En el patio de una casa noble de Siena hay un pozo profundo. En la parte alta pasa desapercibida una inscripción grabada en la piedra, que me impresionó, porque nunca había visto expresado algo tan evidente. Dice en latín: «En el fondo, brilla». Cosa bien cierta. Un pozo es tenebroso, si no se mira hasta el fondo: porque allí, por mucha profundidad que tenga, se refleja el cielo. Ésta ha sido la experiencia de los místicos de todos los tiempos. Cuando se mira al fondo del alma, se puede contemplar a Dios. Es la clarividencia de Pablo en llamarnos «templos de Dios»; el acierto de Juan de la Cruz al localizar la «bodega» interior; la alegría de Teresa de Jesús al descubrir la «séptima morada». En tiempos «recios», como los que vivimos, parece que caen en un pozo las convicciones firmes, los comportamientos nobles, el concepto de familia o aún de persona. Pero sería bueno que cada uno mirara más a su interior, a su profundidad, dando tiempo a la oración para que, a través de muchos, Dios pudiera manifestarse con más evidencia. Dios es un Dios-Amor que nos da coraje y libertad, un Dios fuerte y santo que, ante el mal, exige fidelidad personal, pide justicia para los hermanos y envía a todos a la evangelización. Busquemos una semejanza mayor con Cristo. Demos a los otros aquéllo a lo que tienen derecho y que necesitan, quizás sin tener conciencia de ello: descubrir a Dios en su vida. * El cardenal Ricardo María Carles es arzobispo emérito de Barcelona.* Publicado en La Razón.