Se anda diciendo que el emirato de Qatar pretender levantar en la plaza de toros Monumental de Barcelona la mayor mezquita del mundo occidental y la tercera más grande del planeta, después de las de la Meca y Medina. ¿Tanto moro hay en la Ciudad Condal que necesitan una plaza de toros para reunirse a orar como si actuara José Tomás?
De momento no parece que haya nada concreto, pero tratándose de Barcelona, donde todos los despropósitos tienen asiento, no habría que sorprenderse demasiado. Como no quieren que en el viejo condado haya nada que huela a España (¡ay si levanta cabeza Ramón Berenguer IV!), acaso prefieran que huela a pincho moruno. Así que no sería de extrañar que permitieran convertir el coso taurino en una mega mezquita con un minarete de 300 metros de altura, casi visible desde Lisboa, Paris y Roma. “No quieres caldo, ¡toma tres tazas!”.
Y ello, a cambio de qué. Alguien ha dicho que permitirían construir junto a la mega mezquita un pequeño templo católico, en prueba de buena voluntad hacia los “infieles”. ¡Tendrán morro! Pero si en Barcelona no hacen falta más iglesias, sino más feligreses practicantes y menos obispos claudicantes y regalistas. A ver si el Vaticano encuentra algún cura o mitrado apto para sustituir a Martínez Sistach. En el área catalana, lo dudo, claro que la Iglesia es católica, quiero decir, universal, y en algún lugar del mundo podrá existir un santo varón ordenado, aunque sea tiznadito, dispuesto al martirio a fuego lento mientras suenan de fondo unas sardanas.
Digo que estos instigadores de la mezquita barcelonesa tienen mucho morro, porque no es aquí donde tienen que auspiciar una pequeña ermita dedicada a san Cucufate, sino en Qatar, en Arabia Saudí, en cualquiera de los países del Golfo Pérsico, donde los cristianos no disponen ni de un mínimo rincón autorizado en el que celebrar misa o cualquier otro oficio religioso. O lo que es lo mismo, no existe la menor reciprocidad de cultos entre Occidente y estos reinos y emiratos podridos de petrodólares.
Entonces, ¿por qué nosotros hemos de ser tan bobos de darles toda clase de facilidades para su expansión religiosa, que no tiene límites, mientras cierran a cal y canto sus puertas a las expresiones de otras religiones? ¿La servidumbre del petróleo? Pero si ahora se encuentra petróleo en casi todas partes. Sólo hace falta buscarlo. ¿Se busca mucho en España?
¿La servidumbre de las golosas contratas de obras públicas que benefician a las grandes constructoras españolas? Vale, pasemos por el aro, que “poderoso caballero es don Dinero”. Pero, ¿cuál es el beneficio real que saca España de ello? ¿Cuántos trabajadores españoles operan en esas contratos? Personal de pie, ninguno. ¿Técnicos?, acaso unas docenas, no más. ¿Impuestos sobre los beneficios empresariales liquidados en territorio patrio? No lo sé.
En todo caso, sin reciprocidad en cuestiones fundamentales, toda cesión que se haga a los países intransigentes es una claudicación ante las fuerzas que quieren “reconquistar” España para el islam. Lo están pregonando a todas horas. Lo dicen muchos moritos que andan por nuestras calles.
La yihad que ha enloquecido al Oriente próximo y a parte del norte de África, nuestra vecindad mediterránea, es una guerra santa, una guerra de religión, que no conoce límites, ni siquiera para matarse entre ellos del modo más bárbaro, por cuestiones de matiz o de poder. Así desde la primera sucesión del profeta.
¿Y dónde se enseña su religión, el islam, y se fanatiza a los fieles? En los lugares de culto, en las mezquitas, en los oratorios, en las escuelas coránicas. ¿Tenemos constancia que ante las atrocidades que cometen los extremistas, se levante un clamor de rotunda condena en sus centros religiosos?
¿Es que en España no hemos tenido una muestra espantosa del fanatismo bárbaro de esta gente? Según la sentencia del juez Gómez Bermúdez, la terrible matanza del 11-M fue obra de moritos, aunque yo tengo serias dudas de muchas conclusiones de esa sentencia. Debo ser de los conspiranoicos. Pero una cosa quedó clara: en la trama criminal participaron seguidores de Mahoma, aunque sólo fuera, como creo, en la tarea de acarrear los explosivos hasta los trenes. Entonces, ¿no tenemos motivos para recelar del expansionismo islámico? Así pues, ¿por qué complacer a los jeques de oro, financieros de muchas de las bandas que actúan en esta o la otra parte, sembrando la muerte, la destrucción y el caos por donde pasan o se quedan? ¿Qué ganamos con darles tanta facilidades? ¿Qué podemos esperar con meter la zorra en el gallinero? ¿Por qué no hemos de exigir una mínima reciprocidad en materia de libertad religiosa? Lo dicho, ni una mezquita más mientras no ofrezcan algo a cambio en el terreno religioso o cultural.