (1951, Museo Kelvingrove, Glasgow) cautiva por la imagen contundente de la muerte del Hijo de Dios por todos los hombres y mujeres del mundo. Del mismo modo que en el caso de Velázquez y Goya, Dalí abre su obra a cualquier espectador, sea cual sea su condición, sin exigirle grandes teorías estéticas. En este caso, Cristo crucificado se mantiene por encima del tiempo y del espacio, en una entrega definitiva a los hombres.
En los tres casos mencionados se han abierto nuevos caminos para el arte. Porque abrir nuevos caminos no significa, en mi humilde opinión, romper definitivamente con las tradiciones pictóricas. Significa sobre todo proclamar un modo nuevo de ver lo mismo de siempre, contemplar lo mismo desde otra ladera. Velázquez, Goya y Dalí son ejemplos de la larga trayectoria del artista que arriesgadamente ha ido experimentando nuevas formas.
Hay en las corrientes pictóricas de vanguardia un deseo de crear una nueva realidad, abrir nuevos caminos, experimentar con nuevos formatos y materiales, alejarse de lo ya conocido. Todo eso es encomiable, pero es algo que se ha hecho siempre, con mayor o menor profundidad. Lo han hecho sobre todo, de manera excelente, los grandes maestros.