En la ciudad de Ávila, donde nació y vivió Santa Teresa de Jesús hace quinientos años, se inicia hoy, día de la santa, el año jubilar teresiano, con motivo del quinto centenario de Santa Teresa de Jesús, tan nuestra, tan de todos, tan gran don de Dios a la Iglesia, a España, a la humanidad entera, tan luminoso faro para todos los tiempos, particularmente para el nuestro.
Santa Teresa de Jesús buscó y encontró la sabiduría; la prefirió a los cetros, a los tronos y a la riqueza. Dios la llamó para hacerla partícipe de su amistad: ella, por encima de todo, fue amiga fuerte de Dios; seducida por la luz de la sabiduría que no tiene ocaso, encontró el tesoro inagotable, y lo dejó todo por poseerlo; y ella, como el comerciante de la parábola evangélica, prefirió la perla de gran valor que es Jesucristo, la perla preciosísima de la sabiduría escondida en Cristo, en su humanidad divina llagada: no tuvo otro Maestro que Él.
Vivió por Él y para Él. En la vida de Teresa vemos y palpamos que sólo Él llena, que sólo Él sacia, sólo Él enriquece, sólo en Él están la felicidad y la alegría. Fuera de Él, la vida se llena de tedio y tristeza, como la del joven que, guiado por la «sabiduría» de este mundo, no fue capaz de dejarlo todo, de percatarse que estaba ante el gran tesoro y la plenitud de la sabiduría preferible a todo, que es Jesucristo. Santa Teresa de Jesús amó a Jesucristo por encima de todo, y se entregó a Él; nada antepuso a este amor y al trato de amistad con Él; se dejó seducir por su amor; y vivió para Él. Así, vivió en esa alegría que no se puede contener, como vemos y palpamos en sus hijas, sus fi eles y dichosas herederas. Y porque estuvo tan hondamente unida a Cristo, vivió y testificó que sólo Dios es necesario, que sólo Él basta, que quien a Dios tiene lo tiene todo, y que
el hombre no halla contento con menos que Dios. En estos tiempos que vivimos, su testimonio es para nosotros de singular importancia y actualidad. Vivió «tiempos recios», como los nuestros; en ellos nos mostró lo principal : «sólo Dios basta», y nos mostró un camino: el de la oración. Es lo que hoy necesitamos aprender.
Ella es maestra que guía nuestros pasos en esta encrucijada de la historia, en la que es apremiante que se lleve a cabo una renovación profunda de la humanidad –convulsa, dividida y, en no pocos aspectos maltrecha y quebrada–, desde la entraña misma del Evangelio, y una renovación también de la Iglesia, tan necesitada de centrarse en lo esencial y primero. Santa Teresa nos remite para esa renovación a lo que es ciertamente esencial, a la vida teologal de fe, esperanza y caridad. Es, sin duda, la gran mujer de la renovación eclesial, que tanto necesitamos hoy. Santa Teresa de Jesús fue al núcleo central y reclamó para sí y su hijas de vida escondida con Cristo en Dios, de manera constante, la conversión al sólo Dios y a su Hijo Jesucristo, pues sólo a través de esa conversión se llega a ser hombres de verdad, a ser cristianos sinceros, a ser Iglesia viva. Santa Teresa fue, ante todo, una mujer de fe, «amiga fuerte de Dios», una mujer enteramente «de Dios» y, por eso, enteramente de todos y para todos. La confesión de que Dios es Dios y reina, y basta, el reconocimiento y la supremacía del Dios único y vivo, la búsqueda amorosa y sencilla de Dios escondido, que se revela en la humanidad palpable de su Hijo, son constantes en la enseñanza y en la vida de la Santa universal de Ávila, cuyo infl ujo sigue vivo y con más fuerza y capacidad de atracción y movilización que seguramente muchos de los planes que nos hacemos.
Ella ha hecho brillar como luz que no se ha extinguido ni se extinguirá jamás, el sentido de Dios en la vida, cuya pérdida u olvido lleva a la quiebra del hombre y de la humanidad. Ella nos ha enseñado, en esa tan alta cota de humanidad que es la suya, que el sentido de la vida y el futuro del hombre no es otro que Dios mismo. Esto es lo que nos hace falta. Esto es lo esencial. Esto es el alma de la verdadera reforma, lo que dará a nuestras palabras autenticidad y fuerza, lo que otorgará a nuestras vidas entusiasmo y atracción, lo que hará que los jóvenes puedan ver una Iglesia hecha de hombres y mujeres con vida. Por eso miremos a Santa Teresa, y aprendamos de ella. Ciertamente necesitamos su magisterio, necesitamos descubrir y acudir a su espiritualidad, conocer y asimilar sus escritos.
Este año conmemorativo del quinto centenario del nacimiento de Santa Teresa es un año providencial para todos: para la Iglesia universal y para la Iglesia en España, para la vida consagrada y para los que andan buscando sentido a sus vidas, para los sacerdotes y para os laicos –todos llamados a la santidad, siguiendo el «camino de perfección», que a ella conduce–, para la comunidad eclesial y para la comunidad civil, para la humanidad entera necesitada de percibir y edificar una humanidad nueva y verdadera, una nueva cultura del amor y de la vida, y para España, que en su copatrona encuentra la ayuda, la luz, la sabiduría, el norte que tanto está necesitando en los momentos que atravesamos. A todos deseo y para todos pido, también para mí y mi queridísima diócesis de Valencia –a la que sirvo ahora– y la tan amada de Ávila, para toda la orden y familia carmelitana, para la Iglesia universal, para la humanidad entera y para España, que Santa Teresa de Jesús nos alcance de Jesús, Hijo de Dios «muy humanado y llagado», el seguir sus pasos, aprender de ella, conocerla más y mejor, difundir sus enseñanzas y su testimonio, consciente y seguro –soy testigo de ello– de que lo que se pone de verdad y con confianza en sus manos ella lo alcanza del Señor. Que Dios derrame sobre todos esa gran bendición con la que bendijo a Santa Teresa de Jesús, a la Iglesia, al mundo entero, a España.
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