Este verano pasé por Oxford con un grupo de amigos que viajaron a Inglaterra tras las huellas de Gilbert Keith Chesterton. El escritor solo visitó ocasionalmente esa ciudad, pero junto al oratorio de Oxford, fundado por John Henry Newman, existía un museo de recuerdos chestertonianos que no pudimos ver porque fue trasladado a Londres para su ubicación definitiva. No encontramos a Chesterton, pero encontramos a Newman, no tanto en el Oratorio, aunque hubiera alguna imagen suya, sino en la parroquia universitaria donde pronunció sus sermones anglicanos. Es una lectura muy recomendable y a la vez ecuménica, pues el Newman católico nunca renunció a su pasado. Por el contrario, su catolicismo es la lógica culminación de su itinerario espiritual.
Aquel día descubrimos una joya para bibliófilos, la librería Saint Philip, especializada en libros de segunda mano de autores católicos ingleses. Uno de mis amigos adquirió A Handful of Authors, una recopilación de textos chestertonianos sobre grandes escritores de su país, y pude comprobar entonces el aprecio del autor por Newman y el movimiento de Oxford que él impulsó. Este movimiento, según Chesterton, respondía a la necesidad de apoyarse en sólidos dogmas religiosos, pues en la época victoriana, pese a los convencionalismos oficiales, se estaban extendiendo unas mentalidades frívolas y emotivistas, tanto en la sociedad como en la religión. Por tanto, Newman y sus seguidores representaban una llamada a la racionalidad frente a tendencias que desembocarían en el paradójico irracionalismo de la era de la razón.
Yo compré una antología de sermones, oraciones y poemas de Newman, con una dedicatoria de cuidada letra a pluma dirigida a un tal Edward por C., que quizás fuera su madre. Desde entonces la llevo a mis reflexiones y oraciones. En ese libro he encontrado un sugerente fragmento de un sermón anglicano, Self-Surrender [La rendición de uno mismo], todo un ejemplo de humildad y confianza en Dios. Muestra las limitaciones del cristiano aunque también la confianza de que solo Dios puede transformarle. La esencia de toda conversión es la rendición de uno mismo, la entrega incondicional al Creador. Newman sabe que esto es costoso, pues a cada uno le gustaría salvarse a su manera, y no se pone desde el principio en manos de Dios. Cuando una religión se ha reducido a una fe sin obras, o a veces a unas obras sin fe, lo sensato es superar las rigideces e ir en busca de Dios. Es lo que hizo Newman, y esa fue la racionalidad alabada por Chesterton.
Publicado en Alfa y Omega.