Verano de 1949: el mundo de la cultura británica se ve sorprendido por la publicación de una novela cuyo título es simplemente una fecha: 1984. Su autor, el escritor George Orwell, lo había escrito el año anterior, en 1948, y el título se le había ocurrido cambiando las dos últimas cifras. El libro se convertiría en una de las obras maestras del género utópico, un género literario que suele mantener una posición crítica ante el progreso tecnológico, o más bien ante la capacidad del hombre para controlarlo y usarlo con inteligencia.
Tras la borrachera de optimismo científico del siglo XIX, en el siglo XX encontramos las grandes distopías, es decir, utopías negativas, novelas inquietantes donde el futuro se presenta como un escenario de pesadilla, lacerado por dictaduras y transformaciones radicales no solo del mundo, sino del hombre mismo. La novela que se publicó ahora hace setenta años nos muestra un escenario del mundo futuro dominado por un totalitarismo sombrío y terrible, muy similar al estalinismo pero en cierto modo también a los fascismos, un especie de síntesis de lo que habían sido los totalitarismos dominantes en los años 30.
En aquellos años, Orwell, pseudónimo de Eric Blair, inglés nacido en las colonias, en concreto en Bengala, que era un periodista militante de la izquierda británica, había acudido voluntario a la guerra de España, y allí vivió los horrores no solo de los franquistas, sino también de los republicanos, quienes se cebaban sobre todo contra religiosos y religiosas inocentes, llegando a causar entre ellos casi setenta mil víctimas [incluyendo laicos].
Tras regresar a Inglaterra totalmente desencantado, quiso contar lo retorcido de las ideologías, empezando por la comunista, bajo forma de un relato alegórico, casi una fábula, siguiendo el modelo de Johathan Swift. En 1945 había publicado Rebelión en la granja [Animal farm], una sátira brillante y dolorosa del comunismo soviético. Por último, llevando hasta sus últimas consecuencias la aversión por el totalitarismo, publicó 1984.
La condena de Orwell a todas las ideologías totalitarias otorgó mayor éxito a este libro, considerado el clásico por excelencia de la literatura utópica del siglo XX.
Los elementos positivos y fascinantes de esta novela consisten, sin embargo, en la exaltación del individuo que se opone al sistema, un hombre común que se alza, con su vida pequeña y banal, a contestar y detener el poder devastador del Gran Hermano. Orwell no tiene una perspectiva religiosa, sino escéptica, que parte del deseo de libertad del hombre, del pequeño hombre común que intenta sobrevivir al peso aplastante del dominio y el control ejercidos no solo a nivel social, sino también individual, por el poder representado es esa expresión (el Gran Hermano), esto es, un poder impersonal, sin nombre y sin rostro, simplemente el ojo que te vigila a cualquier sitio adonde vas, en todos los momentos personales de la vida.
En la sociedad descrita por Orwell el dominio se ejerce a través de la escritura y sobre todo de la re-escritura, la codificación y re-codificación del lenguaje, hasta llegar a la elaboración de una “neolengua”: algunos términos ya no deben usarse, algunos significados son totalmente alterados.
Como en todas las utopías, también en esta obra literaria hay un poco de premonición. Orwell parece haber profetizado la actual obsesión por la “corrección política” en el lenguaje, que conduce con frecuencia a resultados grotescos.
La semejanza entre lo que Orwell describe y lo que sucede hoy es impresionante. El objetivo del Poder es, el última instancia, el control completo del pensamiento y de la conciencia. El objetivo es llegar a un pensamiento único. Un escenario que también había intuido con lucidez Giovannino Guareschi, sobre todo en los últimos años de su vida.
Orwell había contado además lo que le sucede a quien no se adapta a la cultura dominante, donde destacan las sanciones por lo que define como crimental (crimen de pensamiento), esto es, el delito de pensar por uno mismo, de utilizar la conciencia propia y no la colectiva. Lo que Guareschi, con su sentido del humor, había definido como “guardar el cerebro en el almacén”.
“Quien controla el pasado controla el futuro, y quien controla el presente controla el pasado”, dice uno de los eslóganes del Partido. Un antídoto a este poder es, pues, la memoria. La memoria contra el olvido, que es uno de los instrumentos del Gran Hermano.
Una gran lección, que setenta años después es más verdad y más importante que nunca.
Publicado en La Nuova Bussola Quotidiana.
Traducción de Carmelo López-Arias.