En su gran libro La crisis de nuestra civilización, Hilaire Belloc abandona súbitamente el hilo de su relato para hacer un excurso muy incisivo, proponiendo a la minoría católica inglesa la fundación de un periódico, cuyo plan y condiciones expone a continuación de forma minuciosa.

Belloc afirma que debe ser un periódico de interés general, no clerical, con un director de altura, remunerado convenientemente, y sostenido por una fundación que le asegure permanencia. A juicio de Belloc, una publicación tal no debería ocuparse de información religiosa, sino de todas las grandes cuestiones políticas, culturales o económicas, vistas “con criterio católico pero no con gafas católicas”; es decir, no con la tónica devota del feligrés, sino con el tenor del pensador avezado. Consideraba Belloc que un periódico así era lo mejor que se podía hacer para promocionar la fe católica en Inglaterra; y, naturalmente, se postulaba él mismo como director. Por supuesto, su propuesta nunca llegó a materializarse: cuando quiso fundar ese periódico, le negaron los fondos, que se gastaron en obras de dudosa beneficencia y en financiar publicaciones insulsas. Ha pasado casi un siglo desde entonces. Pero aquella petición nunca atendida de Belloc nos sigue interpelando.

Una de las razones primordiales del agostamiento de la minoría católica española (pues minoría es, aunque las cifras triunfalistas que se propagan desde ámbitos oficiales pretendan lo contrario) es la inexistencia de medios de comunicación que expliquen la realidad con criterio católica. Porque (dejando aparte aquellos medios que se ocupan de asuntos religiosos, cuya existencia es muy necesaria y benemérita, pero insuficiente para que la cabeza se mantenga católica) en España todos los medios de comunicación “generalistas” que analizan la situación política y económica, tanto nacional como internacional, lejos de explicar la realidad con criterios católicos, lo hacen con criterios por completo ajenos, cuando no adversos, al pensamiento católico, con sometimientos ideológicos vergonzosos que están convirtiendo a los católicos que los frecuentan en jenízaros de tal o cual facción política. Se trata de una cuestión extraordinariamente grave y de muy difícil recomposición; y, sin duda, de una de las causas más evidentes del enfriamiento o resfrío de la fe. Siempre, cuando se abordan las causas de la secularización de los países católicos, se traer a colación muchos “ismos” (que si relativismo, que si hedonismo…) y nunca se habla del “ismo” más estragador, que no tiene un procedencia exógena, sino que está insertado en el corazón mismo del cuerpo católico, que es el “fariseísmo”, definido por Péguy como el vaciamiento de la fe y su posterior relleno de borra ideológica. Cuando un católico está recibiendo constantemente, a través de los medios de comunicación, doctrina económica o política contraria a la doctrina social católica, acaba desencarnando su fe, vaciándola de sentido, pues la fe solo es tal cuando se derrama sobre las realidades naturales; e inevitablemente, termina convertido en un fariseo (o acaso en un cínico, si es que ambas cosas no son la misma).

Tal vez este vaciamiento de la fe no provoque apostasías estruendosas, ni abandonos masivos de la Iglesia, pues el católico que deja que su fe se corrompa de doctrinas políticas, sociales o económicas adversas ni siquiera lo advierte. Pero es una vía de propagación masiva de la “apostasía silenciosa”, que es la que ha dejado paralítica y resignada a la consunción a la que antaño se llamaba “Iglesia militante”, término que hoy sospecho que se consideraría de mal gusto.

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