Si hace treinta años me hubiesen dicho que para cambiarme de sexo bastaba con mi palabra en el Registro Civil, que el aborto no era un delito sino un derecho, que la eutanasia iba a ser legalizada, que uno de los contratos más fáciles de disolverse era el matrimonial, que la unión de dos homosexuales se iba a considerar como un verdadero matrimonio, que la Ley Natural era un vestigio ideológico y una reliquia del pasado, que el Parlamento europeo iba a confiar el informe sobre cómo debía ser la educación afectivo-sexual a una defensora de la legalización de la pederastia, que a los niños había que enseñarles a disfrutar de su cuerpo desde la más tierna infancia, que no hay normas morales en la sexualidad ni hay nada malo en la fornicación, ni en la promiscuidad, ni en el adulterio, ni en los vientres de alquiler, creo que hubiese pensado que estaba ante un chiflado.
Pero sin embargo, esta increíble pesadilla se está realizando ante nuestros ojos. Los poderes que gobiernan el mundo se han propuesto destruir la familia y con ella la sociedad. Soros, las fundaciones Gates, Ford o Rockefeller, la New Age, el Parlamento europeo, varias organizaciones de la ONU, buena parte de los medios de comunicación, lobbies muy poderosos como los LGTBI, promueven la eugenesia, la disminución de la población mundial y la ideología de género que los partidos políticos se encargan de llevar a cabo, a veces, como ha sucedido en España, con varias leyes de ideología de género aprobadas por unanimidad. Con estos antecedentes no es extraño que en nuestro país el número de nacimientos haya caído más de un 40% en la última década, lo cual debiera llevarnos a sonar los timbres de alarma. Pero para esa gente es un motivo de felicitación, de estar consiguiendo sus objetivos.
Pero ¿quién se opone a unos grupos de gente tan poderosa? Para ellos, sus grandes adversarios, y por ello el enemigo a combatir, son las Iglesias cristianas, aunque algunas hayan capitulado ante fuerzas tan poderosas, pero sobre todo y muy especialmente la Iglesia católica. En este punto no podemos sino recordar dos frases de Cristo que nos llenan de esperanza: “El poder del infierno no la derrotará” (Mt 16,18) y “Sabed que yo estoy con vosotros todos días hasta el final de los tiempos” (Mt 28,20)
La línea común de todas estas ideologías es que quieren quitar, erradicar todo lo referente a Dios. Nos hacen ver que no necesitamos a Dios y eso es terrible. También esa ideología de género que quiere hacernos ver que Dios no creó al hombre y a la mujer, sino que por la mañana nos levantamos hombres y por la tarde mujeres. Todo empieza por una cosa, por no respetar a Dios, por no escuchar a Dios. El nombre de Dios se ha olvidado. Si el primer mandamiento, la adoración a Dios, se quiebra, entonces todos los demás mandamientos también lo hacen. Al rechazar a Dios, se acaba creyendo en cualquier tontería o superstición, y además se crea un espacio vacío en el que se abre la puerta a Satanás, porque lo grave es que al actuar así, uno se pone objetivamente al servicio del Demonio.
Es indiscutible también que la fe apenas está presente en nuestra sociedad y que los creyentes vamos contra corriente, por lo que vivir la fe necesita coraje y determinación, mientras el ateísmo teórico o práctico está de moda. Procuramos tener unas fiestas navideñas en las que Jesucristo esté ausente. Las consecuencias son unas leyes profundamente anticristianas, en las que no se respetan los derechos humanos, los auténticos, los de 1948. No se distingue ya el Bien del Mal, la Verdad de la Mentira, el matrimonio y la familia de sus sucedáneos y malas copias. Personalmente, por supuesto, sigo creyendo las verdades de Fe y aceptando lo que aprendí en los libros de Ciencias y por eso mismo rechazo las aberraciones de la ideología de género.
Termino con una palabras de la encíclica Mit brennender Sorge de Pío XI contra los nazis: “Sobre la fe en Dios, genuina y pura, se funda la moralidad del género humano. Todos los intentos de separar la doctrina del orden moral de la base granítica de la fe, para reconstruirla sobre la arena movediza de normas humanas, conducen, pronto o tarde, a los individuos y a las naciones a la decadencia moral. “El necio que dice en su corazón: No hay Dios, se encamina a la corrupción moral” (Sal 14,1). Y estos necios, que presumen separar la moral de la religión, constituyen hoy legión” (nº 27).