Buena semilla y cizaña siguen conviviendo, pero no como el yin y el yan, como una dualidad eterna, existiendo siempre un poco de mal en el bien y un poco de bien en el mal: eso no es un concepto cristiano. Cristo ha vencido la muerte definitivamente, y vivimos el tiempo que terminará con su manifestación gloriosa, lo cual no significa que el mal desaparezca definitivamente aquí, sino en el Cielo, destino donde Cristo nos ha preparado un lugar al que iremos, si queremos.
Durante la semana de la octava de Pascua hemos estado viendo en la Palabra cómo transcurrieron los días posteriores a la Resurrección de Jesucristo. La maquinaria que dio con Cristo en la Cruz, al menos en parte por la cantidad de signos que estaba haciendo y que amenazaban con que la gente fuera tras de Él y llegaran los romanos y destruyeran el lugar santo -cosa que terminó ocurriendo tal como Cristo profetizó-, continuó actuando tras su Resurrección: ancianos y sumos sacerdotes sobornaron a los soldados para que propagasen una versión mendaz de lo ocurrido, negándose una vez más a creer en la evidencia.
Esta contumacia en el error se expresó también con las primeras detenciones, palizas, etc. a discípulos. Inexorable, el avance del denominado Mysterium Iniquitatis. Entretanto, y por suerte, Cristo, a lo suyo: terminar lo comenzado, porque es eterno su amor. Ascensión y Pentecostés, detalles sin los cuales no estaría completa la obra encomendada al Hijo, y apariciones diversas y variadas en las que ya se ponía en práctica lo que sería el método universal de evangelización: el boca a boca, la predicación, el ve y dile, así, sin más, para que se pueda rechazar…
Y nosotros, sumergidos en la pandemia que, como todo acontecimiento adverso, ha inducido a la solidaridad, a la filantropía, también a la más genuina caridad cristiana… y al aumento de la barbarie contra los más débiles, los no nacidos, al estilo de lo que hicieron ancianos y sumos sacerdotes con Jesucristo, matándolo y después sobornando, mintiendo, persiguiendo, ensañándose con los discípulos.
Sí, porque en estos días se ha cambiado a peor la legislación en Nueva Zelanda en lo que al aborto se refiere, recrudeciéndose la vulnerabilidad del no nacido debido a haber aprobado el gobierno una ley de aborto sin supuestos hasta las veinte semanas, siendo primera ministra una mujer, Jacinda Ardern. Que Dios la perdone, a ella y a quienes han apoyado semejante barbaridad, que consiste básica y científicamente en eliminar vidas humanas por decisión de otros: sin que tenga que haber justificación alguna, hasta la semana vigésima; y con el consentimiento de dos médicos a partir de ahí y ¡hasta el final de la gestación! si se considera que hay riesgo para la madre o el feto.
No me entretendré en diatribas sobre algo que científicamente no tiene discusión alguna y que, por tanto, es prueba irrefutable de hasta dónde puede llegar el totalitarismo convertido en lenguaje y ley, y acompañado por una indiferencia que clama al cielo. Por favor, miren en internet cómo somos a las veinte semanas, cómo somos horas antes de abandonar el vientre materno: otra vida, en absoluto perteneciente o de propiedad de la mujer en cuyo vientre estemos desarrollándonos.
Pero la cosa no ha quedado aquí.
Porque la eliminación de vidas humanas en el vientre de su madre es también un lucrativo negocio, dominado por importantes industrias que, como la sociedad, dejaron de lado a Dios y terminaron por dejar de lado al hombre, haciendo imposible así ser Cristo para otros. Negocio, eso sí, arropado por una verborrea anticientífica que muchas organizaciones propagan en los medios tras la recepción de pingües subvenciones. Me estoy refiriendo a que en estos días nada menos que la ONU está apretando el acelerador de la pantomima denominada "salud reproductiva", que mezcla cuestiones sanitarias con la expresión más genuina del control de la natalidad articulado a través de la anticoncepción y la propagación del aborto. Dos mil millones de dólares han sido destinados para ayudar a los países en desarrollo a lidiar con Covid-19, con un claro mensaje en pro de "la salud y los derechos sexuales y reproductivos".
Utilizando la terminología "salud reproductiva en emergencias", fomenta un repunte de la práctica del aborto con 140 millones de dólares. Desde el comienzo de la crisis del coronavirus, a principios de marzo, cuando los gobiernos acudieron a la Organización Mundial de la Salud (OMS) para obtener orientación sobre cómo lidiar con el coronavirus, los funcionarios de la agencia internacional de salud promovieron el aborto. En una guía sobre Manejo clínico de enfermedades graves por infección respiratoria aguda se indicaba: "Las opciones y los derechos de las mujeres a la atención de la salud sexual y reproductiva deben respetarse independientemente del estado de Covid-19, incluido el acceso a la anticoncepción y el aborto seguro en toda la ley", dice el manual de la OMS, que parece haber estado trabajando para garantizar que los medicamentos para el aborto se consideren "esenciales", llegándose a indicar que donde el acceso al aborto sea difícil, las mujeres deberían autoadministrarse abortos.
Tampoco se ha detenido la acción de los lobbies LGTB y feministas de género que, al igual que en el caso del aborto, no tienen base científica alguna en sus propuestas ni en sus reclamaciones. Denuncian que la Comisión del Departamento de Estado de los Estados Unidos sobre los Derechos Inalienables es “ilegal, con su uso deformado de la libertad religiosa y la ley natural para denegar derechos, la que denigra la auténtica noción de libertad religiosa y la orgullosa tradición de nuestro país de levantarnos a favor de los derechos de aquellos más vulnerables”. Todo porque dicha comisión trabaja sobre derechos sexuales, que son los realmente científicos, y no cesa de denunciar la descomunal atención prestada a los asuntos homosexuales, ampliamente desproporcionada con respecto al porcentaje real de americanos que se sienten atraídos por su mismo sexo.
Pero es que además, según informa C-Fam, los derechos humanos fundamentales que se encuentran en los documentos fundacionales de la ONU e incluyen libertad de religión, libertad de autodeterminación, libertad de prensa y otros que están fácilmente reconocidos a lo largo de todo el mundo, están siendo amenazados por supuestos nuevos derechos sin base científica alguna como son los relacionados con el tema del aborto y del género.
No perdamos la conciencia de la realidad en cuantos más asuntos mejor, porque si no terminaremos creyendo que la realidad es lo que dicen los medios de comunicación. Lamentablemente, no es así: Covid-19 se estima que producirá 500.000 muertes, el aborto produce en el mundo 60 millones todos los años.
Cristo ha venido no a hacer un mundo más justo, sino para hacer al hombre, a ti y a mí, más justos, porque la injusticia nace del corazón del hombre, no de las estructuras. Por eso Cristo no montó una revolución contra los romanos, porque hay algo mucho más importante que hacer y solo Él lo podía hacer, y lo quiere seguir haciendo en nuestros corazones.
Alfonso V. Carrascosa es científico del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC).