Cuando en el mes de Enero publiqué un artículo llamado «Descendió a los infiernos», y le explicaba a un amigo mío que pensaba que era una cuestión sobre el que la gente, empezando por los curas, no teníamos ni idea, me contestó: «Hay otro tema del que nunca habláis los curas y es el de la Comunión de los Santos». Los dos textos fundamentales sobre esta verdad de fe contenida en el Credo son «El Catecismo de la Iglesia Católica» de Juan Pablo II en sus números 946-962, y la Constitución del Concilio Vaticano II “Lumen Gentium” nº 49. El Catecismo empieza con una bonita definición de la Comunión de los Santos: «La comunión de los santos es precisamente la Iglesia» (nº 946). Pero al ser todos miembros del Cuerpo de Cristo, el bien de los unos se comunica a los otros, comunicación que se hace por medio de los sacramentos (nº 947), teniendo la expresión comunión de los santos dos sentidos estrechamente relacionados entre sí: comunión en las cosas santas y comunión entre las personas santas. Recordemos que según la Teología, santo es aquél que está en gracia de Dios. La comunión en las cosas santas es la comunión en los bienes espirituales. El primero de ellos es el de la comunión en la fe. En el momento actual es un tema de enorme importancia, porque mucha gente está afectada por el relativismo e intenta tener una religión a la carta. Nuestra fe no es la que a mí me parece, ni la que me invento para mi uso personal, sino que para que sea auténtica, de verdad, tiene que ser la fe de la Iglesia recibida de los Apóstoles. Supone también la comunión en los sacramentos, entre los que destacan el bautismo, como puerta de entrada en la Iglesia, y sobre todo la comunión, nombre que puede darse a cualquier sacramento, porque todos nos unen con Cristo, pero lo recibe especialmente la Eucaristía, porque ella es la que lleva esta comunión a su culminación (nº 950). Hay también la comunión en los carismas, pues aunque cada uno recibe sus gracias especiales del Espíritu Santo, todos ellos van encaminados a la edificación de la Iglesia y al provecho común, así como la comunión de la caridad, pues así como nuestros pecados dañan a esta comunión, porque el pecado es lo contrario al amor, las acciones hechas con caridad o amor repercuten en beneficio de todos, en la solidaridad entre todos los hombres, vivos o difuntos, pues es en el amor en lo que se funda la comunión de los santos (nº 953). La comunión entre las personas santas, es decir en gracia, es esa comunión actual que el Espíritu lleva a cabo entre todos los discípulos de Cristo que viven congregados en la Iglesia y se basa en la unión entre los tres estados de la Iglesia. En efecto, entre los discípulos de Cristo «unos peregrinan en la tierra; otros, ya difuntos, se purifican; mientras otros están ya purificados, contemplando claramente a Dios mismo» (LG nº 49). La separación entre los tres estados es mucho menos radical de lo que con frecuencia creemos: los santos del cielo interceden por nosotros, ya que si muchos de ellos en su paso por esta vida nos han conocido y querido, ¿cómo podemos imaginarnos que ahora, que ven a Dios cara a cara, se despreocupen de nosotros?. En cuanto a los difuntos que se encuentran en el purgatorio, la Iglesia desde siempre ha rezado por ellos: «Es una idea santa y piadosa orar por los difuntos para que se vean libres de sus pecados» (2 Macabeos 12,46), «obra digna y noble, inspirada en la esperanza de la resurrección; pues si no hubiera esperado que los muertos resucitarían, superfluo y vano era orar por ellos» (2 Mac 12,43-44). «La unión de los miembros de la Iglesia peregrina con los hermanos que durmieron en la paz de Cristo de ninguna manera se interrumpe. Más aún, según la constante fe de la Iglesia, se refuerza con la comunicación de los bienes espirituales» (LG nº 49).