Yo no sé si Halloween es una mera fantochada de origen yanqui o una celebración satánica cuyos orígenes debemos buscar allá en la noche de los tiempos. Pero es de justicia que en la España de hogaño se celebre Halloween por todo lo alto, en sustitución de la solemnidad de Todos los Santos; y, para ser del todo justos, yo propondría que la celebración de Halloween sea encumbrada a la dignidad de fiesta nacional, con reyes y ministros disfrazados de zascandiles macabros, alcaldes jugando al truco o trato (previo cobro de comisión, se entiende) y militares desfilando con prosopopeya y ringorrango ante el gran calabazón.
Decía el Buey Mudo que la justicia es dar a cada uno lo suyo; y que nadie hay tan justo como Dios. Ahora la teología atorrante trata de presentarnos a un Dios más empalagoso que el dulce de leche, repartidor de buenismo a domicilio, al modo de un vendedor de crecepelos o enciclopedias. Pero Dios es ante todo justo, enemigo de la estupidez y el ternurismo, dispuesto a dar grandes banquetes a quienes lo merecen, pero capaz también de expulsar del banquete a quienes se presentan sin la vestidura limpia. Dios, hoy como ayer, se complace con la ofrenda de Abel y desdeña la de Caín, dando a cada uno lo suyo.
Y es, en efecto, de justicia, que el pueblo aguerrido que empujó hasta el mar a los moros tuviera la asistencia de todos los santos; como es de justicia que la ciudadanía pusilánime que tiembla ante los moros y discute si debe cederles sus catedrales para que sustituyan el perfume del incienso por el tufo de los pinreles tenga la asistencia de los diablejos de Halloween. Es de justicia que el pueblo valeroso que se lanzó a descubrir América, desbrozar sus selvas y entremezclar su sangre con la sangre de los indios, para fundar la raza más hermosa que vieron los siglos, recibiese las bendiciones de todos los santos; como es de justicia que la ciudadanía birriosa que se deja colonizar por los detritos de la América yanqui, y viste cual mendigo yanqui, y se deja arrasar el cerebro por el napalm de la propaganda yanqui reciba las bendiciones de los espíritus de Halloween. Es de justicia que el pueblo gallardo que daba jarabe de palo lo mismo a los herejes luteranos que a los invasores gabachos, y que a todos les metía por el culo su morralla teologoide y su bazofia revolucionaria, gozase de la intercesión de todos los santos; como es de justicia que la ciudadanía lacayuna que se deja dar por retambufa lo mismo por la virago de Merkel que por el miramelindo de Juncker, y que a todos lame sus zurrapas, goce de la intercesión de los calabazones de Halloween. Es de justicia que el pueblo sufrido que, con la esperanza puesta en el cielo, entregaba la hacienda y la vida por su rey pero no se dejaba ensuciar el alma ni por capitanes ni por comendadores (a los que apiolaba sin inmutarse, si osaban propasarse) fuese amado de todos los santos; como es de justicia que la ciudadanía floja que, con la esperanza puesta en la señora democracia, se deja saquear la hacienda y envilecer la vida y ensuciar el alma sea amada de las brujas de Halloween. Es de justicia que el pueblo soñador y enardecido de belleza del que nacieron el Ingenioso Hidalgo de Cervantes y los Cristos resucitados del Greco fuese el predilecto de todos los santos; como es de justicia que la ciudadanía mostrenca y agostada de fealdad de la que brotan las novelas angloaburridas y los calcetines resudados de Tàpies sea la predilecta de los murciélagos de Halloween.
Justicia es dar a cada uno lo suyo. A la España de antaño, la comunión de los santos; a la España de hogaño, el chapoteo en su vómito, los pintarrajos de zombi y el calabazón de Halloween, tan vacío e inane como su alma puesta en almoneda.