Celebramos en este domingo la fiesta de la Ascensión de Jesucristo a los cielos. Cuarenta días después de su resurrección, Jesús reunió a sus apóstoles y, delante de ellos, fue elevado al cielo, hasta que lo perdieron de vista. De esta manera, Jesús culminó su glorificación sentado a la derecha del Padre, como Señor y juez, que vendrá glorioso al final de los tiempos, para juzgar a vivos y muertos
Para un cristiano, mirar al cielo significa dirigir su corazón hacia esa situación feliz que Dios nos tiene preparada para cada uno de nosotros, y en la que Jesús nos precede, según lo que celebramos en esta fiesta. Dos obstáculos principales nos impiden esta mirada al cielo: por una parte, la vida placentera en este mundo nos hace olvidar el cielo, nos parece que estaremos mejor en la tierra disfrutando de lo que la vida nos pueda ofrecer. Si nos hablan del cielo, asentimos, pero pensamos que el cielo puede esperar y ahora que nos dejen disfrutar los bienes de la tierra. Una vida planteada en torno al placer no tiene ningún interés por el cielo; sólo se acuerda del cielo cuando llega la frustración o la contrariedad.
Otro obstáculo es la visión materialista de la vida y de la historia, que lleva a la negación de Dios y del cielo. En el marxismo, una de las ideologías imperantes en nuestros días, hablar del cielo es como una evasión del compromiso por trasformar este mundo. Lo consideran como una alienación, como una rémora para el desarrollo. Y a veces a los cristianos les atrapa esta ideología y les priva del gozo anticipado del cielo que esperamos.
La fiesta de la Ascensión, sin embargo, es fiesta de gozo para el cristiano, porque sabe que el camino abierto por Jesús es la autopista por la que hemos de caminar nosotros. Y saber que al final nos espera ese gozo, nos hace disfrutarlo ya desde ahora en esperanza. La certeza de la vida más allá de la muerte, y de una vida feliz con Dios para siempre, es un resorte continuo ante las dificultades de la vida, que no faltan.
En la fiesta de la Ascensión celebramos a Cristo, cabeza de este cuerpo que formamos todos los cristianos y, de alguna manera, toda la humanidad. Lo que ha sucedido en él es un anuncio y una primicia de lo que sucederá en todos nosotros. Ya ha sucedido en su Madre santísima, y así lo celebramos el 15 de agosto: María elevada al cielo en cuerpo y alma, María glorificada incluso en su cuerpo humano, como el nuestro. María es adelanto de toda la humanidad, que un día será glorificada como ella.
La ausencia visible y palpable de Jesús, el ayuno que su ausencia impone a nuestros sentidos, es un bien para nosotros: “Os conviene que yo me vaya, porque si no me voy no puede venir a vosotros el Espíritu Santo” (Jn 16,7). Durante la presencia de Jesús en la tierra, sus contemporáneos vivían de lo que veían y oían de Él. Pero el plan de Dios, para aquellos contemporáneos y para todos nosotros, es que todo eso quede interiorizado en nuestro corazón, y desde dentro vaya inundando todas las zonas de nuestra vida, transfigurándolas. Jesús es verificable en la historia, el Espíritu trabaja y va transformando esa historia y nuestro corazón desde lo invisible. Os conviene que yo me vaya, nos dice Jesús, para pasar a esa otra dimensión del Espíritu Santo, autor de nuestra santificación.
En esta fiesta de la Ascensión celebramos la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales. Este año con el lema: Escuchar con los oídos del corazón. Pidamos por todos los comunicadores, los que trabajan en la radio, televisión y prensa escrita, para que aprendan cada vez más a escuchar, y así puedan relatar a los demás lo que han escuchado con el corazón.
Publicado en el portal de la diócesis de Córdoba.