El abortismo, su propagación y defensa tiene padrinos, tiene quienes lo fomentan y apoyan, y quienes lo han convertido en un negocio tan macabro y moralmente criminal como rentable, pero nada de ello tiene algo que ver con el capitalismo y la ideología liberal.
Hay, sí, capitalistas podridos de dinero, que apoyan la práctica abortiva y otros formas anticonceptivas para limitar la natalidad mundial que, según ellos, amenaza la estabilidad humana del planeta. Son los Bill Gates, el afortunado creador de Micosofst; Gorges Soros, el gran especulador mundial de divisas; David Rockefeler, de los Rockefeler de toda la vida, etc., afectos a la orden de la escuadra y el compás. Sin embargo no hay que confundir grandes capitalistas con capitalismo, si queremos entendernos y acertar en el diagnóstico.
Hay otros muchos padrinos y corrientes de pensamiento pro-aborto, ajenos al liberalismo y al capitalismo. Por un lado está el hedonismo, tan viejo como el hombre mismo, o sea, el tipo de gente que quiere gozar de toda clase de placeres, pero sin asumir ninguna consecuencia, si la hay, de sus actos placenteros. De modo que cuando aparece alguna efecto consecuente no deseado pero posible, recurren a las acciones más aberrantes para librarse del problema.
Ya en la Grecia clásica, Epicuro de Samos expuso que la felicidad consistía en vivir en continuo placer. Y la escuela cirenaica proponía que los deseos personales debían satisfacerse de inmediato sin importar los intereses de los demás.
Por otro lado tenemos el feminismo, ahora en actitud beligerante y engallada. El feminismo es la penúltima variante o derivación de la vieja lucha de clases, propuesta por el marxismo, aunque lo ignoren o hagan como que lo ignoran las aguerridas damas de hierro del PP, finalmente tan defensoras o más de la ideología de género que sus opuestas. Por eso se han cargado la propuesta de Gallardón para reformar la criminal ley del aborto Zapatero-Aido.
¿Y qué es a su vez la lucha de clases? Llana y simplemente la guerra permanente entre las clases sociales, los pobres contra los ricos, los asalariados contra los patronos, los empleados contra los empleadores... Pero a medida que las condiciones laborales y económicas fueron mejorando, los trabajadores se fueron “aburguesando” y dieron la espalda a los redentores marxistas de la humanidad.
Ya Gramsci, fundador del Partido Comunista Italiano y cabeza sumamente lúcida, advirtiendo el fenómeno de la deserción de las masas obreras, porque ya comían caliente todos los días, podían adquirir un pisito aunque fuese con hipoteca, y comprarse un Fiat 600, propuso el asalto a la cultura, la enseñanza y los medios informativos, y desde esas instituciones apoderarse o manipular a la sociedad.
Pero la sociedad pequeñoburguesa es cerril y frívola, y no sabe lo que le conviene ni comprende los grandes beneficios del igualitarismo comunista. Así que había que propinarle una nueva sacudida, y de ello se encargó la escuela marxista de Frankfurt (Adorno, Habermas, Marcuse, etc.) fomentando la revuelta estudiantil contra padres y maestros, o sea, la revolución cultural del 68, que a España llegó en los setenta. Según la fórmula norteamericana, la revolución consistía en sexo, marijuana y rock and roll. Todo muy divertido.
También eso pasó a la Historia sin haberse producido el cambio radical del modelo “burgués”, aunque ha dejado tras de sí una estela de hedonismo, descomposición moral y nihilismo.
Así que alguien pensó, aunque no acabo de descubrir quién es y donde está ese alguien, que había que ensayar una nueva vía, a ver si por fin se conseguía darle la vuelta a la tortilla. Esa vía nueva consistía en lanzar a las féminas a luchar contra los “machos”. O sea, que en lugar de constituir seres complementarios según dice la Biblia y corrobora la naturaleza, hay que alterar el orden natural y actuar como géneros en lucha, enfrentados, combatiéndose sin tregua ni debilidades. Siempre la lucha, porque sin lucha permanente este mundo es muy aburrido y la gente se olvida de la dialéctica, que es la base del progreso: tesis, antítesis y síntesis y volver a empezar. Así hasta el infinito salvo que se llegue al paraíso comunista, como es bien sabido.
Claro que en la cama parecía que no, que hombre y mujer se entendían bien, aunque a veces se abominara de las consecuencias, pero también aquí ha llegado la lucha de clases, desviándose hacia los extremos más extremosos. Los “homos” unidos contra los “heteros” de siempre, antigualla anacrónica a combatir y someter. La hegemonía del arco iris sobre el antiguo orden. Y en eso estamos, con el apoyo y beneplácito entusiasta de los y las “progres” de todo color y formación política. ¿Tiene todo ello algo que ver con el sistema capitalista de producción? Pienso que algo habrá que decir sobre el capitalismo y su función económica y social, a ver si logramos aclararnos.