Ahora que vuelve a empezar el curso escolar, creo que es bueno pensemos un poco en el papel del educando en su propia educación.
Para mí es indudable que la persona que más puede hacer por su educación, sin despreciar el papel de los demás, es el mismo educando. Como no se lo proponga, no hay persona que pueda educarle. Pero parto del supuesto de que querrá ser el principal agente de su propia educación. Los demás podemos ayudarle, orientarle, señalarle que por ese camino no va a ninguna parte y que en cambio ese otro puede serle muy provechoso. Pero quien va a recibir el principal provecho o daño de su educación o no educación es él mismo y quien tiene que decidir cuál es su camino adecuado es en buena parte él. Nunca me he olvidado que en un libro que leí de chaval le dicen a un niño de siete años que ésa era su edad, y entonces el niño quiso ver sus años y que quién los tenía, siendo muy difícil convencerle de que sus años los tenía él. Pues su educación la tiene el propio interesado y la debe conseguir él.
¿Qué tiene que hacer para ello?: aprender a utilizar la cabeza para pensar. Reconocer que nuestra formación no termina sino el día que nos cierren los ojos, y aun así no lo sé, porque en un sermón que oí en cierta ocasión el predicador dijo que como en el más allá Dios es infinito, siempre estaremos descubriendo nuevas maravillas. En cuanto a mi formación y educación, he deseado tener la mentalidad de un conocido profesor al que un día el médico le dijo: “Tiene Vd. un cáncer. Le queda aproximadamente un mes de vida”. Su respuesta fue: “Pues entonces me voy rápido a casa, que tengo mucho que aprender y me queda poco tiempo”.
La educación debe consistir en estar bien formado en los diversos ámbitos de la vida. Ser capaz de interesarse por lo que nos rodea y poder afrontar con una cierta garantía de éxito los problemas con los que vamos a tener que enfrentarnos a lo largo de nuestra existencia. Hay que ser una persona rica en valores, empezando por los simplemente humanos como ser una persona civilizada. Un sobrino mío me comentó que para el ingreso en una multinacional una de las pruebas que le hicieron fue comer en un restaurante y ver si sabía manejar los cubiertos. Pero mucho más importantes son los valores del espíritu, incluidos por supuesto los religiosos, que hacen referencia tanto a la voluntad como a la inteligencia: dominio de sí, honradez, laboriosidad, generosidad, bondad, cultura y muchos más. Nunca debemos conformarnos en ser como somos, sino que tenemos que intentar siempre ser mejores.
El problema puede ser cómo conseguirlo. Tengamos ideas claras, más aún si somos adultos, sobre lo que pretendemos y suficiente personalidad como para saber defenderlas, aunque estemos contracorriente, pero eso sí, sin ser cabezotas. Que no se pueda decir de nosotros que tenemos pocas ideas y además confusas. Lo primero es tener una justa escala de valores, en la que nos preocupe más ser persona que tener muchas cosas, y donde las personas sean para nosotros más importantes que los animales o las cosas, incluido el dinero. En lo intelectual el estudio, la lectura y el deseo de aprender son necesarios. En lo referente a la voluntad, hacer todos los días algunos pequeños sacrificios, un examen de conciencia al final del día que me recuerde lo bueno y lo malo que he hecho cada día, con mis victorias y derrotas sobre mí mismo, es un ejercicio de autocrítica y de reflexión que ciertamente no hace daño. Y si combinamos el deseo de formación humana e intelectual con el esfuerzo por ser cada día más responsable y libre, pues es indiscutible que estamos en el buen camino.
Pero no me quedaría satisfecho si no digo algo más. Yo creo que Jesucristo es camino, verdad, vida y luz de los hombres. Conocer a Jesús, ver en Él el modelo de lo que yo quiero ser, ha llenado de sentido la vida de muchas personas de todos los tiempos. Seamos lo que seamos en la vida, me deseo y deseo a los demás que tengamos fe en Dios, junto con el convencimiento que la vida tiene sentido y nos espera una felicidad sin fin, y que el camino para ello es el del amor a Dios, al prójimo y a nosotros mismos. Somos fundamentales en nuestra educación, pero escuchemos y dejemos actuar a Dios en nosotros. Seguro que no nos arrepentiremos.