“Ojo por ojo, y el mundo acabará ciego”. La frase, de Mahatma Gandhi, parece hoy de mayor actualidad. Gaza, Ucrania, Irak, Siria... Miserias y enfermedades del tercer mundo, según muchos causadas o al menos no evitadas por círculos de poder y de dinero; hambrunas, virus del Ébola, cólera, infecciones mortales simplemente por no tener agua potable. Secuestros y brutales asesinatos como la reciente muerte del periodista católico James Foley, que ha conmocionado a toda la sociedad. Y tantos cristianos y no cristianos expulsados y martirizados en las ciudades de Siria, sólo por no convertirse al islam radical de unos cuantos.
Si miramos más cerca, en nuestra ciudad, en nuestro barrio, la situación parece un poquito mejor, no tan terrible. Pero hay señales, destellos, que dejan traslucir ese mismo mal, una nada que nos va asfixiando poco a poco, como aquella que hizo desaparecer el mundo de fantasía en La historia interminable escrita por Michael Ende. La situación económica, crisis diaria que permanece y se arraiga para muchas familia. La corrupción política, acompañada, según sentimiento popular, por la poca efectividad de la justicia.
¿Hacia dónde vamos? ¿Tendría razón Hobbes, en el siglo XVII, cuando hablaba de que el hombre es un lobo para el hombre, homo homini lupus? Veinte siglos antes, el autor de la frase ya había constatado esta realidad, y había delineado el origen del problema, y de la solución. “Lobo es el hombre para el hombre, y no hombre, cuando desconoce quién es el otro” (Plauto). Cuando olvidamos quién es el otro, y quién soy yo, el otro de los otros, nos hacemos más crueles que lobos, y la única ley, si llegamos a eso, es el “ojo por ojo y diente por diente”.
No faltan quienes afirman que el hombre se mueve por dos terribles motores, avaricia y poder, y se citan numerosos ejemplos de la historia, desde el imperio romano o chino, hasta los últimos acontecimientos del siglo XX y XXI. Sin embargo, hay una fuerza mayor, que permea diariamente miles y miles de historias sencillas, y de la que nos olvidamos como si su poder fuese insignificante: la fuerza del amor, del amor que recibimos, muchas veces sin darnos cuenta, y del amor que da sentido a la esperanza, esa virtud cristiana que va más allá del sentimiento utópico de optimismo.
Teresa de Calcuta, y su ejército de almas amantes, encontró ese Amor, y se dedicó a transmitir ese amor, precisamente entre los más pobres de los pobres, los más necesitados y olvidados. Ellas no abandonan a nadie porque ese Amor, Amor personificado, tampoco abandona a ninguno de sus hijos. ¿Por qué sufren los inocentes? ¿Acaso Dios les hace sufrir? ¿O no somos nosotros los que causamos ese sufrimiento inocente? Estas religiosas, y tantos misioneros, tantos hombre s de buena voluntad, se han dejado transformar en su corazón, se han llenado de amor, y eso transmiten a quienes les rodean, repartiendo lo más difícil de dar, pero a la vez lo más barato: una sonrisa.
El Papa Francisco los llama con otro término, que nos golpea más: los descartados, los sobrantes, los olvidados. Y hay descartados por su pobreza física, o por su pobreza moral, olvidados sin libertad física, libertad de movimiento, y olvidados sin libertad religiosa ni libertad humana. Una de sus preocupaciones es rezar por la paz, la paz de las guerras, pero también la paz de las persecuciones, de las injusticias, de esa tendencia al homo homini lupus.
Ante esta llamada a la oración me viene a la mente un pasaje evangélico: los apóstoles están ante un endemoniado, y experimentan su impotencia. Parece que el Maligno se ríe de ellos y les dice: no sois capaces de que abandone a este hombre. El mundo está lleno de maldad, de miseria, y no podéis hacer nada. El poder y la avaricia mueven los hilos de la historia, y no hay salida. Pero los apóstoles, el ser humano, se resiste a ceder ante el fracaso: tiene que haber una solución, una puerta de salida. Y en esa lucha del corazón humano se hace oír una voz: "Esta clase de demonios solo sale con la oración y el ayuno", elevando la mirada a aquel que primero nos ha amado, que sigue queriendo nuestro bien. Ante el "ojo por ojo" la solución, es "el amor por amor"; y tantas personas que reparten amor son un signo de esperanza. ¿Quién es ese otro que me ama, y a quién estoy amando yo?